Pablo Fernández
El otro Pablo Coletas, el “macho alfa” que se le resiste a Belarra
Iglesias se cortó la coleta, Echenique está de retirada, solo queda el leonés Pablo Fernández
Si tiene melena, ruge como un león y parece un león, es muy probable que lo sea. En la naturaleza, Pablo Fernández Santos, líder de Podemos en Castilla y León, estaría llamado, con su pelambrera al viento, a proteger a la manada. Con ella aparenta ser más grande y podría acabar enredando con sus pelos al adversario. En la arena política, sin embargo, las nuevas mandamases moradas exigen sigilo. Su tic tac vaticina un tiempo nuevo muy delicado para quien rezuma una pizca de testosterona de más que pueda confundirse con lo que la formación considera supremacía patriarcal.
Las directrices son claras. Iglesias se cortó la coleta, Echenique se ha quedado sin voz en Twitter y ahora solo queda el potente rugido de este tercer Pablo, el leonés, que no león. Aunque se resigna a la feminización de su formación morada, no deja de ser en sí mismo una disrupción. Con su lengua de espinas afiladas, asesta con absoluto desdén mordidas verbales en el lugar que más puede doler. «Señorías del PP, ustedes parasitan hasta la náusea las instituciones», manifestaba esta misma semana. A Fernández Mañueco, presidente de su comunidad, le ha mandado hacer cuadernillos Santillana de verano. Y de Teodoro García Egea dice que «lo mismo escupe huesos de aceituna que fake news». En su vocabulario abundan los descalificativos: infame, vomitivo, sainete, náusea, rapiñas, cloacas y hedor. Son los términos con los que se dirige igual a sus adversarios políticos que a los medios de comunicación. Eso sí, en las Cortes maneja como nadie la suelta del micrófono, ese gesto triunfal tan popular entre raperos y comediantes con el que desestima cualquier réplica a sus palabras.
En cuanto a estética, es la versión esbelta y algo más peluda de Iglesias. Camisa blanca, chaqueta casi siempre en tono claro y una hebilla del cinturón que traicionera tiende casi siempre a colocarse a la derecha. Tiene el hábito de atusarse el pelo antes de hablar, para escarnio de quien perdió la coleta. Igual que su exlíder, probó durante una temporada a recogerlo en un moño, pero la intención le duró poco. Camina erguido y tiene una voz profunda. Sin embargo, su «amenazadora» masculinidad podría perder fuerza con una observación del biólogo australiano Leigh Simmons que encontró un menor recuento en el esperma de los hombres con una dicción grave que en los varones con voz atiplada. Es un alivio para su supervivencia en estos tiempos de sororidad morada.
Tiene 45 años y estudió Derecho en la UCM, pero antes de la política no se le conoce más oficio que el de quiosquero en su ciudad. Cuando se sumó al espíritu del 15 M todavía regentaba su quiosco Secundino Pérez como autónomo. Participó de forma activa en la gestación de Podemos y, según declaró, a su familia le costó entender que se entregara con tal fervor a una causa por la que no recibía remuneración. Como recompensa, Iglesias le sumó a ese consejo directivo de 62 sillas reservadas a «gente común que haría cosas extraordinarias».
Duerme poco y trabaja infatigable pateando calles, plazas y barrios. No se le oye hablar de casta, pero su discurso se queda en la lucha de pobres y ricos. En las Cortes despliega su acostumbrada hipérbole. Sus excesos verbales le han llevado a tener que pedir perdón. Viniendo de una comunidad que durante 34 años ha sido granero de votos del PP, hay que reconocerle el mérito de mantener la representación de su partido. Belarra le ha incluido en su candidatura para liderar Unidas Podemos en una lista encabezada por seis destacadas dirigentes, pero habrá que ver cómo se las ingenia para resistir sin cortarse la melena y sin atarse la lengua.
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