Maradona en Barcelona
Cocaína sobre la mesa de ping pong
En su casa de Pedralbes los excesos eran continuos. Su corte, multitudinaria, comía y bebía a su costa
«En vez de protegerlo, Barcelona lo destruyó». Bernd Schuster, compañero de equipo durante los dos años que Maradona permaneció en la Ciudad Condal, condensaba en esa frase el dolor que sintió cuando vio cómo aquel chico llegado de Argentina con 22 años comenzó a destruir su vida casi antes de haberla empezado.
Un entorno denso de amigos arribistas y consejos dañinos hizo aflorar pronto sus debilidades. En su lujosa casa de Pedralbes nunca había menos de diez personas disfrutando del mate, los asados y las películas de Louis de Funes. «Se le notaba fuera de su hábitat, ya nostálgico de su tierra y de los suyos. Era un chico muy joven, más bien introvertido. Veíamos que no estaba preparado para asumir el salto a Europa», opinaba Pichi Alonso, otro de sus compañeros en el Barça.
Noches demasiado largas
Se hacía querer, en eso coinciden todos los que le conocieron por entonces, pero ninguno logró que se centrara solo en el trabajo. Sus gustos comenzaron a ser cada vez más peligrosos y las noches, demasiado largas. Llegar tarde a los entrenamientos se convirtió en un hábito. El entrenador, el también argentino Menotti, optó por cambiar las sesiones a la tarde aduciendo que era mejor para el metabolismo de los deportistas. Fue una de tantas concesiones, con las que le hicieron creer que los límites no existían para él.
También se ocultó tras el falso diagnóstico de una hepatitis lo que en realidad fue una infección venérea que le tuvo apartado del juego varias semanas. El periodista Josep María Casanovas recordaba en un artículo la imagen que contempló durante su visita en aquellos días a la mansión de Pedralbes: Diego instalado en una cama en el jardín y su multitudinaria corte comiendo, bebiendo y esnifando cocaína sobre la mesa de ping pong.
La inquietud por la desenfrenada vida del Pibe de Oro hizo que José Luis Núñez, el presidente del Barcelona, le hiciera vigilar por una agencia de detectives. El informe que recibió en su despacho fue demoledor. Aun así, se resistía a perder al mejor futbolista del mundo. Se habló con su familia y se le presionó para que buscara nuevas compañías. Él respondió pidiendo salir del club. Quería cambiar de ciudad por una donde la prensa le acosara menos y la gente le quisiera más. Núñez decidió traspasarle al Nápoles tras ser sancionado tres meses sin jugar al protagonizar una tángana salvaje en el partido contra el Athletic de Bilbao.
Maradona logró lo que pretendía, más libertad, pero de paso solventar una mala situación económica a la que le avocaron sus excesos. Se estima que en esos dos años en España ingresó unos 170 millones de pesetas de la época; más de un millón de euros, el equivalente a unos cuatro millones de hoy. Sin embargo, tuvo que solicitar un crédito a la Banca Mas Sardá para mantener un insoportable tren de vida y seguir siendo el rey Midas de su clan, al que pagaba todos los gastos de lujo por el mundo.
Su etapa en Barcelona se cerró dejando grandes simpatías y mucha preocupación. «Siempre sentiré el dolor de no haber sido capaz de ayudarle», se lamentaba emocionado el exfutbolista Julio Alberto hablando con LA RAZÓN tras conocer la muerte de su amigo, con el que compartió vestuario y adicciones. Probablemente nadie podía salvarle de sí mismo. En Nápoles se cumplieron los peores pronósticos: el futbolista se convertía en mito y el hombre, en un juguete roto dejando sin respuesta una preguntaba que él mismo se hizo: «¿Qué jugador hubiera sido yo de no haber tomado drogas?».
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