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El verano sin mascarilla de César Pérez de Tudela: en Shangri-La, el país de la felicidad

Las vacaciones pre-Covid de César Pérez de Tudela.
Las vacaciones pre-Covid de César Pérez de Tudela.César Pérez de TudelaLa Razón

«Me sorprendió que el sadhu (santón), que se sentaba en el recinto sagrado de Pashupatinath, con el que aparezco en la foto, conociera a mi amigo y compañero de montaña Chowang Rinzi», relata quien ha sido montañero, guía, instructor y profesor de la Federación Española de Montaña.

«Esa mañana estábamos contemplando cómo se quemaban los restos de un amigo sobre una pira funeraria. Su cuerpo ardía sobre troncos y ramas produciendo un inconfundible olor de carne asada, del que no he logrado desprenderme jamás. Aquello, al parecer tan normal, era un espectáculo sorprendente para un occidental como yo, y entonces, el único por aquellos lares». El laureado divulgador del alpinismo prosigue: «El estallido del cráneo es lo que más asusta. No olvidas el sonido, nunca. Y aprendes que cuando algún miembro cae al suelo, es piadoso recogerlo con un palo y devolverlo a la pira». Estaban buscando colaboradores y porteadores para alcanzar la base del Annapurna. «Era mi segundo viaje a Nepal, y corría el año 1973 –continúa el autor de «Al filo de la escalada. Memorias de un alpinista» publicado por Almuzara–. Toda mi ilusión era ascender ese pico. Acompañado de los porteadores remonté el Kali Gandaki, el Dhaulagiri y el mencionado Annapurna, el primer monte del mundo que alcanzaron los famosos franceses Maurice Herzog y Lachenal». Arrancó caminando desde Okhara pasando por Naudanda, «pueblo que me llamó la atención por sus calles adoquinadas y las jaulas de madera con cerdos que parecían jabalíes... las chicas eran muy sugestivas con sus faldas largas hasta los pies y blusas que permitían ver su ombligo con el pelo plagado de trenzas negras». «Los hombres causaban impresión por su delgada musculatura, siempre transportando peso. La carga es la auténtica profesión de la gente de estos valles del Himalaya. También lo hacen mujeres, niños y ancianos.

Pueden transportar hasta 40 kilos a la espalda. Pasado un poblado llamado Chardancan, penetré en lo que podría ser el valle del Shangri-La, lleno de contrastes propios del país de la felicidad. Después de ascender varios centenares de metros hasta llegar a Ulleri, encontré un puesto de policía en Birethanti donde fui requerido para mostrar mi permiso.

Allí vi, con sorpresa, cómo en la página anterior estaba inscrita una expedición italiana que había arribado hacía un mes y en la que aparecían los nombres de Leo Cerruti y Alesandro Gogna, famosos escaladores». César, que prepara un próximo libro para Almuzara, prosigue: «Llegamos a Ghorepani atravesando bosques tropicales entre las lluvias y multitud de bichos. Los porteadores (culíes) estaban contentos porque les invitábamos a comer. Parecerá una bobada pero ellos mastican una masa de cebada y aquel día pudieron ingerir arroz y dos huevos por persona, ¡un lujo!».

Consiguió dormir sobre el suelo de barro cerca de la lumbre, hasta proseguir... «el camino es tremendo. Subes centenares de metros y después bajas otros tantos hasta llegar a Kali Gandaki, el desfiladero más profundo de la Tierra entre el Annapurna y el Dhaulagiri. Allí fui feliz ¡una verdadera audacia que acometí en soledad!». Ningún verano parecido al de César, porque nos ha enseñando que el silencio de la montaña es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos.