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El cura que susurra a María Jesús Montero

El sacerdote sevillano Manolo Mallofret acunó el compromiso social de la portavoz. Hoy sigue aconsejándola

La ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, conversa por teléfono móvil durante la sesión de control al Gobierno en el Senado.
La ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, conversa por teléfono móvil durante la sesión de control al Gobierno en el Senado.Emilio NaranjoAgencia EFE

Marisu no quería comerse el mundo. Más bien soñaba con darle un vuelco. Al menos en la parcela que le correspondía en Sevilla. Y tenía un cómplice. O mejor. Un mentor. Manolo. Su párroco. Ni el uno ni la otra podrían imaginarse que aquella veinteañera acabaría sentándose en una silla del complejo de la Moncloa, se echaría al hombro la cartera de Hacienda y llevaría la voz cantante tras las reuniones del Consejo de Ministros durante la crisis más acuciante que ha vivido España desde la Transición. Y eso que dotes de oratoria no le faltaban a la estudiante de medicina que estaba «pringada hasta arriba» en su iglesia del barrio.

«Apuntaba maneras, al menos en lo que a mojarse en aquello en lo que cree», comenta uno de aquellos jóvenes que compartieron con ella aventuras y desventuras en la parroquia de Nuestra Señora de la O, en el barrio de Triana. No solo estaba implicada en la pastoral con los chavales como catequista -campamentos incluidos-, sino que fue precisamente en los salones parroquiales donde se fraguó su compromiso con la justicia social, a golpe de Evangelio. El que le enseñó el cura que levantó la obra social de la Iglesia en el barrio de Triana. Así, ese espíritu batallador de la hoy ministra María Jesús Montero se lo contagió un sacerdote que la acompañaba, orientaba y alentaba.

Todavía hoy todos estos verbos se pueden conjugar en presente. Porque, a pesar de la distancia y de las responsabilidades, sabe que Manolo siempre está ahí para cualquier urgencia, desahogo o consulta rápida. Confidente en toda regla. Máxime ahora cuando el presbítero está jubilado prácticamente retirado de la vida pública en un pequeño piso en el centro de la capital hispalense, volcado en la lectura y la investigación -es miembros de la Asociación Bíblica Española-,Licenciado en Derecho Canónico y profesor apreciado sobre el Nuevo Testamento, es autor de un estudio sobre «La experiencia de Dios en San Pablo» y actualmente está centrado en la figura de Juan. Tan solo rompe su rutina los sábados por la tarde para presidir la eucaristía en la parroquia de Jesús de Nazaret y Nuestra Señora de la Consolación, en Pino Montano, otra barriada humilde en la que se mueve, como siempre, como pez en el agua.

Inconformista Montero, guerrero Mallofret. El sacerdote fue uno de los más beligerantes en su juventud contra la dictadura, sumándose a la Acción Católica en la universidad. «Nos enganchamos muchísima gente», reconocería décadas después. Precisamente esta plataforma de cristianos en la vida pública es la que dinamizó con su grupo de jóvenes, encontrando en María Jesús Montero a un baluarte, en tanto que en un primer momento fichó para el Movimiento Juvenil de Acción Católica y, posteriormente dio el salto a la Hermandad Obrera de Acción Católica, conocida como HOAC, más centrada en la defensa de los derechos de los trabajadores y vinculada, por tanto, al ámbito de los sindicatos. «Hacía virguerías para compaginar las reuniones con sus primeras tareas de gestión hospitalaria», añade sobre la capacidad de trabajo de la ministra, madre de dos hijas y separada de Rafael Ibáñez Reche. La denominó «separación afectiva».

De hecho, la vinculación a la Acción Católica no ha quedado sepultada en su pasado, puesto que, hace relativamente poco, volvió a participar en una reunión de reencuentro con sus compañeros del Movimiento Juvenil. Y no solo eso, también en su manera de trabajar y evaluar, lo que la HOAC llama «el proceso de revisión de vida», una dinámica que aplica Mallofret: ver la realidad, contrastar con el Evangelio y actuar en consecuencia.

«Manolo nunca ha sido un cura de los que mandaba y los demás obedecían. Fue un pionero en la creación del consejo pastoral que verdaderamente funcionaba como un órgano de decisión conjunto», explica otro feligrés que compartía misas con la ahora ministra y recuerda que Montero formaba parte del consejo.

En el tiempo que estuvo en la parroquia, el sacerdote buscaba contagiarles de los aires nuevos que venían de Roma a través de «la explosión del Concilio Vaticano II» que él denomina como «un ramalazo que movió las conciencias». «Decir que Mallofret es un ‘cura rojo’ es una etiqueta gratuita, facilona y muy manida que en nada le define. Es lo mismo que acusar de ello al Papa Francisco. Es un sacerdote que creyó en la Doctrina Social de la Iglesia y la aplicó con su vida, nos ha dejado a todos una profunda huella».

El propio sacerdote lo exponía hace una más de una década en un encuentro organizado por la revista El Ciervo en el Centro Pedro Arrupe de Sevilla. Convencido de que los cristianos españoles tenían que ser el motor de la sociedad democrática, «no siguiendo una vocación política, sino porque era el único cauce de empezar a participar en la acción social». Sin embargo, a Montero sí le picó el gusanillo, y pronto desembarcaría en el PSOE.

Como ministra de Hacienda, en lo que se respecta a la Iglesia, hasta el momento se ha mantenido al margen de las cuitas de la fiscalidad y las inmatriculaciones, en manos de la vicepresidenta Carmen Calvo. Tan solo ha salido a la palestra para desmentir que se quiera modificar la asignación a través del IRPF, esto es, la «equis» de la Iglesia en la declaración. Y de la misma manera ha aclarado que bajo ningún concepto los inmuebles de la Iglesia dedicados al culto o a la acción social tendrán que pagar el IBI.

La huella del padre Manolo es alargada más allá de la ministra. Tras su paso por Nuestra Señora de la O, fue destinado a San Jerónimo. «Basta que te pasees por los alrededores para ver su legado. No vas a encontrar a nadie que te hable mal de él». De hecho, si uno se lanza a las calles del barrio en tiempos de confinamiento, solo se topará, en la parte trasera de la parroquia, con una plazoleta rebautizada con su nombre. La placa que la preside es el homenaje de los vecinos al párroco que se desgastó por ellos, una decisión aprobada por unanimidad en la Junta Municipal del Distrito Norte tras una moción presentada por el Grupo Socialista.