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Una gala tostonazo, buenista y autocomplaciente

Silvia Abril y Andreu Buenafuente, los presentadores de la gala
Silvia Abril y Andreu Buenafuente, los presentadores de la galalarazon

Varios de ellos agradecieron sus premios a “las académicas y los académicos” y me resultó una fórmula tan artificiosa que no me extrañaría que hubiera ahí una indicación de utilizar un lenguaje inclusivo desde el respeto, la transversalidad, alejado de los estereotipos que perpetúan los roles de género y las masculinidades tóxicas (lo he dicho todo de carrerilla, un respeto).

¿A vosotros también os pasa que todos los años pensáis que, la de este, ha sido la más larga, más tediosa y más aburrida gala de los Goya de todos los tiempos? Yo todos los años caigo, como una tonta, y me preparo con entusiasmo para el acontecimiento. Parezco nueva en la vida, de verdad. No aprendo. Todos los puñeteros años me monto mi película (yo sí merezco un Goya al optimismo) como si esta vez, esta sí, fuera la definitiva. Año tras año, la liturgia es la misma: teléfono apagado, pijama, alhambras bien frías, un par de paquetes de Facundo, la ceremonia sintonizada y el ordenador listo para comentarlo a tiempo real con los amigos. Todos los años espero con emoción a que empiece. Como un niño en un orfanato al que nunca le han traído nada los reyes esperando a que este cinco de enero sea el primero en que lo hagan. El año del gran regalo final. Pero no.

Un año más, en este déjà vu cíclico en el que me veo inmersa, he visto la más larga, tediosa y aburrida gala que se haya visto jamás. Tampoco es que yo confiara mucho en que Andreu “nimediabroma” Buenafuente y señora fuesen a presentar la ceremonia con los gags más transgresores e ingeniosos de la historia. Pero entre Ricky Gervais y un crío de ocho años descubriendo los chistes de pedos hay todo un amplio abanico de grados de humor al que se podían acoger.

Empezamos regular con el vídeo en el que huyen en coche porque todo el mundo les persigue porque están enfadados debido a lo mal que lo han hecho, pero consiguen volver atrás e intentarlo de nuevo con un aparatito del tiempo del que ya habían hecho uso Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla en su momento. Vale. Al menos no ha sido un sueño de Resines. Por lo menos no han intentado de nuevo meternos actuación musical con famosos o vídeo que enlaza los títulos de todas la películas nominadas. Eso ya se agradece y es interpretado por mi parte como prueba de buena voluntad, más o menos fallida, pero buena voluntad al fin y al cabo. Sensación que desaparece rápidamente con el speech de presentación en el que forzadísimamente meten alguna gracieta que pretende ser irreverente. Una dirigida a Echenique y su silla de ruedas y otra sobre el feminismo de Dolera serán lo más insolente que veremos en toda la noche. Un saludo a todos los que fueron listos, y justo en este momento, se marcharon a dormir.

La actuación de Rosalía, con una versión de “Me quedo contigo”, que me hizo echar de menos a Los Chunguitos no habiéndolos echado yo ni de menos ni de más en toda mi puñetera vida, fue de lo mejor de la gala. Y eso que en lo que duró la canción bostecé tres veces y aproveché para ir a hacer pis y reponer cervezas.

Fatal, tengo que decirlo, la parte de los fallecidos. Esos planos abiertos gracias a los cuales era imposible leer el nombre del finado y la idea de bombero de bajar el sonido para que los aplausos no nos impidiesen escuchar la melodía, interpretada por un Rhodes con cara de engrosar la lista él mismo antes de acabar su actuación. Una cosita, señores que toman decisiones en galas televisadas, los aplausos nos sirven a los despistados que estamos en casa para saber si el fenecido en cuestión era más o menos famoso, más o menos querido por los compañeros. Esas cosas las deducimos nosotros por la intensidad de los aplausos. Si nos los bajan, nos dejan sin poder pensar “uy, pues a este qué poco le han aplaudido” o “pues este parece famoso y no me suena”. Y creedme, cuando te estás aburriendo hasta el punto de ordenar las cáscaras de las pipas que te vas comiendo por tamaño, estos pequeños detalles se agradecen.

Esta edición de los Goya, de todos modos, será recordada como “La de la tuna”. Porque alguien tuvo la maravillosa idea de sacar a la tuna. Alguien tuvo el cuajo de presentar esa idea a sus jefes sin reirse, conseguir que la aprobaran y, en lugar de bajarse del burro y reconocer que era una apuesta y que la cosa acabara ahí, que no pasara de ser una especie de “no hay huevos” entre amigos borrachos, retirarse y ahorrarnos el bochorno, pues no. No contento con eso lleva a la tuna, a una batucada y a dos muñecos hinchables gigantes. Y no contento todavía, decide que Buenafuente salga bailando en mallas en lo que, por un momento, me pareció un número con mimos. Os lo juro. Un mimo es lo único que le faltó a ese número para ser un compendio de todas mis pesadillas recurrentes.

No faltaron, por supuesto, las reivindicaciones feministas. Pero mira, me pareció hasta bien. Quizás porque yo me esperaba la gala más desmesurada en ese aspecto. Me pasaron desapercibidos los tan anunciados abanicos rojos y tan solo vi alguno en la alfombra roja (inciso: no se pierdan la columna de Carla de La lá al respecto). Al estar en Sevilla tampoco les di más importancia y tardé un rato en asociar una cosa con la otra. Y lo hice al extrañarme la mala calidad de los mismos. Una no va a la fiesta del cine español con un vestido de pastón y pico y un complemento tan baratillo. Yo es que las pillo al vuelo.

Me pareció intuir alguna consigna sugerida a los nominados. Varios de ellos agradecieron sus premios a “las académicas y los académicos” y me resultó una fórmula tan artificiosa que no me extrañaría que hubiera ahí una indicación de utilizar un lenguaje inclusivo desde el respeto, la transversalidad, alejado de los estereotipos que perpetúan los roles de género y las masculinidades tóxicas (lo he dicho todo de carrerilla, un respeto). Me quiere parecer a mí que, como diría Gila, alguien le había dicho algo a alguien.

Yo creo que, puestos a llevar el esquizofeminismo hasta las últimas consecuencias, en esta gala deberían haberle dado el Goya a mejor actor protagonista a una mujer. A Penélope Cruz. Que estaba muy mona y muy sonriente, pero había elegido fatal el vestido.

Resumiendo: un tostonazo de gala buenista y autocomplaciente, con momentos realmente bochornosos (el gag en el que se le engancha a el vestido a Silvia Abril y se queda en ropa interior, la imitación de Groucho por parte de un Buenafuente sobreactuadísimo y abofeteable, o el momento Berto Romero y Broncano colgados del techo y que yo aproveché para acabar un par de cosas que tenía pendientes, como limpiar la plata), en la que no quedó ni una sola minoría social por ser representada y premiada. Ganó “Campeones” a mejor película (¿Alguien se sorprendió?), Antonio de la Torre y Susi Sánchez se llevaron el premio a mejor actor y actriz protagonistas y yo anhelé que un alma caritativa me diera un golpe seco en la nuca y acabara con mi sufrimiento. Por lo demás, todo bien, gracias.