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Las vacaciones pre-Covid de Juan Echanove: “En Jávea, de karting... Y lejos de la playa”
«Llevo 40 años trabajando en verano... Pero esta foto, tomada hace cuatro años, fue mi reencuentro con el karting que practico desde que tenía veinte abriles», explica el protagonista de la obra teatral «La fiesta del chivo», adaptada por Natalio Grueso y dirigida por Carlos Saura, que han representado estos días en el Infanta Cristina de San Sebastián y, en septiembre, retomarán cartel en el madrileño Teatro Infanta Isabel. Por motivos de rodaje, explica Echanove «siempre me decían los directores que es un deporte de riesgo y que podía echar al traste un rodaje o una obra de teatro. Por eso dejé de practicar el sueño de mi vida, pero en el 2016, camino a Jávea (Alicante), pasé por Oliva y leí: Karting Vives... Y así encontré la motivación para pasar un buen verano, contento de que mi mujer estuviera en su tierra mientras yo me preservaba de la playa que me motiva poquísimo. Retomé mi afición juvenil y descubrí una forma de ser feliz en agosto».
El actor nos aclara que es un deporte de riesgo porque los coches alcanzan más velocidad de lo que cualquiera pudiésemos pensar, pero que siempre le ha fascinado, incluso «soy de los que he ido al Jarama a dar vueltas en el circuito, pero ahora ya no tengo tiempo, aunque me levanto a la hora que sea para ver la Fórmula I». Dice a regañadientes que el mejor piloto de la parrilla es Hamilton, «pero mi corazón está con Carlos Sáinz». Nos informa que está federado y que «corro en la categoría de veteranos –ni siquiera sénior– (se ríe) porque somos los más mayores, los vejestorios, pero, menos yo que soy un paquete, el resto han sido campeones de España, Europa o el mundo. Nuestro nombre, que quede claro, es «Born to rice» («Nacidos para correr»). Soy el peor de todos –acepta entre risas– pero con una disciplina y un aplomo a prueba de bomba. Y no es fácil porque en una carrera de resistencia de 24 horas, estamos cuatro horas cada uno en el coche, con ocho cambios de piloto a razón de media hora. Y ese tiempo, aunque no lo imagines, es agónico: sudas como un pollo, soportas una tensión tremenda».
Este año, lamentablemente, debido a la pandemia, no han podido cumplir con las competiciones que tenían por todo el país, «además, si me lesiono por cualquier eventualidad, la obra que ha escrito Natalio Grueso se iría al traste y haría un agujero a la compañía. Este año pendemos todos de un hilo. Por eso, como mucho, iré a darme un par de vueltas por el circuito, por ver a la gente y tomarme el ritual de media mañana: el esmorzaret (almuerzo en valenciano)». Afirma que mientras los compañeros de escudería dan buena cuenta de filetes rusos, longanizas u otras delicatesen, él es muy frugal: «me fascina un bocata de tortilla a la francesa con aquarius. Eso sí, cuando todo ha terminado, hacemos una cervecita como mandan los cánones». Explica que la temperatura que alcanza el coche es de 44 grados por lo que, el año pasado, para entrenarse en el viaje desde Madrid, «hice todo el trayecto en coche con las ventanillas subidas, sin aire acondicionado y bajo un sol de justicia, para aclimatarme».
Tenemos que dejar al inmenso autor que, para conocimiento del lector puso voz a Lorca ante la orfandad de cualquier grabación del poeta. Camina con paso enérgico porque «tengo que terminar de estudiar los guiones de Desaparecidos, que se emiten en Amazon Prime... Viéndole marchar, uno sabe que es el faro de algo distinto.
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