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Vargas Llosa, al monasterio: cambia el amor carnal por el retiro espiritual

El Premio Nobel de Literatura e Isabel Preysler se separan en diciembre: él se irá a Leyre (Navarra) para leer y escribir y ella seguirá en Madrid ocupada con sus actos sociales

Álvaro Vargas Llosa
Álvaro Vargas Llosalarazon

En el monasterio navarro de Leyre esperan la primera semana de diciembre a uno de sus huéspedes más ilustres, todo un premio Nobel Literatura y un autor de "best seller" a nivel mundial. Mario Vargas Llosa tiene dos citas ineludibles al año, y las dos tienen más de mística que de crematística.

El escritor y conferenciante dejará a su pareja sentimental, Isabel Preysler, en Madrid. Huye así de los actos sociales y las cenas de compromiso, necesita reposo metal y le sobran todo… y todos. La socialité lo entiende perfectamente, nunca pone el menor pero a estos viajes del alma. Mario elige el recogimiento, que no la oración, entre monjes y paredes milenarias y ausencia de lujos.

Una simple y austera celda para leer y escribir en soledad, un jardín para pasear y un menú del día que va de los 17 euros entre lunes y viernes y 22 los fines de semana. Pero también hay otras opciones más caras: pedir una ración de jamón ibérico por 15 euros o una tapa de caviar de Yesa, a 40 euros los treinta gramos.

Una fuente cercana al abad del monasterio devela que “los monjes han congeniado muy bien con Vargas Llosa, es un hombre muy sencillo, nada prepotente, habla con todo el mundo, de igual a igual. Aquí viene gente muy importante buscando el recogimiento temporal. Unos y otros son iguales ante los ojos de Dios, en Leyre no se hacen distinciones”.

Curiosamente, si Isabel quisiera acompañar a su pareja podría alojarse en la hostería del exterior, anexa al mismo monasterio, porque dentro no se admiten presencias femeninas. Es una norma ancestral que no ha variado con el paso de los siglos. El monasterio original data del siglo IX, pero de aquel edificio tan solo queda en pie una pequeña parte del muro y un torreón. Fue en el XVI cuando se levantó una construcción que aún perdura.

Pero aunque pudiera acompañar a su pareja en estos días tan especiales, lo de la vida monacal no va con la Preysler. Ella es más de bullicio y compras, de reuniones con amigas (las de los viernes en su casa, con películas y perritos calientes, son notorias) y asfalto. Con Isabel no hay ejercicios espirituales que valgan. Y eso que viene de una familia filipina muy católica.

En cambio, Mario lleva años repitiendo la misma cita, entre sus mejores amigos se encuentran el abad y algunos de los monjes con los que charla en sus viajes monacales. Él se declara agnóstico, pero su mediática novia, a decir de sus amigos, le ha acercado de algún modo a la fe. En una ocasión, y refiriéndose a este monasterio, el literato afirmó que “aquí el silencio es tan intenso, que hasta se le escucha”. Es casi tan intenso como las conversaciones que mantiene con el abad sobre temas relacionados con la religión, la filosofía y la teología.

Ya contamos en otra ocasión que la pasión de Vargas Llosa por los monasterios y la espiritualidad le vino tras empaparse del mundo ancestral con la lectura del libro “La montaña de los siete círculos” de Thomas Merton, un sacerdote entregado a la contemplación y la reflexión en el interior de la abadía de Nuestra Señora de Getsemaní, en el estado norteamericano de Kentucky.