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¿Es una tendencia o la nueva masculinidad?

El vestido para hombre presentado esta semana por Gucci provoca disparidad de opiniones. ¿Se está feminizando a los hombres?

Vestido para hombre de Gucci.
Vestido para hombre de Gucci.GucciLa Razón

No es fácil comportarse correctamente cuando uno lleva falda. Uno corre el riesgo de agacharse y mostrar más de lo prudente. Si se es hombre, peor aún, dada la costumbre ancestral de abrir y cruzar las piernas a capricho y sin intención alguna de recrear el icónico cruce de Sharon Stone. Por eso Fernando Simón, adalid de esa nueva masculinidad, tan incierta que a veces se queda en una mirada azul, un semblante zalamero y el tono comedido de la voz, ha preferido la compañía de Calleja a enfundarse el vestido naranja de Gucci que tanto eco mediático ha tenido esta semana.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu ya nos advirtió de que llevar falda te transforma la vida, tanto como una sotana. «Impone una manera de sentarse y de caminar». Para un hombre es difícil de asumir. Son estas cosas las que pueden ayudar a explicar por qué el hombre actual está en crisis y hay varios indicios de que es así. El antropólogo Ritxar Bacete, autor de «Nuevos hombres buenos», señala a LA RAZÓN que el revuelo que ha levantado la imagen del modelo feminizado de Gucci confirma el desasosiego de la población masculina. «Cuando la mujer se plantó el pantalón hubo un signo de cambio y de empoderamiento. Sin embargo, no ha habido un fenómeno a la inversa y, por eso, la idea de lo que significa ser hombre se ha ido quedando obsoleta frente a la liberación femenina. Ellas nos han puesto ante un espejo y nos han hecho dudar de lo que somos o queremos llegar a ser. Ahí vemos que el viejo tablero de la masculinidad dominante ya no sirve, pero no hay uno nuevo. Ese es el problema».

La alternativa que ofrece la moda es de nuevo la mujer al servicio de la lujuria en un cuerpo masculino. Es la redención del macho a expensas de los tópicos más criticados precisamente por el feminismo y así se observa en la fragilidad de los maniquís, bordados, transparencias, tonos pastel y delicados lazos con los que las diferentes firmas de lujo adornan la masculinidad del siglo XXI. «Habría sido más correcto hacerlo favoreciendo la diversidad y la libertad. Al final, la prueba de algodón en este cambio está en los actos más que en una determinada estética», señala Bacete.

Al hombre le cuesta transitar por esta línea, cada vez más tenue, que separa lo masculino y lo femenino. Y esto se aprecia en todos los ámbitos de su vida, incluida su sexualidad, según explica el psicólogo Antoni Bolinches, cuyo último libro aborda el síndrome de las supermujeres. «Vemos un hombre temeroso de ser prejuzgado y muy desorientado en el disfrute de su sexualidad. Ha asumido que la mujer es el sexo fuerte, pero no sabe qué hacer en esta situación en la que él tenía el privilegio del control», explica a LA RAZÓN. El psicólogo canadiense Jordan B. Peterson también lo constata: «Hay una crisis de masculinidad porque se culpa al hombre por el mero hecho de serlo».

Bolinches achaca este problema de identidad a una actitud de terquedad. «El feminismo intransigente genera un machismo igualmente intransigente que lleva a algunos hombres a reafirmarse en su virilidad y a exhibir el machismo más exacerbado». Pero no es la única masculinidad que deriva de su desconcierto. «Ante una realidad en la que no se reconocen, otros toman la opción de la regresión, lo que se conoce como el síndrome de Peter Pan. Deciden quedarse en una eterna juventud que les permite experimentar y disfrutar sin ser juzgados», señala. Y apunta un tercer camino que consiste en que el hombre asuma su dimensión femenina y la eleve desde su coquetería, sensibilidad y plena liberación. A esta última se suma el psicólogo Rafael Santandreu, quien aprovecha para opinar sobre el modelo de Gucci: «El de la foto está muy guapo». El psicólogo echa mano de la genética para exponer su argumento: «El ser humano comparte genética y por lo tanto rasgos, con el sexo opuesto, más de lo que la sociedad intenta imponer. La actual diferenciación de sexos es exagerada. Hacemos una caricatura de lo que es ser hombre y mujer, pero este exceso de simplificación no se ajusta a la realidad». Es verdad que, de acuerdo con nuestro ADN, somos un 99,9% igual a los demás, pero el porcentaje es similar al que compartimos con otras especies animales, como el chimpancé y algunos gatos domésticos. También el plátano tiene un 60% de ADN igual al nuestro. ¿Deberíamos envolvernos con su cáscara y rebajar nuestro egocentrismo?

Una mínima variación genética y hormonal es suficiente para diferenciarnos biológica y psicológicamente hombres y mujeres, pero tiene razón Santandreu cuando dice que «la caricatura hombre súper macho y mujer súper bambi no es útil, resulta aburrida y limitante». Él aplaude ese cruce de dimensiones de géneros y esa moda que se abre a imágenes más ambiguas. «Se ajusta más a la realidad y es más divertida. Por otro lado, vestir de forma femenina es un placer porque podemos expresar esa dimensión femenina que todos tenemos».

Responsabilidad

Para completar este debate, hacía falta la opinión de uno de sus protagonistas y quién mejor que el diseñador Palomo Spain, amante de los volantes, ganchillos de pedrería y corsés de vinilo en sus creaciones masculinas. «No hay nada rompedor en vestir al hombre con prendas icónicamente femeninas», avanza. Si la moda funciona como reflejo de la sociedad, piensa que tiene que asumir una responsabilidad. «Las concepciones de género que tradicionalmente teníamos interiorizadas se están rompiendo para dar paso a una visión mucho más diversa». En sus desfiles, Palomo impone el concepto de genderless. «Aunque sí exista un tipo de género ligado a las proporciones y morfología corporal de las personas, la estética no debe estar ligada a ningún estereotipo. Mis colecciones están llenas de ornamentación, vestidos y tacones. No hay nada más maravilloso que tu propuesta sea bien aceptada por todo tipo de personas». Palomo intenta zanjar la controversia, pero no convence a quienes opinan que el mensaje de Gucci es aniquilador. Se trataba –expresan– de derruir la masculinidad tóxica, no de convertirles en mujeres. ¿Cómo será el nuevo hombre? Solo cabe esperar que no sea forzosamente femenino.