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Palabra de mujer. Te alabamos mujer

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Creo que voy a empezar hoy haciendo un llamamiento. Tengo un mensaje importante. Por favor, que alguien le quite a Carmen Calvo el acceso a Twitter antes de que se haga daño o haga daño a terceros. Gracias

Creo que voy a empezar hoy haciendo un llamamiento. Tengo un mensaje importante. Por favor, que alguien le quite a Carmen Calvo el acceso a Twitter antes de que se haga daño o haga daño a terceros. Gracias.

Supongo que no servirá de nada, pero yo tengo que intentarlo. Después del tweet con el que nos ha amenizado la semana, es lo mínimo que puedo hacer desde esta humilde columna. ¿Lo habéis leído? Qué pregunta. Pues claro que sí. Como para no leerlo. Dice así (y cito literal, o sea que copio y pego):

“Proteger la libertad sexual de las mujeres implica aceptar la verdad de lo que dicen. Las mujeres tienen que ser creídas sí o sí, como en cualquier otro tipo de delito. Las víctimas deben contar con la solidaridad del Estado”.

Chúpate esa.

Las mujeres tienen que ser creídas sí o sí. Por el mero hecho de ser mujeres. ¿Dónde queda entonces la presunción de inocencia? Se equivoca la ministra, y además es una irresponsable, cuando hace esta afirmación. En un juicio con garantías, el acusado no tiene que demostrar su inocencia porque se le presupone. Es básico en un estado de derecho. Es su culpabilidad la que debe ser demostrada. No podemos adjudicar la credibilidad de antemano a alguien basándonos en su genitalidad. Por mucho que se atreva a afirmarlo la vicepresidenta en un alarde de torpeza francamente escandaloso.

Solo hay que cambiar la palabra “mujer” por cualquier otra palabra para darse cuenta de la barbaridad. Podéis probar con pelirrojos, diseñadores gráficos, directivos de multinacionales, gitanos o señores de Murcia. Un saludo, por cierto, a todos los señores de Murcia con sentido del humor. Que son todos menos uno, que ya se ha puesto en contacto conmigo para afearme mi conducta. Pelirrojos aún no me han llamado para quejarse, aunque sí lo ha hecho la novia de uno. Pero es mi amiga Esther y no cuenta. Volvamos a lo de la Calvo.

Solo en un régimen totalitario cabe la idea, tan alejada de cualquier mínimo respeto por los derechos humanos, de que la palabra de alguien sirva por sí misma para declarar culpable a otro. Porque no nos equivoquemos, otorgar a una mujer por el mero hecho de serlo el don divino de ser poseedora de la verdad más absoluta significa, ni más mi menos, que despojar al hombre por el mero hecho de serlo de toda credibilidad y de su derecho a una defensa justa. ¡Qué atropello! ¿Os imagináis que llegue a introducirse algo así en el código penal? ¿Os imagináis lo que podría suponer? Juicios sumarísimos en los que la mujer no sería cuestionada mínimamente, no tendría que aportar más prueba que su palabra y quizás, en casos que pudieran inducir a confusión, una prueba médica que corrobore su sexo. Eso o levantarse la falda mientras declara. Buena suerte, señores.

Es tan descabellado que la vicepresidenta de un país democrático pueda soltar semejante perla y quedarse tan pichi, que prefiero dudar de su equilibrio emocional y mental, que pensar que es mala fe pura y dura. No olvidemos, además, que estamos hablando de una persona que es doctora en Derecho Constitucional; y que la Constitución Española ampara inequívocamente la presunción de inocencia. Por no hablar de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

No, en serio: alejen las bebidas espirituosas del despacho de Carmen Calvo en horario laboral. Eso o que alguien le envíe, con notas al margen y por correo, los apuntes de la universidad.

Eso sí, voy a aprovechar que este par de peras y lo que tengo entre las piernas me otorgan el poder de soltar por esta boquita verdades como puños (no lo he dicho yo, lo ha dicho la Ministra) para decir alto y claro que, en contra de lo que afirma Carmen Calvo, no me da ninguna tranquilidad lo que ella propone. Ni siento mi libertad sexual preservada. Como mujer, un estado que pretende desamparar a la mitad de la población en una especie de acto de revanchismo sin fundamento alguno, mas que el rencor y la ideología de género extremista, no me parece una garantía de nada. De nada bueno. Y no creo que los derechos de unos deban ser protegidos despojando de los suyos a nadie. No acabo de entender este empeño en dividirnos en opresores y oprimidas a costa de lo que sea. De los derechos más fundamentales, incluso.

Señora Ministra, si esta es su propuesta para protegernos a las mujeres, déjelo. De verdad. No se moleste. Me parece que ahora urge más que nos protejan de usted a todos los españoles. Si lo ha dicho convencida de que es así, porque es usted una irresponsable y no está capacitada para ocupar la vicepresidencia de un país democrático pretendiendo atentar contra un pilar básico de un estado de derecho. Y si es consciente de la inviabilidad y de la inconstitucionalidad de esa medida, por mentir a porta gayola a la sociedad con una afirmación espuria y porque su única intención sería conseguir rédito electoral a costa de un problema que preocupa realmente a todos. No sé cuál de las dos posibilidades me produce más repugnancia.

Si esta es su última oferta, pare en la siguiente que yo me bajo.

Bueno no, no me bajo. Porque la vida siempre te sorprende para bien en algún momento. No me bajo porque existe gente como Ernesto Reinares, que tiene un corazón enorme e invierte su tiempo libre, mano a mano con Álvaro Soldevilla, en fabricar con su impresora 3D unas fundas maravillosas de superhéroes para que alberguen las bolsas de suero de los pequeños pacientes infantiles que sufren enfermedades oncológicas y deben recibir quimioterapia. Y va a entregárselas estas navidades en el hospital de Pamplona vestido de Iron Man. Es hombre, es mi amigo y es una buena persona.

Ernesto, llevando sonrisas y alivio a todos estos niños para hacerles un poco menos duro ese trance, me reconcilia con el género humano cuando más lo necesito.

Más Ernestos y un café con leche. No necesito más. Feliz domingo.