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Adolfo García Ortega: «Admiro el concepto del fútbol de Ronaldo»

Referencia de editores y gran escritor, este «animal literario» presenta su última compilación de cuentos, «Verdaderas historias extraordinarias»

Adolfo García Ortega
Adolfo García Ortegalarazon

Es un intelectual con mayúsculas. De los necesarios. De aquellos que escasean. Vinculado al periodismo cultural, es además traductor de Larbaud, Barthes, Queneau, Segle o Martí i Pol, al tiempo que ha abordado su faceta de editor al frente de la mítica Seix Barral, trabajos que ahora compatibiliza con el de asesor del Grupo Planeta. Pero, por encima de todo, es un «letraherido» que se manifiesta como cuentista, poeta, ensayista y novelista sin tregua para el lector inteligente. Su último regalo en tinta: «Verdaderas historias extraordinarias» (Seix Barral).

–Dos «cuentarios» ya publicados y una «guinda» inédita... ¿Por qué unidos en un volumen?

–El libro de cuentos completos es más agradecido por el lector y supone una actualización de los anteriores.

–En «Paraíso privado» vaga por Flaubert, Cernuda. .. Odio llamarlo metaliteratura.

–Tampoco a mí me gusta. Pero la literatura, contada de otra manera, aporta visiones enigmáticas útiles para la vida. Además, no puedo evitar ser un animal literario. Me gusta serlo, aunque lo veo como una fatalidad.

–«La ruta de Waterloo» son nueve historias que confortan ante la adversidad. ¿Tanto nos duele la vida, después de tantos siglos viviéndola?

–La vida es la suma de felicidad y dolor. El parto es la mejor metáfora «física» de lo que nos espera el resto de la existencia. En estos cuentos, lo que pretendía era fabular mediante formas nuevas, asumir relatos largos que fuesen como micronovelas.

–En «La mujer de Sorrento» leemos «manos cortadas», «cosas que sé de las mujeres cuando pienso en los hombres», ¿es como aquellas sirenas que fuerzan al lector a recalar en sus rocas?

–Soy un escritor-sirena que busca atraer a lectores para retenerlos. El libro está poseído por el dramatismo de la sociedad: la marginalidad, la inmigración, el mestizaje, el desamor, la solidaridad. Escribo lo que quiero, es lo que he ganado con los años.

–Hay un guiño a Pink Floyd. ¿La proximidad de Sorrento con Pompeya se lo puso meridiano?

–En mi literatura hay muchos guiños interiores, todos unidos a mi mito más fascinante, que es la mujer. Ese cuento en concreto tiene mucho más fondo: es el sueño del hombre ante lo femenino. El universo de la mujer es el planeta más interesante al que llegar. Está lejos, pero el viaje vale la pena para el hombre que lo intente.

–El relato ¿debe tener un final sorpresivo que sólo el lector pueda completar?

–El final ha de producir emoción, conmoción, perplejidad. En mi caso, está entre la sorpresa y la suspensión.

–¿Hasta qué punto la fuerza de la ficción puede alterar la «maldita» realidad?

–Es el empeño de la literatura desde Homero. Nunca lo consigue pero siempre está a punto. Por eso seguimos leyendo y seguimos escribiendo... Por desgracia, el hombre acaba identificándose más con los Sancho Panzas que con los Quijotes. Y así nos va.

–Ahora que Alice Munro ha ganado el Nobel, ¿dejará de ser el relato un género «descastado»?

–Parece que con ella se ha descubierto el cuento, como si Chejov, Kafka o Borges no hubiesen existido. Me deja frío. Prefiero a DeLillo o a Doctorow, más noqueantes

–Su última traducción es deliciosa («Al envejecer los hombres lloran», de Seigle).... ¿Comparte con Marías que un buen escritor ha de ser también un buen traductor?

–Sí. A mí traducir me apasiona, siempre que pueda elegir el libro. Lo considero una especie de gimnasia literaria y una manera de compartir las soluciones planteadas por otro escritor.

–Muñoz Molina acaba de publicar un amargo poema sobre este país –«Todo lo que era sólido» (Seix Barral)–. ¿Estamos tan devastados?

–Estamos devastados y somos devastadores. Estamos en el gozne del futuro y, en el caso de España, pagamos el país de lazarillos que siempre hemos sido, de pecadores y de truhanes. También de ignorantes. Pocos se ufanan tanto de su ignorancia.

–¿Seguimos en las brumas de las que Hierro habló hace 32 años al recibir el mismo premio?

–Ahora ya no amenazan, son un hecho: la incertidumbre y la injusticia, unidas al miedo, campan en nuestra sociedad. Jaleados por políticos e intelectuales de ínfima categoría, vamos abocados a tiempos de extrema intolerancia. Soy profeta.

–Ha sido referencia de editores, ¿editar es más que publicar?

–Es comprender a fondo al escritor y salvarlo de sí mismo sin querer usurpar su espacio. Conozco pocos editores así. Elena Ramírez, por ejemplo, lo es.

–Escribió sobre el 11-M («El mapa de la vida»), ¿cómo estarán sus dos protagonistas de ficción?

–Nuestro país necesita una gran reconciliación de contrarios, y por supuesto un enorme respeto real a las víctimas. Ya lo he dicho en artículos anteriores y no sé si he sido bien entendido.

–Era un poema de amor en prosa a Madrid. ¿Seguimos cabiendo todos o «no cabe ni Dios», como en aquella canción?

–Madrid es grande porque es heroica, porque no tiene mar, porque no es fetiche, porque es una ciudad vital y real, no «de ensueño». Sigue cabiendo gente en Madrid, de todos los colores. Sólo faltan políticos que estén a la altura de esta ciudad.

–«El problema no es el paro ni la crisis. La realidad es que sobra gente», ¿muy malthusiano?

–Éste es el comienzo del capitalismo liberal: sobra la gente que no puede ser traducida en beneficio económico. Ya no hay hipocresía: la crisis es para eliminar gente.

–¿Los nacionalismos son el problema más grave de Europa o sólo una cortina de humo?

–El mal verdadero de Europa es su cíclica erupción nacionalista. Si Europa hubiera derivado hacia unos auténticos Estados Unidos Europeos, ahora seríamos una potencia emergente. Pero nunca superaremos las fronteras, y menos aún los idioma.

–¿Es del Valladolid o merengue? ¿O quizá me sorprenda y va al palco del Barça?

–Soy muy del Real Madrid. Me gusta jugar a ser hincha, pero felicito a mis amigos del Barça cuando ganan. Eso sí, no soporto a Messi. Admiro el concepto del fútbol de Ronaldo.

–Como vallisoletano, ¿nos despedimos con un Mauro, un Pago de Carraovejas o un Arzuaga?

–Uf, me lo pone difícil. Cualquiera de ellos merece nuestro brindis y, sobre todo, repetirlo.