
Turismo
El pueblo de Galicia que se asoma al abismo sobre los acantilados más altos de la Europa continental
Se trata de un pedacito de tierra a los pies del Atlántico que mezcla restos de viejas defensas con la vida portuaria

Hay lugares en los que el Atlántico golpea la costa hasta moldearla y elevarla, convirtiéndola en una especie de fortaleza vertical en la que el horizonte parece más cercano. Allí, cuando amanece, la niebla suele espesarse, como la nata en el café, relamiendo las laderas, mientras que el sonido del mar, oculto entre el manto blanco, se mezcla con el silbido del viento. En invierno, como ahora, la luz es breve y plateada, ofreciendo sombras que recuerdan al viajero que está ante una de las fachadas de acantilados más espectaculares de la vieja Europa.
Un escenario en el que el ser humano aprendió hace siglos a convivir con la naturaleza, a construir refugios junto al agua, a abrir calles empinadas que desembocan en plazas con abrigo y a levantar defensas ante corsarios y ejércitos que llegaban a través del mar abierto. Sus habitantes arrastran, todavía hoy, la perenne sensación de que viven en un pedacito de tierra hermoso y duro al mismo tiempo, un balcón que desafía al océano suspendido sobre él.
Sin embargo, cuando uno se adentra en este territorio atlántico, comprende que está pisando una villa que guarda algunos de los secretos mejor conservados de la costa coruñesa: acantilados que figuran entre los más altos de Europa, restos de fortificaciones del siglo XVIII, plazas portuarias marcadas por la vida marinera y miradores que revelan la magnitud de un paisaje casi sobrenatural.

La historia escrita en la piedra
En la pequeña villa de Cedeira (A Coruña) el origen es remoto: la presencia de restos de la Edad de Bronce y de castros vinculados a los Lapatiancos en la zona deja claro que aquí hubo vida mucho antes de que existieran muelles o embarcaderos.
La Edad Media aportó nuevas capas a esa historia. Portones del siglo XII, como la antigua Porta da Vila, recuerdan aquellos tiempos en los que la caza del lobo era parte de la vida cotidiana en la sierra, y las iglesias góticas que aún se conservan hablan de un pasado donde la devoción y el mar iban de la mano.
Con el paso de los siglos, Cedeira pasó a depender de la poderosa Casa de Lemos, y sus calles estrechas, empedradas y salpicadas de casas marineras siguieron creciendo en torno al puerto. Cada rincón del casco antiguo evoca una época en la que las mareas dictaban el paso del tiempo.
La fortaleza que guardó la ría
En uno de los extremos del paseo marítimo se levanta el Castillo de la Concepción, una construcción defensiva erigida tras el ataque inglés de 1747 para vigilar la entrada a la ría. Fue un bastión estratégico, equipado en su mejor momento con una quincena de cañones que custodiaban la bahía e impedían el avance de cualquier embarcación enemiga.

Hoy, restaurado y convertido en centro de interpretación, el visitante puede recorrer su polvorín, las salas donde vivían los soldados y los espacios que almacenaban víveres y munición. Maquetas de navíos, uniformes y piezas artilleras narran la historia de un enclave militar que durante décadas fue la primera línea de defensa de este punto del Atlántico.
Plazas con alma marinera
Este territorio no se entiende sin sus plazas, convertidas en auténticos salones abiertos al océano. La Praza Roxa —llamada así por el tono rojizo del pavimento— se asienta frente al mar y funciona como punto de encuentro para vecinos y viajeros. A pocos metros, la tradicional Praza do Peixe recuerda la intensidad de la actividad pesquera que marcó durante generaciones la economía y el pulso de la villa.
Son espacios que combinan calma y bullicio, donde huele a café recién hecho por las mañanas y a salitre por las tardes. En sus terrazas se escucha la cadencia de conversaciones que hablan de mareas, temporales y días de pesca buena.
Miradores hacia lo imposible
Pero es en la sierra de A Capelada donde este rincón de Galicia revela toda grandeza. Allí se alzan los acantilados de Vixía Herbeira, que superan los 600 metros de altura y figuran entre los más elevados de Europa continental.
El mirador del Cruceiro de Teixidelo ofrece una panorámica majestuosa: la línea quebrada de la costa, el azul profundo del océano y las paredes de roca cayendo en vertical. Más adelante, la ermita de Santo Antón de Corveiro —del siglo XVII— se sitúa en un promontorio privilegiado, desde el que se divisa la entrada de la ría y el cabo Frouxeira, siempre envueltos en una luz cambiante que multiplica la belleza del paisaje.
✕
Accede a tu cuenta para comentar


