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Salud mental materna

“Tener que parir a tu bebé sabiendo que está muerto sucede muy pocas veces, pero sucede”

15 de octubre: Día Mundial de la muerte gestacional y perinatal

Virginia del Río posa feliz esperando a su bebé meses antes del fatal desenlace
Virginia del Río posa feliz esperando a su bebé meses antes del fatal desenlacelarazon

Virginia dio a luz a su hijo muerto en la semana 39. Justo cuando quedaba una semana para su nacimiento su corazón dejó de latir. Le pasa a pocas mujeres, pero sucede. Es un duelo tan difícil de superar como la muerte de un hijo ya nacido pero con la desventaja de que la población lo entiende menos o le resta importancia.

Me costó elegir su nombre, pero cuando descubrí su significado no tuve dudas. “Él es la luz”, eso quería decir. Y era la luz. Mi luz. Uriel llegó al mundo el 24 de enero de 2018, pero se había marchado un poco antes. Seguramente esa noche, después de una visita a mi ginecólogo, que confirmó que todo estaba en orden y que en breve le veríamos la carita. Pero, en un instante, todo cambió. A la mañana siguiente dejé de notarlo, me fui a urgencias sola, con el cuerpo revuelto pero sin la menor idea de lo que estaba sucediendo, y tres palabras cambiaron mi vida para siempre: “no hay latido”, me dijeron. Era la semana 39 de gestación y ya casi estaba abrazándolo, cuando el sueño de mi vida se dinamitó en un segundo, llevándose por delante mi alegría, mi fe y mi ilusión.

Desde ese momento, el caos.

Mientras me entregaban el camisón y me cogían la vía, pasé mucho tiempo con los ojos cerrados, pero ni siquiera dos Valium intramusculares consiguieron que pudiese descansar esa noche. Con mi hijo todavía dentro de mí, todo en cuanto había creído se desmoronaba entre contracción y contracción. Uriel fue un niño muy querido y muy luchado. Decidí ser mamá sola y después de cinco intentos de inseminación artificial y una fecundación in vitro conseguí mi ansiado positivo. Fue la época más luminosa de mi vida, la más feliz. Fue una verdadera revolución, me volví invencible, y sentí que crecía a la par que crecía mi tripa.

Su muerte arrasó con todo.

Intento recordar cómo era yo antes de Uriel, pero no lo recuerdo. Sé que lloraba menos y tenía menos miedo. A convivir siempre con esta ausencia que me machaca el alma. Miedo a este silencio, porque nos falta su risa. Miedo al miedo. Recuerdo que los primeros días no quería dormir porque al despertar volvía a ser consciente de que Uriel no estaba. Y, al mismo tiempo, quería dormirme y abrir los ojos mucho después, cuando el tsunami hubiera pasado.

Mi estancia en el hospital fue buena, dentro de unas circunstancias tan devastadoras. Confiaba plenamente en mi ginecólogo y su equipo y su cercanía y comprensión me facilitaron el camino. Quizá unieron fuerzas para hacerme la travesía lo menos dura posible, ubicándome, por ejemplo, en una habitación individual apartada del resto de la planta de maternidad. Pero me consta que no sucede así en todos los casos. Yo misma percibí que, al comunicarme la mala noticia, nadie sabía qué hacer ni qué decir. Sólo recuerdo haber sentido que el suelo se abría bajo mis pies y que la cordura se me escapaba de las manos. Me sorprendió que en ese momento no existiera un protocolo que se activase de manera urgente y que un psicólogo del hospital acudiera inmediatamente para sostenerme. Lo tuve, lo he tenido todo este tiempo, pero de forma privada. Por suerte, cuento con una red de soporte muy fuerte, en todos los sentidos. Pero creo que es inadmisible que una mujer se encuentre con un grupo de facultativos que no sabe cómo manejar el tema tras comunicar esa noticia tan terrible.

Volver a construirse después de un mazazo así es posible, pero lleva su tiempo. He bordeado el precipicio viendo desde arriba la profundidad de la caída. He vagado mucho tiempo por la fase de la negación del duelo. Es muy difícil aceptar que algo que sucede tan pocas veces te pase a ti. También quedé atrapada por la ira, enfadada con la vida por ser tan injusta con nosotros. He creído empezar a asimilarlo y al día siguiente levantarme otra vez dentro del agujero. El dolor te asalta a cada esquina. A mí todavía se me hace un nudo en las tripas cuando alargo la mano en la cama y no encuentro a mi hijo en su cuna. Con la de veces que había visualizado ese momento en las interminables noches de insomnio de las últimas semanas de embarazo...

Pero, a pesar del sufrimiento, nunca he bajado los brazos. A lo mejor es que no he perdido la fe del todo y sigo creyendo en esa energía que me está enseñando a caminar de nuevo echándole de menos.

Tener que parir a tu bebé sabiendo que está muerto sucede muy pocas veces, pero sucede. Se llama muerte perinatal y le pasa a cuatro de cada dos mil mujeres embarazadas, según las estadísticas. La autopsia y el estudio que me hicieron a mí concluyeron que había sido solo mala suerte, y con eso convivimos. Cuando Uriel se fue busqué apoyo en la red y apenas encontré nada. Por eso me he animado a crear un blog basado en nuestra historia (www.tengounaestrella.com) y en cómo he sobrevivido a este golpe. Me resulta terapéutico escribir y me gustaría arrojar un poco de luz y de esperanza a las mamás y papás de bebés estrella que están perdidos como una vez lo estuve yo. Nuestra propia incapacidad y la de los demás para aceptar la muerte y el dolor hacen que haya temas de los que no se habla, y es necesario visibilizar y mantener presentes a nuestros hijos aunque no los podamos abrazar. Nadie está preparado para convivir con el desastre que supone perder a tu bebé antes de que nazca, y tener que cambiar los pañales por los clinex. Por eso, hablemos de esto.

Ahora a veces me sorprendo sonriendo mientras pienso en esas 39 semanas juntos. Se apagó su vida, pero no su magia, y Uriel nos inundó de luz a todos. Su recuerdo está tan vivo que siempre está presente aunque no le podamos ver. Y es tan grande el amor que hay en mí, que está reparando este corazón roto que una vez latió por los dos.

A Uriel, mi hijo amado. A todos los bebés estrella. A las mamás y papás que nos tuvimos que despedir de ellos antes de conocerlos.

Virginia del Río

Instagram: @vir_gin

Twitter: @Virginia_delrio