Actualidad

Acoso sexual

No es país para hombres

Columna de Opinión

Asia Argento y Rose McGowan durante la manifestación “Ni una menos”el pasado 8 de marzo en Roma
Asia Argento y Rose McGowan durante la manifestación “Ni una menos”el pasado 8 de marzo en Romalarazon

Basta que una cita salga mal o que hayas encendido el aire condicionado un grado por encima de lo deseado, para que alguien pueda acusarte de abuso o acoso en redes. Nadie va a cuestionar nada, tu reputación estará por los suelos en lo que tardas en convertirte en trending topic.

Me disponía a escribir un artículo sobre el primer aniversario del movimiento Metoo. Me había prometido a mí misma enfocarlo desde el positivismo, analizar en qué había ayudado a cambiar ciertas actitudes machistas en la esfera social y laboral, y contemplar los acontecimientos desde la neutralidad, sin dejarme llevar por mis opiniones negativas sobre esta iniciativa. Os juro, por la cerveza bien fría que me voy a tomar cuando acabe, que había empezado con un párrafo la mar de majo y amable. Incluso utilizaba las palabras “sororidad”, “empoderamiento” y “resiliencia” y, por primera vez, no me estaba riendo y no era para la guasa. Y entonces, como si se tratara de un gato enfadado, me ha saltado a la cara una noticia en la que leo las declaraciones de la periodista Marta Nebot que, a cuento de que en un pueblo de Murcia se celebre el Día del Hombre, afirma que “celebrar un día del hombre es como celebrar un día del terrorista”. Parádmelo todo.

¿Es esto lo que se ha conseguido en este año? ¿Polarizar a la sociedad y crear dos bandos enfrentados donde uno es claramente el bueno y el otro, por supuesto, más malo que un dolor? ¿Es la opinión de Nebot representativa realmente de la mitad de la población?

Recuerdo perfectamente cuando, hace ahora un año, empezó todo el revuelo tras las palabras de Asia Argento en el festival de Cannes, afirmando haber sido violada por Weinstein, y el posterior twitter de Alyssa Milano instando a utilizar el hashtag #Metoo en redes. ”Si todas las mujeres que han sido víctimas de acoso o abuso sexual utilizaran la palabra Metoo en su estado”, decía, “el mundo podría hacerse una idea de la dimensión del problema”. Y vaya si lo hicieron. Yo, que siempre llego tarde a las modas, cuando vi tanto #Metoo pensé que una oleada de violaciones, perfectamente orquestadas y simultáneas en el tiempo, estaban sacudiendo el planeta. Algo horrible y sin explicación estaba ocurriendo a nivel global. Como si a M. Night Shyamalan le hubieran dejado dirigir la película de nuestras vidas con presupuesto abierto. Pero no. Era exactamente lo que la Milano había dicho. Bajo el hashtag #Metoo, cualquiera podía contarnos desde una violación grupal violenta y horrible, a cuando en sexto curso un compañero de clase le tocó el culo en educación física al pasar corriendo por su lado. Todo quedaba englobado bajo un mismo epígrafe. Todo era abuso, sin gradaciones ni matices. La Escala de Magnitud de Abusos del nuevo feminismo iba de cero a uno, siendo cero la nada y uno, todo lo demás. Un magma que va desde el piropo impertinente de un obrero de la construcción, al sexo no consentido más violento y ofensivo que una mente enferma sea capaz de imaginar. Hala, ya os acabo de dar el desayuno con esta imagen.

El caso es que, pasado un año, hay que reconocerle a este movimiento el mérito de haber hecho sentir a mujeres que realmente han sufrido abusos que no están solas, que son muchas y que unidas tienen más poder. Que los culpables no pueden salir indemnes de esto y deben pagar por lo que han hecho. Hay que admitir que ha levantado la alfombra bajo la cual se escondía alguna de nuestras miserias como sociedad. Ahora bien ¿a costa de qué? Pues para empezar, de la presunción de inocencia. Los casos de Aziz Anzari, en Estados Unidos, o de Antonio Castelo, en España, son solo algunos ejemplos. Basta que una cita salga mal o que hayas encendido el aire condicionado un grado por encima de lo deseado, para que alguien pueda acusarte de abuso o acoso en redes. Nadie va a cuestionar nada, tu reputación estará por los suelos en lo que tardas en convertirte en trending topic. Porque, ahora mismo, poner en duda la palabra de una mujer en estos casos, o exigir pruebas de esos hechos, es deporte de riesgo. Cuestionarte por un momento que lo que se esté contando pueda no haber sido exactamente así, o el simple acto de escuchar la versión contraria, te empuja directamente al bando contrario, al de los cómplices. Y obviamente, en la Escala de Magnitud de Abusos del nuevo feminismo es el equivalente a violador en serie, ya que estaríamos en un uno sobre uno.

Si reconocemos al #Metoo haber conseguido lo que pretendía, dar visibilidad en toda su magnitud a un problema atávico poniendo el foco en el abusador y no en la víctima, hay que reconocer también que ha dejado muchos cadáveres en el camino. Junto a la presunción de inocencia y la diferencia entre matices y grados en cada caso contemplado, yace también en una cuneta aquel tiempo en que cada uno era responsable de sus actos y no de los de todo aquel con el que comparte genitales. Ahora la culpa es endémica a la mitad de la población. Ser hombre es sinónimo de ser abusador o serlo potencialmente, en el mejor de los casos. O terrorista, como apunta Marta Nebot.

Este nuevo feminismo, violeta e histérico, nos está empujando a interiorizar que la mujer es débil, inocente, desamparada y violentada, por defecto y a lo largo de los siglos. Y que los hombres llevan el mal en su ADN. ¿Estamos condenados a que cuaje esta corriente binaria y acabemos como en un programa de Torrebruno, cada bando en una esquina del cuadrilátero dispuesto a vencer al contrario a grito pelado? Yo confío en que no. Qué quieren que les diga, a mí esta victimización de nuestro género me parece más machista que el propio machismo que se pretende combatir. Confío en que alguien despierte por fin y deje de alentar con su imprudencia y por interés propio estas manifestaciones que van en contra del más elemental sentido común. Pero mientras eso sucede, nos toca contemplar con resignación cómo el feminismo fetén sigue circulando por las redes, haciendo todo el ruido posible, cuesta abajo, sin frenos y sin nadie al volante.