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74 años de la boda de Isabel II y Felipe de Edimburgo, el hombre que renunció a sus raíces por amor

La opinión pública no veía con buenos ojos al que finalmente terminó convirtiéndose en consorte del Reino Unido

Isabel II y Felipe de Edimburgo el día de su boda
Isabel II y Felipe de Edimburgo el día de su bodaAP

Tal día como hoy, hace ya 74 años, la Reina Isabel II y Felipe de Edimburgo se convirtieron en marido y mujer durante una fastuosa boda real oficiada en la la abadía de Westminster. Los novios pasaron por serias dificultades antes de poder celebrar su gran día, empezando por el rechazo de buena parte de la opinión pública y de las altas esferas británicas a semejante unión. Ni siquiera el cielo londinense parecía querer poner de su parte, amaneciendo nublado y lluvioso aquel 20 de noviembre. Por fortuna, las nubes se retiraron a media mañana, como también lo hicieron en los años posteriores en los que los ciudadanos por fin aceptaron al príncipe como esposo de la soberana.

Cuentan que que la Reina Isabel II solo tuvo ojos para don Felipe desde el primer momento. Sus padres, los reyes Jorge VI e Isabel Bowes-Lyon, hicieron todo lo posible para que la joven princesa conociera a otros varones que encajaban más en sus preferencias, pero ella lo tenía claro: estaba enamorada de aquel guapo griego que cada semana se acercaba en su coche hasta el Palacio de Buckingham para cenar con ella y su hermana Margarita.

A los reyes de Inglaterra no les gustaba el entonces Felipe de Grecia por varias razones. La primera y más importante es que por sus venas corría la sangre alemana. El pueblo germano devastó Europa durante la II Guerra Mundial, mostrándose especialmente duro contra la ciudad de Londres, que bombardeaba noche sí, noche también. Que la princesa Isabel hubiera puesto sus ojos en un joven de semejante ascendencia escandalizó a la opinión pública y a buena parte de las altas esferas británicas, que tenían la esperanza de que la heredera al trono reflexionara y se decantara por algún otro chico perteneciente a las casas de alta alcurnia inglesa, como los Grafton, los Rutland, los Buccleuch o los Porchester.

Isabel II y Felipe de Edimburgo en su juventud
Isabel II y Felipe de Edimburgo en su juventudroyalsAP

Además, tampoco gustaba el escaso patrimonio con el que Felipe contaba. Los reyes querían para su hija un hombre poderoso y rico cuya posición estuviera a la altura del Palacio de Buckingham, pero la heredera al trono seguía en sus trece. Viendo que era imposible que la joven alteza se separara del problemático griego y que los rumores de compromiso empezaban a filtrarse entre la prensa, la casa real británica ideó un elaborado plan de marketing para limpiar la imagen del futuro consorte de cara a la ciudadanía.

Para empezar, Felipe tuvo que renunciar a sus raíces y a su propia ciudadanía griega, perdiendo así los títulos reales que el país heleno le concedió desde el momento de su nacimiento. Poco después se le otorgó el pasaporte británico, aunque en su primera página ya se podía leer un nombre diferente al que recibió cuando nació. Ya no quedaba rastro de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, aquel molesto apellido alemán, y en su lugar se le bautizó como Mountbatten, un apelativo británico donde los haya.

La reina Isabel II y Felipe de Edimburgo el día de su boda
La reina Isabel II y Felipe de Edimburgo el día de su bodaPAGTRES

En los meses previos a la gran boda, el Palacio Británico se encargó de filtrar a la prensa imágenes de Felipe Mountbatten jugando al cricket, el deporte inglés por excelencia, o posando en los paisajes escoceses durante su infancia y juventud. La intención era manifestar que el prometido de Isabel II era tan británico como ella, con la salvedad de que sus antepasados tenían pasaporte alemán. La casa real logró su objetivo y el día de la gran boda un 60 % de los ciudadanos encuestados aceptaban la unión, un 20 % más que cuando se hizo la misma pregunta después de anunciar el compromiso.

El tiempo fue el mejor aliado del consorte y con el paso de los años se fue ganando el cariño y apoyo de la opinión pública. El día de su muerte, todo Reino Unido lloró la pérdida del esposo de Isabel II, un hombre que estuvo a la altura de la corona más poderosa del mundo.