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Las ministras socialistas se rinden al rosa “opresor” de Montero
Es frecuente que las ministras vistan de rosa para hablar de empoderamiento femenino. Pero la sociedad reclama una igualdad real y efectiva
Imputar al rosa en la causa de la desigualdad es tan baladí como enfrascarse en el sexo de los ángeles. «Oprime y reprime a las niñas», dicen la ministra Irene Montero y su acólita Beatriz Gimeno, directora del Instituto de la Mujer, sin apenas reparar en lo esencial: la Covid-19 se ensaña con la mujer. Trabajo precario, carga familiar, sueldos más bajos, paro y violencia de género. Esto socava la confianza femenina, pero en su nueva campaña del exterminio del rosa insisten en que lo que perturba más el ánimo femenino es este color.
Las ministras de su Gobierno no parece que acaten tal dogma. Fue el estilismo escogido por Carmen Calvo para celebrar el triunfo electoral en 2019. Vestida de rosa, lanzó un mensaje en la camiseta: «Yes, I’m a feminist (Sí, soy feminista)». Las prendas se agotaron en horas. Igual que ella, el resto de ministras y políticas, de la bancada que sean, a menudo visten de rosa para hablar de empoderamiento y luchar por la igualdad confiando en su propio criterio y dejando claro que el estilo no conoce ideología. Poderosas y sin complejos, sentencian con sus estilismos que lo femenino no está reñido con el feminismo.
La ministra Montero alega sexualización de la infancia, pero se queda sin recorrido. El psicólogo Arun Mansukhani, miembro del Instituto Andaluz de Sexología y Psicología, no cita el rosa cuando le preguntamos por la sexualización de las niñas, sino «el bombardeo de otro tipo de imágenes en las redes que toman como modelo la exposición al porno –bastante generalizada entre los 12 y 14 años– y el número de horas que pasan frente a pantallas e interactuando en redes sociales». La alternativa sería, según este profesional, «exponerlas a modelos de mujeres diferentes y con méritos en distintas áreas, más que por ser monas». Del rosa, ni mención.
En esto del color nunca encontraremos una verdad indiscutible, pero si hilamos fino concluiremos que lo que oprime son los convencionalismos. Realmente el rosa es un rojo saturado y, como cualquier otra tonalidad, es una experiencia perceptiva. Según quien lo use, así es su significado. En el catolicismo, es felicidad y alegría. En Psicología, el color que activa las endorfinas dando rienda suelta a la creatividad. Los diseñadores recurren a él precisamente para romper tópicos y desafiar estereotipos. La excéntrica Elsa Schiaparelli, feminista e influyente, tiñó su etiqueta de rosa, un color que, según decía, «te da la vida, como si juntases toda la luz, los pájaros y los peces».
En la protesta feminista, el estallido rosa como declaración de fuerza es irrefutable. En Estados Unidos, el «PussyHat», una especie de marea feminista rosa contra el discurso machista de Trump, moviliza a madres, abuelas y niñas, que luchan con un sombrero de este color. En las zonas rurales del estado indio Uttar Pradesh, la banda de mujeres del sari rosa trabajan para poner fin a la violencia machista. Es también la marca de la cuarta ola feminista con mujeres como la artista sueca Arvida Byström, que usa su peculiar estética «girly» para lanzar un mensaje reivindicativo innegociable.
Ya en el siglo XVIII representaba lo moderno en ambos sexos y en la década de los setenta, se tomó como símbolo de los derechos LGTB. Desde los noventa simboliza la lucha contra el cáncer de mama. ¿Dónde está la debilidad u opresión a la que aluden las políticas de Unidas Podemos?
El carácter más agresivo
Estas son solo algunas muestras de su uso como color de protesta, fuerza, energía y afirmación femenina. Incluso en la naturaleza, el rosa brillante, el color más antiguo en el registro geológico, es la alegoría de la resistencia. Este pigmento podría llevar unos 1.100 millones de años. Ni siquiera en el reino animal puede decirse que sea el signo de la inocencia. Los flamencos más rosados, por poner solo un ejemplo, son los mejor alimentados y con el carácter más agresivo y dominante, según un trabajo publicado por el centro británico WWT Slimbridge Wetland.
Un color es solo una posibilidad en la amplia paleta que tenemos a nuestra disposición. Sin embargo, al convertirlo en símbolo dejamos que enmarañe nuestros pensamientos. De momento, hay rosa para rato.
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