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Carmen Lomana: El ocaso de las diosas

Carmen Lomana, el día de San Isidro, lista para ir a la ermita del santo
Carmen Lomana, el día de San Isidro, lista para ir a la ermita del santolarazon

Esa tarde en St.Tropez me sentía encantada porque iba a conocer a mi gran icono de estilo. Marcó toda una época. Con 12 años ya quería ser como ella. Cuando salía del colegio, iba a una librería en la que comprábamos cromos para rellenar esos álbumes que estaban de moda con las películas del momento y que después las niñas intercambiábamos los que teníamos. Allí también encontrábamos fotos de nuestros artistas favoritos. Yo solo tenía dos: Brigitte Bardot y James Dean. Los dos podrían sin duda ser una pareja totalmente actual a pesar de haber pasado 60 años.

Pues como les decía por fin podría conocerla. Llevaba 45 años retirada de cualquier acto social, rodeada de perros en su casa de St. Tropez, empecinada en no querer operarse las caderas motivo por el que iba en silla de ruedas. Esa tarde por fin iba a salir de su encierro, dado que una galería de arte que está ubicada en la famosa Place des Lices inauguraba una exposición de fotos de su época más gloriosa en la cual St. Tropez era tan protagonista como ella. Su gran éxito, que la convirtió en mito erótico por antonomasia de toda una época, «Dios creo a la mujer» se rodó en ese pequeño y maravilloso pueblecito de la Rivera francesa. En los 50 y 60, Bardot fue la mujer más deseada del planeta. Rompió todos los esquemas, era una mujer liberada de prejuicios, para muchos amoral, incluso Simone de Beauvoir le dedicó un ensayo, «El síndrome de Lolita».

Por fin, ante la expectación de los que allí nos encontrábamos, apareció ella. No podía creer lo que estaba viendo, una mujer envejecida hasta extremos inconcebibles para esta época en la que una persona de 84 años a poco que se cuide puede estar fenomenal. Esa piel era un erial reseco, con cientos de arrugas, el pelo estropajoso recogido en un moño que en nada hacía recordar los maravillosos moños estilo BB despeinados que todas quisimos imitar en algún momento. Me dieron ganas de llorar, mi «mito» era esa mujer en silla de ruedas, dejada, antipática y gorda. Yo estaba con mi amigo francés Paul y decidí que nos fuésemos rápidamente. Quería conservar en mi memoria a esa Brigitte Bardot bellísima cruzando los Campos Elíseos en un mini Cooper verde en la película «Babette se va a la guerra». Después de esa escena ya no quería en mi vida ningún coche que no fuese el «Mini». Como yo era pequeña para conducir, le di la tabarra a mi madre hasta que se lo compró. Lo estrenamos juntas y me sentí un poquito ella. Tampoco quería olvidarla bailando encima de una mesa en un tugurio frente al puerto de St.Tropez mientras un grupo de hombres la contemplaban ensimismados en todo su esplendor y belleza erótica. Ella que era una diva vestida por Dior, Balmain o Pierre Cardin, que tenía unas señas de identidad «superfashion» que nunca han perdido actualidad: los suéteres ajustados con faldas vaporosas, los cuadros vichy en shorts o vestidos, el moño ahuecado, las bailarinas, y esos maravillosos ojos siempre perfilados en negro. Ella sí era una verdadera «influencer» sin proponérselo y sin tanto postureo.

Esta Brigitte actual no me interesa. Me hizo reflexionar mucho sobre lo importante que es quererse y tener respeto y autoestima por uno mismo. Si Dios, si la vida te ha regalado un físico bueno, un cuerpo bello y armonioso que es nuestro «envase», aunque solo sea por agradecimiento, deberíamos cuidarlo hasta el último día de nuestra vida, por dentro y por fuera, respetarlo, darle el descanso y los mimos necesarios para no convertirnos en personas amargadas por muchos palos que nos haya dado la vida. Cuando nos vayamos que sea, si una enfermedad no lo impide, devolviendo nuestro «envase» en las mejores condiciones posibles. Siempre me quedare con la mujer llena de pasión y belleza que fue B.B y que inspiró a varias generaciones. La actual para mi no existe...