Casas reales
El drama de Ari Behn y Marta Luisa
El ex marido de la princesa Marta Luisa de Noruega acabó con su vida el día de Navidad a los 47 años
El suicidio de Ari Behn resuena ahora como la crónica de una tragedia anunciada. Behn, nacido en Dinamarca y educado en Noruega, casado con la princesa Marta Luisa de Noruega durante catorce años, hasta su divorcio en 2017 -tras declarar que eran «una pareja abierta»-, procedía de una familia desestructurada. Nació en 1972 y sus padres se casaron en 1973. Nueve años más tarde, el divorcio de sus progenitores le obligó a cuidar de sus hermanos menores. Sus padres contrajeron nuevas bodas, con otro matrimonio divorciado amigo de ambos, Jan Pahle y Tone Bjerke, lo que no suele ayudar a que los hijos se ubiquen sentimentalmente. Hace diez años se supo que su abuelo paterno no era su abuelo biológico. Poco antes, los padres de Ari se volvieron a casar. Su padre se encontró con su padre biológico, el mecánico de coches Terje Erling Ingebrigtsen, que falleció antes de que Ari pudiese conocerle.
Marta Luisa, que ya no usa el título de princesa en sus conferencias, se comunica con ángeles y caballos, estudió en un centro de «medicina holística», y se asoció con la vidente Lisa Williams -que decía comunicarse con los muertos-, escribe relatos infantiles y canta. Es novia del chamán, guía espiritual y sanador Durek Verrett, que cree que fue rey en otra vida, exnovio del masajista californiano Hank Greenberg, y que llama a Marta Luisa su «diosa». Vemos así que el entorno de Ari, y de sus tres hijas, cuya custodia era compartida por él con Marta Luisa, no era de una equilibrada solidez y firmeza, un lugar seguro en el que poder guarecerse en épocas de zozobra.
Esta desestabilizante historia familiar pudo ayudar a que Ari se refugiara en la literatura. Ahora bien, basta leer el título de su colección de cuentos «Triste como el infierno» para sentir un estremecimiento. Su próximo libro ya tenía título: «Dispárame, ámame». En 2018 hizo catarsis sobre su divorcio con «Infierno», donde describió sus luchas interiores. Al presentarlo dijo: «Puestos en lo peor, soy un payaso. Visto con más clemencia, soy una persona cualquiera y un actor. Para muchos, soy un loco». Prueba de su descontento consigo mismo fue su decisión de abandonar en 1996 su apellido Bjørshol y tomar el de su abuela. Él sabría por qué.
Entrar a formar parte de una familia real, sin haber nacido en las gradas de un trono, hace arduo e intrincado el camino para aclimatarse a un ambiente que incluye, no solo normas de protocolo y ceremonial y un innato y especial sentido del deber, sino estar en la picota permanentemente, observado y juzgado de modo implacable. Ari demostró no entender dónde se había metido cuando afirmó: «Me critican a mí, y no a mis escritos». La realeza, cuyos miembros no ejercen una profesión que se aprenda en la universidad, desarrolla una función cuyos secretos vienen grabados a fuego durante siglos de práctica.
Hombre creativo, como escritor, diseñador de porcelana, pintor, cantante, modelo, disfrazado de «drag queen» por Barcelona y hasta fingido vagabundo por las calles de Londres, se colgó un aro en la oreja y esnifó cocaína en un documental. Muy criticado por su amistad con el Ministro de Cultura y líder laborista Trond Giske, se enfrentó con un ex oficial de palacio acusado por él de difundir noticias absurdas sobre los Behn. Deprimido tras su divorcio, se definía como «una noticia pasada, aunque el mundo aún no lo sepa», mantenía una relación con la abogada Ebba Rysst Heilmann, diez años menor que él, y acusó a Kevin Spacey, en diciembre de 2017, de haber tocado sus genitales en un club nocturno luego del concierto del Premio Nobel de la Paz.
Es simbólico que quien decía de sí que era «valiente, sinvergüenza, falto de equilibrio, demasiado intenso, y necesario», y que afirmaba que «la reina Sonia me asesinaría si pudiera», haya elegido el día de Navidad, conmemoración de un nacimiento que dará esperanza a toda la humanidad, para abandonar este mundo en una trágica prueba de desesperanza.
La Casa real noruega emitió un comunicado por parte de los Reyes Harald y Sonia, los que fueron sus suegros: «Ari ha sido parte importante de nuestra familia durante años y tenemos recuerdos cálidos y afectuosos». Por su parte, Haakon y Mette Marit, que fueron sus cuñados, dijeron que «fue un buen amigo, un querido miembro de la familia y un tío maravilloso con quien compartimos muchos de los pequeños y grandes momentos de la vida».
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