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¿Y si Kanye west llega a presidente de EE UU?
El rapero estadounidense se estrena en campaña con un peculiar mitin en carolina del sur entre sollozos y propone dar un millón de dólares a quien tenga un bebé
Kanye West podría ganar. Podría ser el próximo presidente de los EE.UU. Por qué no. Cosas más psicotrópicas ha visto la posmodernidad. Donald Trump ya alcanzó el cielo en 2016. Cuando por todo currículum arrastraba varios años como líder de audiencia con un reallity trucho. Más unas cuantas quiebras, unos cuantos casinos y un par de libros de memorias entre la ilusoria autoayuda para aspirantes a jeque de Wall Street y la rendida adoración por sí mismo, que tanto le motiva. En cuanto al rapero, nunca defrauda. Lo suyo es el puro desvarío. Justo lo que necesita una audiencia cansada del Covid-19, los patinazos del Joe Biden más letárgico y los estruendosos pasotes de un Trump demasiado visto. Trump, entre las cifras del paro y los índices de muertes, comienza a agrietarse. West ofrece sangre fresca. Desvaríos a estrenar. Delirios y disparates de nuevo cuño. Más la reluciente imaginería del Hollywood propulsado con cientos de millones y el relumbrón del que ha crecido bajo el imperio tiburón de los focos. West sabe cantar, más o menos, sabe hacer dinero, en cantidades obscenas, sabe lucir escándalos y romances, familia y palmito, y sobre todo sabe cómo cobrar y vender titulares. La Prensa lo trata de friqui. La prensa lo adora. La Prensa muere por sus huesos y sus chismes, sus canciones y sus trajes, sus vídeos y sus frases.
Entre promesas demenciales, lagrimeo a discreción, cheques bebé de un millón de dólares y apologías de la marihuana, West, que llevaba el 2020 recortado en pelo, habló esta semana en su primer gran mitin. Fue en Carolina del Sur. Llegó al escenario vestido con un chaleco militar. Estuvo a la altura del show que todos anticipan. Desde North Charleston un West que no puede presentarse a las primarias del Estado, que llegó tarde para presentar ahí su candidatura, lloró porque, dijo, su padre quiso matarle. O sea, quiso que su madre abortara. Años más tarde el también quiso que su propia esposa, Kim Kardashian, abortara a uno de sus futuros retoños. «Casi mato a mi hija», dijo. «Amo a mi hija», dijo. «Mi novia me llamó gritando, llorando», dijo. «Soy un rapero. Y ella dijo que estaba embarazada. Lloraba... Incluso si mi esposa se divorciara de mí después de este discurso, trajo a North a este mundo, cuando yo no quería. Se puso de pie y protegió a ese niño». «Dios quiere que creemos», dijo. A continuación añadió que está a favor del aborto. Pero las mujeres necesitan mejores condiciones. Garantías de que podrán sacar adelante a los nuevos ciudadanos. Qué tal una ayuda pública por valor de un millón de dólares. «O algo aproximado», dijo. Pero ojo. No estamos ante un ridículo. O al menos no ante un ridículo al que nadie atienda. De hecho provocó un terremoto cuando amenazó con liquidar su acuerdo comercial con la marca Yeezy si no recibe una silla en el consejo de dirección. A resultas de sus palabras las acciones de Gap cayeron un 7,4%. West también había amenazado a la otra marca con la que trabaja, Adidas, si no le mete en en la junta directiva. «Eso tiene que cambiar hoy, o me voy».
En el tránsito del espectáculo y la empresa a la arena política el precedente amable es el de Ronald Reagan. Pero el país también ha conocido a aventureros como Charles Lindbergh, que aspiraba a la Casa Blanca después de cruzar el Atlántico y declarar su admiración por el nazismo. Otros, como el magnate de la automoción Henry Ford, que aspiraba a la candidatura del partido demócrata, también recibieron encendidos elogios de los jerarcas nazis. Sin olvidar al George Wallace, el viejo gobernador de Alabama que presumía de racista inveterado. Tanto Lindbergh como, en cierta forma, Wallace, inspiraron a Henry Roth para escribir la monumental La conjura contra América, distópica pesadilla, donde un Lindbergh aupado por la adoración del pueblo y el pozo séptico del antisemitismo ganaba las elecciones en 1940 a Franklin Delano Roosevelt. En cuanto al lenguaraz West cuentan que sus palabras no sentaron muy bien en un lugar aparentemente cómplice: su propia casa. Dicen en los colorines que su esposa, la señora Kardashian, gran emperatriz del cotilleo y los programas de telemierda, se enfadó con su marido. Especialmente después de que éste adobara sus surreales comentarios sobre el aborto con el convencimiento de que Harriet Tubman, la heroína negra que huyó al norte y regreso tantas veces al sur para liberar a otros esclavos, en realidad no fue ni tan heroica ni tan magnífica como creen los historiadores o el público. Con West la diversión parece asegurada.
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