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La deseada soledad de la Reina Sofía
El único viaje al que nunca acompañaría Sofía de Grecia a Don Juan Carlos de Borbón.
Si hay alguien que conoce lo frágil que puede ser el designio de las cabezas coronadas esa es Doña Sofía de Grecia. Nacida en el seno de una de las casas reales más antiguas de Europa, la Casa de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, es hija de reyes, esposa de rey y madre de rey. Aún así supo, hasta en dos ocasiones, lo que es sufrir el exilio. Por eso, esta vez, burla su destino y se atrinchera en España, dónde se le reconoce su labor impecable al servicio de la Corona. Si hay algo que aún le aterra a la Reina Emérita es el destierro.
No tenía ni dos años y medio cuando sus padres, el Rey Pablo y la Reina Federica de Grecia, emprendieron por primera vez el largo y triste periplo de los reyes sin patria. El motivo fue la invasión alemana provocada por la Segunda Guerra Mundial. En 1941, comenzaba un exilio que duraría cinco años, y que llevaría a los Grecia a un largo viaje escapando de los nazis el que se afincarían en África, concretamente en Sudáfrica y Egipto. Tras la contienda y la posterior Guerra civil griega, en septiembre de 1946, la victoria en las urnas de los monárquicos permitió la restauración de la monarquía en Grecia mediante un plebiscito. Pablo, el padre de la princesa Sofía, llegó al trono al año siguiente, en 1947, al morir su hermano Jorge II.
Después sería su adorado hermano, el Rey Constantino de Grecia, quién dos décadas más tarde tendría que escapar de Grecia en un avión bimotor con destino a Roma, donde se instaló en villa Polisenna, hogar de los Saboya. Ella, ya casada con Juan Carlos de Borbón, vivió el golpe de estado de los coroneles que irrumpieron en el palacio de Tatoi, el 14 de diciembre de 1967, con angustia y dolor, aún más sabiendo que su cuñada, Ana María, iba embarazada del menor de sus hijos, Pablo y con dos bebés: Alexia, de dos años, y Pablo, de seis meses. Les acompañaba también la Reina Federica, la madre de Doña Sofía. Su padre había muerto tan sólo tres años antes de un cáncer de esófago, dejando en el trono a su inexperto y joven primogénito: Constantino (24 años).
Su ambición de recuperar el trono se truncó definitivamente en 1974, cuando el 70% de los griegos votó a favor de la república. En 1994, con Papandreu en el poder, confiscaron todos sus bienes en Grecia, despojándole además del pasaporte y la nacionalidad. Tras apelar al Tribunal de Estrasburgo, Constantino consiguió que se condenase al Estado griego a pagarle 13,5 millones de euros al monarca y su familia. Su exilio duraría 46 años hasta que, en 2009, se afincó con su esposa Ana María de Dinamarca en la localidad griega de Porto Heli.
Sofía de Grecia ha ejercido siempre su papel de Reina sin dar un paso en falso y por eso se ha ganado el calificativo de “profesional” cuando se habla de ella. Pero, como se ha visto, no todo ha sido un camino de rosas. Ha tenido que lidiar con los problemas familiares que han salido a la luz, y lo ha hecho con dignidad y fiel a su discreción.
Cuando el rey Juan Carlos pidió perdón públicamente en 2012 después de su caída en Botswana, donde estaba de cacería con la princesa Corinna en plena crisis económica, comenzó el fin de un reinado que, hasta entonces, había sido ejemplar. Peor fue aún para la Reina Sofía la condena de su yerno, Iñaki Urdangarín que provocó el más doloroso de los destierros: el de su hija Cristina que, tras una etapa en Estados Unidos, se afincó en Ginebra (Suiza) mientras su marido cumplía su pena de cárcel. Sofía no ocultó su apoyo a su hija Cristina, rebelándose como una madre coraje, en unos momentos especialmentecomplicados.
No ha sido así, en lo relativo a Don Juan Carlos. Aguantó estoicamente con su eterna sonrisa y su elevado sentido del deber, incluso tras la abdicación del Rey y tuvo la elegancia de acompañarlo en algunos de sus viajes extraoficiales para que no se evidenciara su soledad, pero no lo hará al destierro. Seguirá sola pero en España, apoyándose en sus incondicionales: sus hijos, sus hermanos y sus escasos amigos.
Si hay una frase que se le ha quedado grabada a fuego es la que le dijo su madre, la Reina Federica, a su hermano Constantino, antes de escapar de Grecia cuando se produjo el golpe de los coroneles. “Hijo, márchate, que un rey de Grecia siempre vuelve”. Y ella, Princesa de Grecia y Reina de España, sabe que eso ya no es así.
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