Realeza
¿Por qué “cesaron” la Infanta Elena y Marichalar hace trece años?
La separación de la pareja Borbón-Marichalar se llevaba arrastrando desde 2001, pero fue el verano de 2007 cuando se formalizó
A las 17.57 horas del 13 de noviembre de 2007, recibí el siguiente SMS en mi teléfono; “Zarzuela anuncia el cese temporal de la convivencia de los duques de Lugo, la Infanta Elena y Jaime de Marichalar”. En ese momento ejerce de secretario de las infantas, Carlos García Revenga que considera que el término “separación” suena muy fuerte. Desde ese momento se acuerda “amistosamente”, otro eufemismo porque la realidad es que nunca ha sido una relación fácil, las condiciones del cese; pago de gastos, régimen de visitas, reparto de pertenencias, perdida del uso de duque de Lugo y la salida de Jaime de Marichalar de la Familia Real, en ese momento las infantas aún seguían formando parte del núcleo duro de la Familia.
Jaime se queda descolgado de las actividades de representación de la casa real. Aunque la Reina Sofía, su suegra cesante, afirmase “quiero a Jaime igual que cuando estaba casado con la Infanta. Que haya cambiado su relación, no modifica las cosas. No por eso le queremos menos, son cosas de la vida”. La realidad es que la salida de Marichalar de la Familia no es fácil. Es la Infanta Elena la que abandona, con sus dos hijos pequeños, el domicilio familiar. No aguanta más. Y entonces sucede un hecho, que es como una metáfora, vemos en todas las televisiones cómo es sacada del Museo de Cera la estatua de Jaime Marichalar en un carrito metálico de supermercado a plena luz del día.
Un cese anunciado desde 2001
El “cese de la convivencia” en la pareja Borbón-Marichalar se llevaba arrastrando desde 2001, pero fue ese verano de 2007, en el que formalizaron la separación, cuando sucedieron unos hechos que no cuadraban y que suponían el final. La Infanta le compra a una amiga que vende sábanas “de un algodón estupendo”, siete juegos de cama y le pide que sólo borde la coronita, sin iniciales. Las que solía encargar llevaban la coronita del ducado y las iniciales de la pareja. Otro detalle que llama la atención es que Elena y sus hijos se van de viaje a Croacia, junto a la Infanta Cristina y a su familia. Jaime se queda en Palma de Mallorca, días después posarán todos juntos por última vez, en las escaleras del palacio de Marivent.
Quizás ahora que Jaime se ha dejado barba, que no corre en patinete, que ha suavizado el pronto y las amebas solo las ve en los acuarios, la relación sea menos tirante por inexistente al ser los hijos mayores de edad y no requerir del consenso de los padres. También la Infanta ha sufrido la soledad, el cordón sanitario, el escarnio público por el comportamiento de su padre y la cárcel de su cuñado. Al final ambos han llegado a la tercera etapa de la vida con más serenidad.
Ni la Infanta Elena, ni Jaime de Marichalar han conseguido rehacer su vida en pareja y eso que ambos partían de una fuerte creencia religiosa, Elena se casó convencida que estarían juntos hasta que la muerte les separase y además, la infanta contaba con un ejemplo muy cercano de resiliencia en su propia madre. Un día en la clase de religión en el colegio, una compañera de Elena pregunta al profesor: “y si el matrimonio va mal. ¿Qué se hace?”. Como si tuviera un muelle en la mano, Elena la levanta y contesta: “Tener una infinita paciencia”. Eran opuestos y no aguantaron.
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