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Gastronomía

María Gómez y la exuberancia cartagenera

El Campo de Cartagena y el mar Mediterráneo son el leitmotiv de su casa. Se surte del recetario y la despensa regionales para crear una propuesta fresca, contemporánea, en un inteligente equilibrio entre la modernidad y la tradición

María Gómez
María GómezLR

La chanza y la burla son deportes nacionales. Tras años en los que Lepe y sus vecinos fueron objeto de toda clase de chistes, desde hace un tiempo hay una cierta querencia, malsana y jodona (disculpen la palabra) por vilipendiar a lo murciano. Y resulta injusto cuando esta tierra levantina alberga espacios naturales fascinantes. En los últimos tiempos, la despensa de costa y monte de esta región ha alumbrado a grandes cocineros que ponen en el mapa el potencial de la región. Una de ellas es María Gómez, que ha convertido Magoga (una estrella Michelin y dos Soles Repsol) en una parada obligatoria.

Nacida en Fuente Álamo (Murcia), se formó en el Basque Culinary Center y en la Escuela AIALA de Karlos Arguiñano. Siguió aprendiendo con leyendas como Arzak y Ferran Adrià. Y se enamoró de Adrián Marcos, un madrileño que cambió los rascacielos de la capital por la soleada costa que hechizó a Asdrúbal. Y allí fundaron un espacio en el que María pudiera desarrollar una cocina de recuerdos ligada a la historia de la ciudad y las vivencias de su niñez, en la que los fogones de su abuela y el pastoreo del abuelo marcaron sus primeros años. El Campo de Cartagena y el mar Mediterráneo son el leitmotiv de su casa. Se surte del recetario y la despensa regionales para crear una propuesta fresca, contemporánea, en un inteligente equilibrio entre la modernidad y la tradición.

En sus platos, de gran belleza, encontramos pescados y mariscos de la bahía de Cartagena, ostras del Mediterráneo y criaturas montunas, como el delicioso cordero lechal del Parque Regional de Calblanque o el chato, cerdo autóctono, que estuvo a punto de desaparecer y que hoy vive feliz alimentándose de higo seco y algarroba. Las verduras de secano tienen gran peso. Las obtiene de El Soto, una finca ecológica de secano que ya pertenecía a sus abuelos. Algarrobos, almendros centenarios, higueras y olivos se entremezclan con hierbas silvestres que animan sus creaciones. ¡Beatus ille!