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Omar Montes: la estrella de Pan Bendito

Sufrió bullying, fue campeón de boxeo y de la nada ha conseguido un disco de oro. Ahora lleva dos meses repartiendo comida en su barrio

Omar Montes. Músico
Omar Montes. Músico©Gonzalo Pérez MataLa Razón.

Próxima estación, Pan Bendito. «¡”Nos podemos sentar ahí a charlar, si quieres, lo que pasa es que hay unos pocos de yonquis”, dice Omar Montes. No pasa nada, son personas como nosotros, le contesto. “Cierto, rey. Y algunas mejores, incluso”, dice la nueva estrella de la música mientras caminamos a un centenar de metros del portal de su casa, donde alguien ha escrito con spray negro su nombre en letras bien grandes, el ídolo de estas avenidas sin coordenadas. Vamos cruzando la calle por donde no se debe y los conductores le saludan. “¡Ese Pan Ben! ¡Vamos, Omar!”, le gritan. Nos sentamos a la sombra y se acercan todo tipo de espontáneos que Montes, un muchacho de 31 años, tierno, directo y encantador, gestiona con cariño.

Hacemos esta entrevista sin máscara ni mascarilla, sentados en el banco de un parque infantil destartalado, con los precintos de la policía rotos y hierbas creciendo por cualquier parte. Próxima estación, la vida de un chico real de un barrio auténtico. A Omar Montes, uno de los artistas más escuchados en España, le preguntas por la música y no responde con los lugares comunes de la inspiración y la necesidad de expresarse. Lo suyo no es la novela romántica del crío desfavorecido que sueña con ser artista. Él habla de trabajo, de ganarse la vida de alguna manera, de salir de la mierda. Lo hizo en Rodilla y en un kebab.

Omar Montes. Músico
Omar Montes. Músico©Gonzalo Pérez MataLa Razón.

“A mí me gusta trabajar y ganar dinero haciendo lo que sea. Pero se pusieron las cosas un poquito mal y era muy complicado que contratasen a un chaval de Pan Bendito como yo. Iba a pedir trabajo y me tiraba las horas muertas esperando. Éramos cuatro o cinco amigos y nunca nos llamaban para nada”. Así que se buscó la vida en el boxeo. Era bueno. Ganó un campeonato de España y compitió en Europa. Pero resultaba demasiado sacrificio. “En vez de estar dando tortas en el gimnasio, me metí a profesional. Pero claro, sales a correr por la mañana, vas al gimnasio por la tarde, haces dominadas en el parque por la noche... y luego me puse de portero de discoteca. No era vida y además no llegaba a fin de mes”.

“Hazme un tema, tío”

Omar no sabía qué hacer, acababa de tener un hijo. Llamó “al Moncho”, a su colega de toda la vida, del barrio, con el que años atrás habían rescatado un ordenador de la basura. Funcionaba. Y Moncho le instaló unos plug-in y fue aprendiendo cómo se hacían bases para rapear y algunos efectos y trucos mientras Omar intentaba ganarse la vida en el boxeo.

“Un día le dije: ‘Mano, hazme un tema, tío, que estoy muerto de asco. Échame una mano’. Y el Moncho me empezó a grabar e hicimos el tema “Conmigo” que se hizo viral en España (hoy lleva 31 millones de reproducciones). De repente nos empezaron a salir bolos, giras... Liamos una que no veas. Nos llamaba gente poderosa para fiestas privadas, hasta traficantes nos llamaron para cantar. Y nos pagaban un montón al Moncho y a mí, que andábamos malamente. Íbamos a la ciudad que nos decían”, explica.

 

El chico del disco de oro es puro carisma en chanclas y despeinado. Omar no viste brillos ni brillantes, a excepción de un colgante de Death Row, el sello de Dr. Dre, rap de vieja escuela. "Me encanta Dre. Toda la vida he escuchado rap, pero yo no tengo el arte que hace falta para escribirlo. No me da la sesera», dice con humildad. Tampoco es que le haga falta: su último tema, junto a Nyno Vargas, «Hola Nena», es disco de oro.

“No vas a llegar a nada, Omar”

La música siempre ha ocupado un papel en su vida. Escuchaba en el “discman” a Violadores del Verso hasta que se lo robaron. “Como todos los genios, yo me aburría en la escuela”, dice vacilón. “Mis profesores me decían: ‘Tú no vas a llegar a nada, Omar. Tú con esas pintas...’. Y tenían razón, porque mi madre me ponía camisas con un chándal con más parches que un pirata. Ahora, de mayor, pienso: normal. Pero es que era un niño que me vestía mi madre como podía. Se buscaba la vida, estaba sola. Me ha cuidado mi abuela toda la vida porque no teníamos posibilidades, éramos una familia muy humilde. Ella hacía lo que podía”.

Su infancia no fue del todo feliz. “Me hacían mucho bullying en el colegio. Porque yo era gordo, ¿sabes? Y había mucho racismo. Me decían ‘moro de mierda’ que si tal, me pegaban e insultaban y lo pasé muy mal. He tenido depresión y mi pobre abuela me tenía que aguantar. Yo era un niño muy problemático, porque llegaba a casa y me habían pegado o me habían arrastrado. Al final, mi abuelo se ponía en la acera de enfrente para vigilarme por si pasaba algo y que yo no le viera. Si le veía, me enfadaba con él. ‘Si me tienen que pegar, que me peguen, pero no vengas a recogerme, porque los niños se ríen más de mí’, le decía”.

Pudo salir de aquella situación a la que, aunque sea con heridas, se deja atrás cuando nos hacemos adultos. En su caso también fue “gracias a Dios”, en el que cree pero del que no quiere hablar, “porque no es un tema para entrevistas. Ni de religión ni de política”. “Pero bueno, el caso es que hoy, esos que se reían de mí o esas niñas que invitaban a toda la clase menos a mí a su cumpleaños, ahora quieren que les ponga un reservado con botellas y todo en los conciertos, ¡mecachis en la mar!”, exclama simpatiquísimo. Bueno, esa es la gran venganza del pop. Mirarles a todos esos desde el escenario dos metros por encima. “No soy vengativo. Encima soy gilipollas y les paso gratis”.

Omar Montes cree en empezar un movimiento de buenas acciones, como el que le movió hace dos meses a repartir comida en Pan Bendito, un tema en el que no quiere hacer hincapié para no parecer oportunista. “La gente te ve y te imita. Salen a hacer buenas acciones –reflexiona–. Y en el barrio se me hace bastante caso. Hay familias que me apoyan, gente fuerte. Ya no están las cosas como antes, hay mucha más solidaridad. Puede que yo sufriese acoso, pero sigo creyendo en la gente”.

Presentar las campanadas con Pedroche

Mientras hablamos, nos interrumpen. Para presentarle un perro pequeñajo que se llama Capone, para hacerse fotos, para llamarle máquina. Sigue teniendo al lado a sus amigos de la infancia, a los que se lleva a los bolos y a los que da trabajo en su equipo. Y tiene claro que el propósito de hacer canciones es pasarlo bien. “Yo hago temas para que la gente se divierta y se los baile, tío. Paso de dar mensajes. Demasiados mensajes nos dan ya todos los días en la escuela, tu madre o tus jefes... No estoy aquí para enseñarte nada. Yo no doy consejos”. Sin embargo, sí que puede ser un ejemplo: “En todo caso, lo podría ser porque soy alguien que sin tener apoyo de nada ni ser nadie llega a conseguir lo que quiere. Creo que cualquiera se puede sentir identificado con eso”.

¿Cuál sería su mayor ilusión por cumplir en la música? “La verdad es que no pienso en ninguna. Yo he actuado con Ñengo Flow que era mi ídolo de pequeño y esa era mi meta. Que me diese su aprobación gente que trabaja con Bad Bunny y que me dijera que mi trabajo es bueno... No sé. Bueno, me encantaría dar las campanadas este año si puede ser... con eso me valdría”. Bueno, puestos a pedir, ¿con quién retransmitiría la Nochevieja? “(Piensa) Con mi amiga Isabel Pantoja. No, espera, mejor todavía: con Cristina Pedroche”. Mensaje lanzado para quien corresponda. Son casi las dos de la tarde y cae un sol de justicia. Nos despedimos y alguien grita: “¡Omar, eres el mejor!”.