Gente
Rocío Jurado, la más grande con permiso de la madre de la Pantoja
El tiempo vuela, pero queda el recuerdo. Y el de Rocío Jurado es imborrable. Aún nadie la ha superado y se mantiene como la gran voz irrepetible de una larga época que cortó su temprana muerte. Sigue sonando “Como una ola” porque nadie se atreve a resucitar –aunque bien nos vendría ahora– aquel patriótico “¡Soy de España!” de sus principios cantado con sentimiento y respeto. Pareció demasiado fuerte, casi facha, y le aconsejaron quitarlo del repertorio no se organizase otro Dos de Mayo. Pero lo dejó presente en muchos recuerdos, anhelos y corazones: “¡No consiento que rompan mi España en mil pedazos, ¡soy de España!”, gritaba Rocío con todo su potencial. Y de ahí, bien asesorada, saltó a lamentar que “algo se me fue contigo, madre, las raíces de mi vida y de mi alma”.
Conquistó parte de nuestra América, especialmente Argentina y México, pero en Nueva York, donde la vi, no fue la locura de aquí. Me propuse seguirla donde fuera y ser testigo de sus triunfos en terrenos de grandes intérpretes a los que, encima, superaba en presencia escénica. Sin llegar al estoicismo dramático y bien estudiado de doña Concha Piquer, a la que no tuve el gusto, o disgusto, de conocer, moderaba el excesivo dramatismo de Marifé de Triana.
Mamá Ana de Pantoja me dijo una vez inolvidable que “el triángulo de la canción andaluza son doña Concha, Marifé de Triana y mi niña”. Quedó tan pancha, pero tuvo mi réplica: “¿Y dónde deja a la Jurado?”. “La Jurao (decía ella muy andaluza) no es tanto”. Estaba segura y convencida. Amor de madre, aunque a Isabel no le faltan méritos y pisa y revolotea como nadie.
Nunca consiguieron que hiciese dúo con su rival, eso nos perdimos, por más emperre de Luis Sanz y otros promotores. Incluso proyectaron una gira para ellas que obtuvo el mismo fracaso. Parece que Isabel estaba dispuesta al duelo y “Rosío, ay mi Rosío” nunca lo admitió. Todo esto viene a mi memoria cuando la tele vespertina resucita a Ortega Cano y él se deja querer y entra al trapo como no lo hacía en sus mejores tiempos de “mataó”. Era dado al silencio. Le pierde estar de actualidad. Hablamos de historias que marcaron y esta no pasa de anécdota. Rocío le llamaba ¡Ooose!, sin jota pero con cariño. Viví cómo en momentos tensos Rocío le decía a Ortega lo que antes soltaba a Carrasco. Acababa en “ooón”. Pero no como insulto. Lo soltaba sin maldad. Puro desahogo como este mío de ahora recordando que cualquier tiempo pasado fue mejor.
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