San Valentín
¿Quién fue San Valentín?
Una doctora en Historia Medieval analiza la figura del Santo
Pocos imaginan la verdadera historia del santo y en cómo ha derivado en un día de lo más comercial donde sobre todo se celebra el enamoramiento, más que el amor.
Poco se podría imaginar el papa Gelasio I, al incluir en el santoral la memoria de San Valentín a finales del siglo V, que esta festividad se convertiría en una de las más populares del mundo occidental actual. Mientras que en su época la defensa del dogma de la iglesia ante herejes y heterodoxos era el epicentro del debate entre los sabios y eruditos, así como otras cuestiones asociadas a los principios del poder, hoy el día el péndulo ha basculado hacia lugares de debate intelectual insospechados para una mente de la tardoantigüedad.
San Valentín tampoco fue un santo que murió por amor. De hecho, los especialistas no han podido concluir si fue un mártir del siglo III, un obispo de dicha centuria u otro prelado del siglo V; aunque el primero fue un presbítero volcado a casar soldados, a pesar de la prohibición imperial, y muy popular en Francia. Sea como fuere, Gelasio no lo rescató para el calendario cristiano como protector de los enamorados y la vida del mártir no estuvo bajo el carisma de guardián de aquéllos, si bien hemos llegado hasta nuestros días asociando a San Valentín con el amor. Y las grandes empresas de venta han incorporado esta fecha dentro de su calendario importante de ventas.
No puedo menos que ruborizarme cuando llega el 14 de febrero pues me recuerda a mi época de noviazgo y, aunque rechace todo el tema mercantilista que arrastra, no deja de ser una especie de despertador interior en el que valoro cada año que el amor es un asunto serio y más trascendente que un gesto de cariño hacia la persona amada materializado en un regalo. Lo que esconde el hecho comercial del regalo es una dádiva, una entrega, y aunque hoy no se valore o comprenda más allá del mero obsequio; este símbolo conlleva un algo más profundo. El papa Francisco, en su Encuentro con los jóvenes el 18 de enero de 2015 en Manila les decía: "El amor te abre a las sorpresas, el amor siempre es una sorpresa, porque supone un diálogo entre dos: entre el que ama y el que es amado”. Y, en efecto, yendo más allá del amor afectivo sobre el que escribió Enrique Rojas “El enamoramiento es un sentimiento positivo de atracción que se produce hacia otra persona y que hace que se la busque con insistencia”, el pontífice lo explicaba dentro de la dimensión cristiana de la persona: “Y de Dios decimos que es el Dios de las sorpresas, porque él siempre nos amó primero y nos espera con una sorpresa".
Al margen de la lógica del mensaje del Sumo Pontífice argentino, que va más allá del espacio reservado para los fieles católicos; detengámonos un poco sobre la definición del psiquiatra granadino, pues tiene mucha tela que cortar. A finales del siglo XVII el protestante Maximiliano Misson describió cómo en Inglaterra existía una costumbre entre los jóvenes la víspera del 14 de febrero, cuando el invierno estaba tocando a su fin. Bajo un divertido juego, se anotaban los nombres de los jovencitos en trocitos de papel y se sorteaban para emparejarse, bailar y pasar el día, acabando muchas veces en noviazgos. Asimismo, San Francisco de Sales advirtió que estos papelillos también podían aplicarse a la obtención de las virtudes de un santo, variando un poco el juego de los adolescentes, al elegir una figura sagrada. No obstante, esta tradición secular anglosajona desembocó en el siglo XIX en un intercambio epistolar entre Valentinas y Valentinos, llegando a doblar el trabajo de los empleados de correos de algunas localidades. Este conjunto de tradiciones, muy arraigadas en las Islas Británicas (Buchanan, Ben Jonson, Gray, Goldsmith), describe el itinerario emocional descrito por el Dr. Rojas y que va desde el juego y la admiración atracción física y psicológica, hasta una decisión consciente de entrega. Un encuentro que cambia toda la vida y que la ilumina, y que es la fase inicial de un compromiso.
Este encuentro singular entre dos personas, entre un hombre y una mujer, señala la etapa más sublime de un amor natural donde dos seres van construyendo su propio universo, un mundo privado y propio que les distingue de los demás. El “eres el amor de mi vida”, “te quiero para siempre” y tener mariposas en el estómago mañana, tarde y noche con la cabeza sólo para el ser amado supone una experiencia única e irrepetible, e incluso más de uno daría su vida, como el mártir romano o los enamorados veroneses de Romeo y Julieta. Las emociones y la sensibilidad afloran, pero como vienen...posiblemente se van, y por ello estar enamorado es el flujo de unos sentimientos al servicio de un mero goce, contemplación o placer? Desde luego que una buena parte de nuestra cultura de “usar y tirar” ha centrado y asumido al amor con este rito iniciático, provisional y al albur de los vientos; demos, por ejemplo, un repaso a la filmografía o series más recientes. Aunque no reparemos en ello, el amor hoy se asocia a la fase del enamoramiento, y de ahí que estemos rodeados de situaciones en las que “se ha acabado el amor”, llenándose las consultas de psiquiatras y psicólogos que realizan terapia a parejas o personas bajo la angustia del fracaso amoroso.
Pero el amor que se despierta o rememora en San Valentín, al que también alude Shakespeare en su personaje de Ofelia, es más que la pasión pasajera, es ese baile que no termina, que no cansa y que está arbitrado por conductas positivas y equilibradas; es algo más allá del enamoramiento: es el verdadero amor. Te invito y lo hago yo misma el ejercicio, de comenzar sacando cada día ese “mismo” papelillo del juego inocente de esos adolescentes ingleses: ¡Que comience el juego!
Julia Pavón Benito es Doctora en Historia Medieval por la Universidad de Navarra
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