Entrevista
Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp, el confesor de los Alba: “Tengo la conciencia de Cayetana en la cabeza”
Cómplice espiritual de la duquesa de Alba, estuvo junto a ella en la última etapa de su vida. Hoy sigue siendo el sacerdote de las siguientes generaciones
Su nombre es un clásico de las ceremonias religiosas de las grandes familias de la vieja España. Sin embargo, a pocas personas conozco con menos tonterías y pretensiones que al confesor y cómplice espiritual de Cayetana Alba y de tantos grandes de España. Trabaja como un jabato en la parroquia del sevillanísimo barrio de Pío XII, en las antípodas sociales de su entorno de origen. Acaba de ser distinguido como canónigo de la Catedral de Sevilla y es un verdadero activista por los mayores del barrio. Es un líder y no duda en involucrar a jóvenes y abuelos para la causa. Monta unos tinglados con vertiginosas convocatorias para recaudar fondos. Se mueve como cura de barrio tan bien como por los pasillos de Liria. Ayer ofició la misa familiar por el sexto aniversario de la inolvidable Cayetana de Sevilla. Un cura de la era digital que se mueve en moto por Sevilla, toma el té con las señoras de siempre y se toma el cubata con los jóvenes porque, como dijo Santa Teresa, también entre los pucheros anda el Señor.
-¿Cómo consigue combinar sus dos realidades, la de las grandes casas señoriales y la de los pisos de familias humildes de su parroquia?
-Lo vivo con una naturalidad pasmosa. Soy el mismo esté donde esté y en el círculo de quien esté. Hago con la misma cultura, cariño y ternura la boda del grande, del pequeño, el bautizo del humilde y del más ampuloso, o la despedida de sus seres queridos. No hago distinción. No me tengo que maquillar ni disfrazar ni sobreactuar en función del sitio.
-¿Qué ha aprendido de las familias del barrio de Pío XII?
-En estos días de confinamiento he oído quejarse a más personas con grandes casas y comodidades, auténticos terratenientes, que a familias que lo han vivido en un piso de cuarenta metros cuadrados, sin ascensor. Son bastante más felices con muy poco.
-¿Qué tiene Ignacio de cura y qué de canalla?
-De cura... Desde pequeño he jugado a esto. Lo tengo metido en el ADN. La gente me sigue llamando «el curita», porque me encantaba. De pequeño decía misas. Y mis regalos por Reyes eran casullas, vinajeras, cálices, incensarios... Y de canalla... Me gustaría tener menos picaresca, ser más inocentón.
-A su ordenación fue Doña María, la madre del Rey Juan Carlos. ¿Qué está pasando en estos momentos con la Corona?
-Me da mucha pena, sobre todo, de nuestros mayores que lucharon mucho por la causa monárquica. No porque les viniera en el rango o en el apellido ser monárquicos, sino porque consideraban, y así se ha demostrado, que era lo mejor para nuestro país. La mayor época de prosperidad la ha dado la Corona. Esa familia, la de Don Juan, vivía en un chalet normal y corriente. Cualquier familia bien de Sevilla vivía en uno mejor.
-No me gusta decir que era un personaje. Se me queda corto y además me parece poco apropiado. Era una persona auténtica, con un sexto sentido y un ojo clínico para ver las cosas impresionantes. Artista, creadora. Una mujer que siendo moderna, también era fiel, no solo a las tradiciones y costumbres de la familia en la que había nacido, sino a sus principios. Era religiosa. Simpática, ocurrente. Tenía unos golpes muy buenos.
-¿Qué recuerdos tiene de la duquesa de Alba?
-He sido un auténtico privilegiado por vivir a su lado los momentos más claves de su vida, del final de su vida, porque es cuando más cerca me tuvo. Fui su confidente, su cómplice. He sido un privilegiado en los momentos clave de su vida: su boda, la boda de sus nietos, en sus momentos de desazón, de aquellos días en los que necesitaba un pañuelo en los que enjugar sus lágrimas... Bueno, lo que es un confesor, que es más allá de un amigo. Su conciencia la tengo en mi cabeza.
-¿Cómo era la vida en el Palacio de Dueñas?
-Pues mira, normalísima. Era curioso porque tenía la casa en una puesta a punto continua y no delegaba. Teniendo servicio, la gobernanta de la casa era ella (risas). No había nada que ella no supiera. Desde el mantenimiento, el arreglo de los jardines, hasta la comida que se preparaba cada día. Hacía una vida muy doméstica. Y tenía una memoria increíble. Entre miles de chismes, en cuanto faltaba una sola cosa se daba cuenta. Cuando digo miles es que son miles. Ella lo sabía todo. Era tremendamente humilde, porque al lado de una porcelana china maravillosa había una cosa de un chino de ahora (sonríe). El valor residía en quién se lo había regalado.
-¿Cómo vería Cayetana la relación de sus hijos hoy?
-Cualquier madre quiere que sus hijos sean una piña, es lo normal. Sus hijos son muy mayores. Cuando ella falleció, no solo eran padres, sino ya abuelos, con vidas independientes. Cada uno tiene su forma de ser. No se parecen. Por eso no es que sean distantes, es que cada uno tiene su vida. Sin embargo, cuando están todos juntos, parece como si estuvieran en aquellos días en los que se educaron juntos, con esa naturalidad. No se les hace raro verse cuando toca.
- ¿Qué tal ve al actual duque de Alba y a sus hijos?
- El duque está gestionando la Casa magnifícamente, tiene un gran sentido de la responsabilidad. Y los niños son buenísimos, maravillosos, nos adoramos mutuamente. Nos tratamos como hermanos, hago mucha vida con ellos, y no pueden ser más discretos, sencillos, normales y de buen corazón. No tienen pretensiones. Fernando y Sofía Palazuelo, y Carlos y Belén Corsini. No me pueden gustar más las niñas que han elegido.
-¿Qué significó Alfonso en el epílogo de su vida?
-Hago una lectura con el paso de los años: es un hombre al que le tengo que dar las gracias. Es evidente, y él lo sabe, que al principio todos teníamos las espadas en alto, porque no podíamos entender esa relación y él lo comprendía, pero fue la felicidad de su vida. Me parece un señor como la copa de un pino y lo ha demostrado. Ha sabido quitarse de en medio y desaparecer sin llamar la atención.
-Su tía, Pepita Sánchez-Dalp, marquesa del Saltillo, era íntima de Cayetana. Y ahora, sus nietos mantienen relación con la familia.
-Cayetana siempre vivió en Madrid. A Sevilla venía para la primavera: Feria y Semana Santa. Lo de los últimos años ha sido una novedad. Antes no era así. En Sevilla tenía a sus satélites y una de ellas era mi tía Pepita. Pero conocía no solo a tía Pepita, sino a toda mi familia. Por su carácter y su forma de ser se parecían mucho. Tía Pepita era muy entretenida y también muy generosa con su tiempo, se hacían mucha compañía mutuamente. Así fue hasta el final. Cayetana siempre quiso permanecer joven y así lo demostró: a cualquiera que iba cumpliendo años, siempre la veía mayor que ella con todas las consecuencias que eso tenía (risas). Quería ser joven y se juntaba con gente más joven que ella. Pero sí, la relación entre mi familia y Cayetana es de hace mucho.
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