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Melania y Donald Trump: la última tormenta

Termina el año glacial para el matrimonio. Los medios de EE UU no dejan de especular sobre un divorcio que nunca llega. «Es ella la que tiene una influencia poderosa», se lee en su biografía

First lady Melania Trump looks on beside U.S. President Donald Trump as they attend a signing ceremony for the "National Defense Authorization Act for Fiscal Year 2020" at Joint Base Andrews
First lady Melania Trump looks on beside U.S. President Donald Trump as they attend a signing ceremony for the "National Defense Authorization Act for Fiscal Year 2020" at Joint Base Andrews, Maryland, U.S. December 20, 2019. REUTERS/Leah MillisLEAH MILLISReuters

Uno de los clásicos de la política actual en EE UU consiste en tasar el momento que atraviesan las relaciones entre el presidente y la primera dama. Lo último, en lo que atañe a las noticias de una supuesta ruptura que nunca llega, tiene que ver con las críticas vertidas por Melania Trump contra su marido a cuenta de Greta Thunberg. Donald Trump había escrito: «Qué ridículo. Greta tiene que trabajar su ira, y después irse a un ver un clásico al cine acompañada por un amigo. Relájate, Greta, relájate». Melania, muy activa en la lucha contra el acoso escolar y el «cyberbullying», fue inmediatamente criticada por permanecer callada. Mientras tanto, otras personalidades como Michelle Obama respondieron al presidente y expresaron su solidaridad con la joven: «No permitas que nadie empañe tu luz… Ignora a los escépticos y ten claro que millones de personas te animan». Finalmente, y por boca de la jefa de prensa de la Casa Blanca, Stephenie Grisham, Melania marcó distancias y, de paso, alimentó los rumores habituales respecto a su posible distanciamiento.

Para empezar aludió a la fundación BeBest, apadrinada por ella, que «continuará usándola para hacer todo lo posible para ayudar a los niños». Ya durante la presentación de la misma Melania había afirmado que constituye «un imperativo moral de nuestra generación asumir la responsabilidad y ayudar a nuestros hijos a manejar los muchos problemas a los que han de hacer frente en la actualidad, incluido el fomento de hábitos sociales, emocionales y físicos positivos» y que su fundación defendería «los muchos programas exitosos de bienestar que brindan a los niños las herramientas y habilidades necesarias para su salud emocional, social y física. La campaña también promoverá organizaciones, programas y personas que ayudan a los más pequeños a superar algunos de los problemas que enfrentan al crecer en el mundo moderno». En el comunicado de la Casa Blanca, Grishman ha explicado que «no es ningún secreto que el Presidente y la Primera Dama a menudo se comunican de manera distinta, como la mayoría de las parejas casadas».

La privacidad de Barron

Quiso dejar claro, eso sí, que en opinión de Melania resulta tramposo comparar los comentarios de Donald sobre Greta con las menciones a Barron, su hijo, realizadas por una de las profesoras de Derecho Constitucional llamadas a declarar ante el Comité Judicial del Congreso. A fin de cuentas, «su hijo no es un activista que viaja por el mundo dando discursos. Tiene 13 años y quiere, y merece, privacidad». Juzgue el lector si semejantes palabras ameritan el zafarrancho de combate de la prensa rosa, el runrún de una posible glaciación sentimental, los murmullos dedicados al desamor, las habladurías, las coces, los cuchillos. Quedan lejos, al menos, los días en los que panfletos como el «Hollywood Life» señalaban que el acoso mediático contra Barron, los ataques en redes sociales contra un niño, habían provocado verdaderos ataques de ansiedad a su madre.

Una tormenta a la que la periodista Erin Silvia añadía la angustia que le provocaba a Melania el saberse permanentemente observada, analizada, diseccionada, con los comentaristas apostados como rapaces a la caza de un gesto de debilidad, un mohín de rechazo, un esbozo de enojo o rabia contra el presidente. Meses duros, que coincidieron con las denuncias en Prensa de la actriz porno Stormy Daniels y la modelo de la revista «Playboy»Karen McDougal, que hablaron públicamente de sus supuestos romances con Trump. En aquella ocasión Silvia comentó que la primera dama «se siente paralizada por la ansiedad que le provocan las vergonzosas acciones de su esposo y la última demanda contra Stormy Daniels». También explicaba que «tiene que tener mucho cuidado con lo que dice y a quién. Siente que no puede responder a ninguna pregunta con sinceridad y que siempre está conteniendo sus verdaderos sentimientos. No ha estado calmada o relajada desde que se convirtió en primera dama y las nuevas demandas de Daniels solo han empeorado las cosas».

Los problemas de Melania tienen bastante que ver con la naturaleza absolutamente narcisista de su marido, siempre necesitado de que los medios comenten sobre su figura, incluso con independencia de cómo sean los juicios, al tiempo que ella misma ejercía como modelo. Lo suyo era posar y pasear ropa. Si acaso fotografiar puestas de sol, campos de golf, playas tropicales, apartamentos con vistas a Central Park y aviones privados. De ahí que en un primer momento tratase de comunicarse mediante el morse cifrado de la ropa, eligiendo colores y trajes a la medida de la historia y de su propio humor, con guiños incluidos a Jacqueline Kennedy durante la investidura de su marido. Normal, entonces, que haya redirigido sus esfuerzos hacia su fundación, BeBest. Al menos ahí nadie pregunta por el lugar donde vive, si duermen juntos y comparten dormitorio, que parece que no.

Pero qué corrosivo, por irónico, que la primera dama dedique sus mejores esfuerzos a combatir el acoso, ese que atormenta a su hijo, mientras el padre de la criatura, de madrugada, dedica lo mejor de su insomnio a beber refrescos, enchufarse a la Fox y disparar en redes sociales contra todo lo que se mueve. «Cuando los niños aprenden desde el principio comportamientos positivos en internet», decían en su momento los colaboradores de Melania en la fundación, «las redes pueden usarse de manera productiva y lograr cambios positivos. Los niños deben ser atendidos y escuchados, y es nuestra responsabilidad, nuestra como adultos, educarlos y reforzar que cuando utilicen sus voces, verbalmente o las redes sociales, elijan sus palabras sabiamente y hablen con respeto y compasión».

¿Cielo o infierno?

«La mierda anti-bullying de BeBest», explotó la pasada semana en televisión la periodista, e hija de John McCain, Meghan McCain, después de que Donald Trump insinuara durante un mitin que el congresista John Dingell, fallecido en febrero de este año, debía de estar en el infierno. «No quiero saber nada más de nadie», ha dicho McCain. «No quiero saber de Ivanka, ni de Melania hasta que no sean coherentes y le pongan firme [a Donald Trump]. Mientras él menosprecia a las viudas y a las personas que han servido al país y a los héroes de guerra fallecidos, y algo sé al respecto, y mientras ellas no lo pongan en su sitio, demuestran que son cómplices». Con su facilidad registrada para herir sentimientos ajenos Trump había comentado a la audiencia que recibió una llamada telefónica de la congresista Debbie Dingell, viuda del también congresista, John Dingell fallecido a principios de 2019: «Me llama y me dice: “Es lo más bonito que me ha pasado. Muchas gracias. John estaría muy emocionado. Él lo está viendo todo desde arriba. Muchas gracias, señor”. Yo le respondí: ‘‘Está bien, no se preocupe por eso... Y tal vez él nos esté mirando desde arriba, no lo sé. No lo sé. Tal vez’’».

Sería interesante saber qué piensa Melania de esos comentarios. O de los que escribió el propio Dingell en su lecho de muerte, publicados posteriormente en el «The Washington Post»: «En nuestra era política moderna, el púlpito del matón presidencial parece dedicado a sembrar división y a denigrar, a menudo en los términos personales más irrelevantes e infantiles, a la oposición política. Mi carácter se formó en una era diferente que fue más amable. Éramos respetuosos incluso cuando peleábamos, a menudo amarga y salvajemente, sobre temas de vida o muerte». Parece un buen tema de conversación en las largas tardes de viaje a bordo del Air Force One.