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El verano sin mascarilla de Zoé Valdés: «En Guanabo, con los delfines nadando conmigo»

Zoé Valdés, de niña en Guanabo
Zoé Valdés, de niña en GuanaboZoé ValdésZoé Valdés

«De la primera foto, tomada por mi madre, recuerdo la forma constante en la que balanceaba el cubito que agarraba por el asa y cómo ella me repetía que dejara la mano tranquila o la foto saldría movida. También recuerdo una extraña sensación de erizamiento que me provocaba el mar, por alegría. Junto a mí estaba mi padrino, agachado, que mi mamá recortó después por una grave revelación familiar. Fue tomada en la playa del Náutico y debía tener unos dos años y poco», nos cuenta la flamante ganadora del Premio Jaén de Novela por su libro «La Casa del Placer» (Almuzara). De la segunda foto que nos muestra recuerda mucho más: «Tendría 16 años y estaba en la playa de Guanabo. De pronto se acercó un señor, calvo, con espejuelos, que iba vestido con pantalón gris y camisa a cuadros claros, y con una cámara guindándole del cuello. Me preguntó si podía retratarme, que me veía preciosa, aunque yo siempre me sentía horrible. Me pidió que tomara poses “artísticas” e hice lo que pude. Fue muy respetuoso. Era un fotógrafo del suplemento «Muchachas», de la revista «Mujeres». Mis fotos salieron publicadas semanas más tarde, y él me regaló un taco de retratos tomados esa tarde de sol achicharrante; me las llevó a la escuela. Después me quedé sola en la arena, dormida, en aquella época el hambre me daba un sueño tremendo, y no tenía nada que comer, ni existían cafeterías cercanas. Cuando desperté estaba tostada, corrí al agua a zambullirme y, al rato, vi a mi alrededor unos delfines bellísimos que nadaban y saltaban en torno a mí». Salta de una foto a otra porque son dos instantes estivales marcados a fuego: «Aquel día que tenía dos añitos recuerdo a mi madre nadando muy bien. Durante un tiempo había dejado de ser camarera, y empezó a trabajar como taquillera de las playas La Concha y El Náutico, aunque había aprendido a nadar mucho antes, de niña, en el río de su pueblo. No podía exponerse demasiado tiempo al sol pues era alérgica y le salían unas ronchas espantosas. Sin embargo, nos llevaba a la playa a mi primo y a mí porque le fascinaba el mar. Se ponía una trusa de los años cincuenta, muy bonita, que luego heredé. Todo se heredaba entonces. Como esas zapatillas playeras que tengo puestas en la foto, y que heredaría mi primo».

Caracoles y arena

La ganadora del Premio Fernando Lara de Novela y finalistas en tres ocasiones del Premio Médicis Extranjero en Francia y finalista del Planeta evoca aquella infancia: «Llegábamos muy temprano y mamá nos empujaba a jugar con los caracoles y cubos en la arena, y ella aprovechaba para zambullirse y nadar lejos, desde donde nos vigilaba. Muchas veces nos dejaba a cargo de mi padrino, o de alguna amiga que nos acompañaba. Los mejores recuerdos que tengo de mi infancia son aquellos días soleados en los que entraba al mar de su mano, o jugábamos en la orilla. Su melena castaña flotaba en el oleaje y su rostro espejeaba iluminado por el resplandor espumeante del agua, feliz de tenernos a mí y al mar». Y prosigue, emocionada: «Mamá me decía: Aprieta duro los bracitos. Era porque estaba nadando conmigo, y me reía a carcajadas aferrada a su cuello. Mira, mira, ¡un delfín! –me decía–. No había ninguno, pero yo lo creía y erguía la cabeza buscándolo por todas partes». Ambas fotos, aunque distintas, están interrelacionadas por la emoción que producen en Valdés: «Por lo que fui y lo que todavía queda en mí. La primera la tomó mi madre, y la segunda un desconocido que me hizo recordar aquella primera vez que posé. En una y otra era muy inocente»... y a esa inocencia todavía se aferra.