Gente
Mario Casas me anima a llorar y Álvaro Pombo, a gritar
Cuentan que Mario Casas sedujo a su nueva novia, la belga Deborah François, poniéndole a cada rato la canción de Los Brincos «Con un sorbito de champán». Uno pensaba que siendo tan guapo no tendría que recurrir a la pesadez para ligar, pero el secreto debe de estar en añadir a la constancia un toque efervescente y alcohólico. Mario aparece, dicen, como el modelo occidental de la nueva masculinidad, que no sé si consiste en ponerse un cancán encima de los vaqueros. Según él, esa nueva masculinidad es la de hombre sensible que no tiene miedo a mostrarse tal como es, o sea, que «el hombre –dice–tiene derecho a llorar sin avergonzarse». Santo cielo, le grito al televisor, resulta que soy de la nueva masculinidad desde pequeño y no me había enterado. El presi, sí. Se le humedecen los ojos y ellas corren a abrazarlo, protectoras. Son votos. Creo que antes de las homilías pica cebolla. José Luis Coll ligaba trabajándose la lágrima entre las chicas del rojerío que admiraban su destreza para enseñar carambolas a Felipe González.
El caso es que si Casas me anima a llorar, Álvaro Pombo me anima a gritar más de lo que grito. Dice el escritor que quienes han permitido que tantos miles de viejos murieran desamparados son unos cabrones. Que los viejos somos como los pobres que piden en la calle: no quieren ni vernos. Y que Occidente ha apostado «por el largo elogio a la juventud, divino tesoro, pero es un tesoro falso». El caso es que uno ve los telediarios y, entre grito y grito, llora al contemplar la parranda juvenil interminable, sus fiestas masivas en todas partes, abrazaditos y bailones sin mascarilla y sin distancia, y así, de primeras, pienso que nos quieren matar a todos, incluidos sus abuelos. Esto sería más comprensible si todos esos jodidos jovencitos fueran nietos de Rockefeller, ricos herederos, pero aquí y ahora a los fiesteros solo les espera la ruina, el paro sin botellón y por ahí todo tieso. Einstein: «Hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, y de lo primero no estoy tan seguro». Sí, el divino tesoro era caca de la vaca. Menos mal que he llegado a la vejez inmerso en la nueva masculinidad. ¿Nos darán viagra gratis?
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