Casa Real
La boda política “por amor” de Doña Pilar
Aunque el Conde de Barcelona buscó su unión con Balduino de Bélgica, la hermana de Don Juan Carlos se casó con Luis Gómez-Acebo con el beneplácito de Franco.
Don Juan de Borbón llegó a soñar con casar a su primogénita nada menos que con Balduino de Bélgica. ¿Se imagina el lector que la Infanta Pilar de Borbón y Borbón hubiese ocupado el trono belga en lugar de su amiga Fabiola de Mora y Aragón? Sabemos por Pedro Sainz Rodríguez, consejero y confidente del Conde de Barcelona, que el proyecto de boda rondó la cabeza de éste hasta el punto de asentir sobre el particular: «Fue una de las cosas que yo barajé… y una a las que más se opuso fue la tonta ésa de la Réthy». Don Juan aludía así a Lilianne Baels, princesa de Réthy, segunda esposa del rey Leopoldo III y madrastra de Balduino, hipotético novio de la Infanta. Sainz Rodríguez terció entonces: «Esa señora –la princesa de Réthy– se opuso porque le fastidiaba que llegara a ser reina de Bélgica una infanta de España, una persona de familia real, como Doña Pilar, de categoría europea». «Y además –añadió Don Juan–, Pilar tenía carácter. Luego, Balduino acabó con otra española, buenísima, y a quien hoy quieren mucho en Bélgica, pero de inferior categoría a Pilar… Tres años antes, en el 57, habíamos ido a pasar unos días a Bruselas. Balduino estaba muy modosito. Era el año de la exposición –hubo que buscar la excusa para jutificar por qué se había ido a tal sitio– y quiso acompañar a Pilar a todos lados. Pero yo vi muy pronto cómo estaba la cosa y, aunque deberíamos habernos quedado cuatro o cinco días, estuvimos allí solo dos». «No creo –apostilló don Pedro, complaciente con la Infanta– que a Doña Pilar le gustase mucho Balduino, ¿no? Era muy soso». «Yo fui el que negoció este noviazgo –admitió Don Juan–, y mi hija, la Infanta, hubiera estado dispuesta a lo que ella consideraba un sacrificio, como lo están todas las princesas bien educadas, ¡vamos!».
Consumado el fracaso de su gestión, parece como si el Conde de Barcelona pretendiese dar la impresión de que el regio enlace no le convencía del todo. Máxime si la versión de la corte de Bruselas difiere por completo de la suya. Sabemos así por varios biógrafos del monarca belga que la reina Victoria Eugenia le dijo poco antes a su nieta Pilar: «Para la visita del rey Balduino tráete a una amiga poco llamativa». Pilar obedeció y se llevó a Fabiola de «carabina». Pero el tiro, como todo el mundo ya sabe, le salió por la culata a nuestra Infanta y la susodicha Fabiola acompañó finalmente al rey de Bélgica hasta el altar el 15 de diciembre de 1960.
Un ex ministro
Hubo que aguardar siete largos años para que la Infanta que pudo reinar se decidiese a contraer matrimonio con el abogado madrileño Luis Gómez-Acebo. Doña Pilar había conocido a su futuro esposo en Madrid, en casa del ex rey Simeón de Bulgaria, casado con Margarita Gómez-Acebo y Cejuela, prima archimillonaria del entonces novio. Luis Gómez-Acebo había estudiado en el colegio El Pilar y en el de los Jesuitas. Al terminar la carrera de Derecho se trasladó durante un año a Lille para aprender literatura. Trabajó dos años en una petrolera en Nueva York para incorporarse a continuación a la cementera catalana Asland como secretario general de su consejo de administración. Nieto del marqués de Cortina, ex ministro y uno de los fundadores de Banesto, el joven ejecutivo conquistó muy pronto el corazón de la hermana mayor del Rey Juan Carlos. La boda se celebró el 5 de mayo de 1967 cuando la novia estaba a punto de cumplir los treinta y uno. El 4 de enero anterior, el padre del novio, Jaime Gómez-Acebo, marqués de Deleitosa y presidente de Banesto, había enviado esta desconocida carta que rescaté en su día del Archivo de la Fundación Nacional Francisco Franco. Dirigida al jefe del Estado, dice así: «Excelencia, anoche he regresado de Estoril. Fui con objeto de pedir al Conde de Barcelona la mano de la Infanta Pilar para mi hijo Luis. En el curso de una conversación que mantuve con S. A. me dio cuenta, con emoción, de algún párrafo, altamente elogioso para mi familia, contenido en una carta que me indicó haber recibido de V. E. Tanto Isabel como yo le quedamos profundamente reconocidos y aprovechamos esta oportunidad que nos brinda la espontánea expresión de nuestra cordial fraternidad para desearle con los suyos todo género de venturas en el próximo año y para reiterarle el testimonio de nuestra respetuosa y alta estimación».
La carta del marqués de Deleitosa abona así la tesis de que la unión de la Infanta Pilar con Luis Gómez-Acebo se trató en realidad de una «boda política» a la que el propio Franco había dado ya previamente su total anuencia en una misiva al Conde de Barcelona. La propia Doña Pilar, casi siempre sin pelos en la lengua, corroboraba esto mismo en unas declaraciones suyas recogidas por Juan Balansó: «Fue una boda demasiado grande para mi gusto; más que boda principesca fue una boda política. Un lío muy grande». No en vano, el enlace se producía una vez promulgada la Ley de Sucesión de 1947, según la cual Franco tenía la sartén por el mango para nombrar a su sucesor en la Jefatura del Estado a título de rey. La designación que no se produciría hasta dos años después de la boda de la Infanta Pilar. Recordemos que, de acuerdo con la vigente Ley sucesoria, Don Juan tenía las mismas posibilidades de ceñir la Corona de España que su primogénito o su sobrino, Alfonso de Borbón Dampierre. De modo que las espadas seguían en lo más alto. Al poco de casarse, Doña Pilar y su marido alquilaron un piso al célebre bailarín Antonio en el número 45 de la calle Padilla, por el que pagaron 30.000 pesetas mensuales. El 6 de noviembre de 1987, Don Juan Carlos quiso dejar claro el estatus de sus hermanas Pilar y Margarita «creándolas» Infantas de España, lo cual significaba que para él no eran tales hasta entonces, pues si no se habría limitado a «reconocerlas». El Real Decreto 1368/1987 decía: «Las hermanas de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I de Borbón serán Infantas de España», dando a entender que hasta entonces no lo eran.
El asunto tenía más calado del que parecía: Don Juan Carlos no hacía sino admitir que él era el rey de una monarquía instaurada por Franco y que, por tanto, sus hermanas solo serían infantas si él mismo las proclamaba como tales, no en virtud de las normas dinásticas que el Caudillo vulneró saltándose el orden sucesorio en perjuicio del legítimo heredero. A esas alturas, Doña Pilar y su marido se habían trasladado a un piso en la urbanización de Puerta de Hierro, abandonando así su chalet de la calle del Mirlo, en Somosaguas. Residieron allí durante un tiempo sin saber que un implacable cáncer linfático arruinaría las esperanzas e ilusiones de Luis Gómez-Acebo, que falleció con 57 años. Igual que ahora su viuda, carcomida por otro cáncer fatal.
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