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La invisibilidad escogida del Rey Juan Carlos
No se le ha vuelto a ver desde el inicio del estado de alarma. Uno de sus próximos destinos podría ser la República Dominicana
Se ha cumplido un año desde que tomó la decisión de abandonar sus tareas institucionales. Tras la abdicación el 19 de junio de 2014 dejó el primer puesto en el organigrama de la Jefatura del Estado y se convirtió en Emérito. Un adjetivo que se utiliza en el mundo académico para señalar que a pesar del retiro laboral continúa con clases presenciales en reconocimiento a sus méritos. En el caso del Rey saliente, y echando la vista atrás, su abdicación se remontaba a varios meses antes.
Concretamente, al 5 de enero, cuando cumplió 76 años. En marzo le hizo partícipe al entonces presidente del Gobierno Mariano Rajoy el nuevo rumbo que quería dar a su vida. En las encuestas privadas del palacio de la Zarzuela para testar la imagen de la Familia Real, la iniciativa de Don Juan Carlos estaba bien vista. Dar paso a las nuevas generaciones era lo que estaban haciendo otras casas reales europeas.
A partir de su abdicación comenzaba una nueva vida, pero con obligaciones institucionales y apariciones más limitadas. Su sueldo formaba parte de los Presupuestos Generales del Estado adscritos a la Corona. Del montante general que recibe la Casa, Don Felipe asignó a su padre la cantidad de 194.232 euros divididos en doce pagas mensuales como figuraba en la página oficial.
Desaparecido
Esta cantidad se mantuvo hasta el 15 de marzo de 2020, ya en el inicio del estado de alarma, cuando Felipe VI retira la asignación por las nuevas polémicas que rodean a su progenitor. A partir de este momento, desaparece de la escena pública. Nada se ha sabido de él durante todo este tiempo. Las razones de esta invisibilidad escogida por el Monarca hace un año fue que cambió su papel de Emérito por el de jubilado. Desaparecieron las pocas tareas representativas que tenía y nada se ha sabido de su trayectoria personal y emocional. Como ya adelantamos, el estado de alarma le confinó en el palacio de la Zarzuela sin más compañía que los funcionarios que realizan las tareas propias en el recinto de El Pardo y las llamadas de los amigos y parientes, incluida su hija, Cristina.
A esas comunicaciones telemáticas se unían los nietos, sobrinos y su hermana, la duquesa de Soria, con la que siempre ha estado muy unido y a la que siempre ha protegido. Como declaraba a quien esto escribe la infanta Pilar, meses antes de su fallecimiento «mi hermano siempre ha estado muy pendiente de nosotras dos. Nos ha cuidado mucho». La única información pública del estado anímico de Don Juan Carlos llegó a través del periodista Raúl del Pozo que informó en su columna cómo se encontraba: «Hablo con el rey Juan Carlos y me recomienda resistir en la madriguera como gato panza arriba». El nexo de unión familiar sigue siendo la Infanta Elena, a la que, una vez que Madrid pasó a la fase 1, nada le ha impedido visitar a sus padres en palacio. Oficialmente, ambos se han mantenido confinados allí. Sí ha llamado la atención la nula visibilidad de Doña Sofía, que hasta la llegada de la crisis sanitaria tenía agenda oficial. A ella no le atañe la jubilación de su marido y, por lo tanto, y si no hay nuevos cambios, volverá a su vida laboral.
La incógnita vital se centra en Don Juan Carlos y en su situación como jubilado una vez vuelva la normalidad y tenga la posibilidad de viajar. Esta categoría laboral común a los ciudadanos que cumplen una edad determinada nunca se había planteado en el organigrama de ninguna de las monarquías europeas. La única salida hasta ahora era la abdicación y seguir trabajando en un segundo plano. No es su caso. Ya hubo un primer cambio en 2014, cuando dejó su despacho como Jefe del Estado a su hijo y él se trasladó al palacio de Oriente. Se adecuaron unas dependencias en el primer piso para encuentros de carácter no institucional del Monarca. Y siguen abiertas, aunque él solo las utilizó el primer año.
El planteamiento de vida del monarca es una incógnita aunque hay muchas bazas para que parte de su tiempo futuro se encuentre fuera de España. El confinamiento desbarató los planes para continuar con su agenda viajera a lugares donde los amigos le reciben con los brazos abiertos. Uno de los destinos preferidos del rey jubilado es la República Dominica. En dos ocasiones desde que abdico y que se sepa pasó parte de las Navidades en la isla caribeña y otras Semanas Santas. No sería extraño que tomara la decisión de aceptar las invitaciones de la familia Fanjul, que recibe a don Juan Carlos con honores de Jefe de Estado. Alfy, Pepe, Alexander y Andrés Fanjul son cuatro hermanos cubanos con raíces españolas que abandonaron la isla cuando Fidel Castro llegó al poder y vieron cómo expropiaba el imperio levantado por su padre el mayor consorcio azucarero que tuvo Cuba. José (Pepe) Fanjul es de los tres hermanos el más cercano.
Se le conoce como el «rey del azúcar» y posee una de las mayores fortunas de Latinoamerica. La familia es dueña de Casa de Campo, el complejo turístico más exclusivo de la isla caribeña donde una villa puede alcanzar los treinta millones de dólares. Clinton, Julio Iglesias, Carlos Slim, Gustavo Cisneros entre otras grandes fortunas forman parte de ese círculo de privilegiados que comparten su querencia por este paraíso que bien podría frecuentar Don Juan Carlos en el futuro cercano. Hace cinco años los Fanjul organizaron unas jornadas festivas para agasajar al amigo rey en la que participaron, Blaine cuñada de Donald Trump, el magnate Dixon Boardman, Lord Charles Spencer-Churchill y Lady Sarah, el vizconde William Astor, que viajaron hasta la República Dominicana para acudir a la cena homenaje al hoy monarca jubilado.
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