Carlos Iglesias

Alfredo Fraile por fin ajusta cuentas con Julio Iglesias

El cantante, durante un concierto
El cantante, durante un conciertolarazon

Eran seiscientas páginas ahora concretadas y resumidas en cuatrocientas cincuenta tras el buen consejo de la editorial Planeta, que ya proyecta un lanzamiento muy intenso, especialmente en Sudamérica. Porque el ex mánager durante un cuarto de siglo, amigo leal, nunca resentido, soportador de las primeras giras compartidas con Isabel Preysler cuando ella estaba ciega de amor y lo acompañaba en México a bordo de un destartalado autobús. Comían bocadillos «porque las ganancias no daban para más, todo el rato recurriendo a quesadilla», evoca Alfredo Fraile tranquilo «porque no resulta un ajuste de cuentas, aunque pueda parecerlo. He matizado mucho y no es un libro contra Julio Iglesias, tan sólo se trata de uno de los muchos personajes con los que tuve relación intensa, como Berlusconi en los primeros tiempos de Telecinco aterrizando en España. Entonces conocí al polémico magnate italiano, que vivía en el Ritz, todo el sucio asunto de KIO, los paños calientes para mejorar a Javier de la Rosa, su intimidad publicitaria con el anterior rey marroquí, los más que contactos con Arafat, Simon Peres y el dúo Jordi Pujol-Cullell». Da repaso a todos. Descubre jugadas, montajes o inventos como las tácticas castigadoras de un Julio que deslumbraba sin llegar a rematar regalando un Cartier –siempre modelo Panthera– a la de turno que «debía tener pecho abundante. Y si no, se lo ponía». No fue el caso de la francesa Nathalie con generosa «poitrine», que luego se lió con un hermano de Al Fayed, y Julio la organizó al enterarse, a punto de cumplir 40 años en el Ritz parisiense, propiedad del casi suegro de Lady Di. Lo viví en carne propia –mi suite tenía ventanales a Place Vendome–. Un lujazo. Animé a que Fraile y Ansón reconsiderasen el disparate de cambiar de alojamiento a sus doscientos invitados, creyendo que Al Fayed le había hecho una faena impropia de un amigo. Fue injusto, histérico y desproporcionado porque Nathalie había rehecho su vida.

–«También cuento, cómo no, nuestro debú en Suráfrica, cuando existía el "apartheid"y nos contrataron en un casino de Botswana. Tú comprobaste cómo Julio, que hacía viaje con Vaitiaré, la encerró en su cuarto y no la dejó salir en diez días porque le sobresalían los dientes a los que después colocó "brackets", «¿recuerdas? Era una niña». Aparte del exótico entorno, no puedo olvidar la tremenda angustia claustrofóbica de aquel reducto inventado políticamente para que votasen los negros. Nos aburríamos tanto, que cada tarde le dábamos a los bolos, ojeando los tonteos de Carlos Iglesias, que llegaban al acoso: Susana Echeverri, una amiga chilena que acompañaba a Vivian Ventura, proveedora de algo más que afecto, tuvo que salir pitando tras un safari en el Parque Kruger para evitar un escándalo con el hermanísimo, que tenía mando en plaza y se creía con derecho de pernada. O tal contaban. Ella y yo acabamos en Ciudad del Cabo, buscando horizontes más despejados. Y los encontramos, mientras Fraile padecía los malos humores del cantante, momentos que cuenta como otros muchos compartidos con Jaime Peñafiel y su cuñado José María García. Libro sin amargura ni desmemoria que pondrá las cosas y a Julio en su sitio. Por fin desvelarán lo que esconde su bien engominado tupé, una tarea a la que contribuirá Tonxo Navas, quien también remata el volumen contando sus treinta años de sufrimiento y barra libre a la sombra de quien fue su amigo y lo engañó, dándole un apartamento miamero de ida y vuelta.