Caso Epstein

Andrés de York y Sarah Ferguson: la sombra Epstein reabre un conflicto que ya es diplomático

El expríncipe y su exmujer podrían ser detenidos si viajan a Estados Unidos tras ignorar los requerimientos oficiales relacionados con la investigación del caso Epstein

El príncipe Andrés y Sarah Ferguson en el funeral de la duquesa de Kent
El príncipe Andrés y Sarah Ferguson en el funeral de la duquesa de KentGtres

La ya de por sí delicada situación de Andrés Mountbatten-Windsor acaba de adquirir una dimensión aún más inquietante. A la pérdida de sus títulos reales, el desalojo del histórico Royal Lodge y el distanciamiento definitivo de la Casa Real británica, se suma ahora un nuevo frente que amenaza con convertirse en un dolor de cabeza diplomático de primer orden: tanto él como su exesposa, Sarah Ferguson, se enfrentan a la posibilidad real de ser detenidos si viajan a EstadosUnidos, al no haber respondido a los requerimientos de las autoridades implicadas en la investigación del caso Epstein.

Según han revelado diversas fuentes, un grupo de legisladores demócratas de la Cámara de Representantes remitió una petición formal al exduque de York solicitando su testimonio. El plazo expiró sin respuesta y, en términos administrativos, el silencio equivale ya a una negativa. Esta falta de colaboración abre la puerta a medidas más severas, incluida la detención inmediata si Andrés pisa suelo estadounidense. Una perspectiva que, años atrás, habría parecido impensable para un miembro de la realeza británica.

Acuerdo privado con Giuffre

El propio Andrés había asegurado en su momento estar dispuesto a colaborar con las autoridades estadounidenses, pero aquel compromiso nunca llegó a materializarse. Tras la demanda presentada por Virginia Giuffre, optó por un acuerdo privado, evitando así un juicio público que habría expuesto detalles incómodos. Ahora, ese silencio vuelve en su contra. Y lo hace en un contexto especialmente vulnerable: ya no goza del paraguas institucional de Buckingham ni de la inmunidad diplomática que antaño lo protegía.

La situación no afecta únicamente al príncipe. Sarah Ferguson, su exmujer, también podría enfrentarse a consecuencias similares. Su nombre aparece mencionado en correos electrónicos que acreditan su relación con Jeffrey Epstein incluso después de la primera detención del financiero. Su equipo asegura que actuó bajo coacción, pero eso no ha bastado para desvincularla por completo del caso. Tampoco ella respondió a la solicitud oficial, lo que la deja expuesta exactamente al mismo riesgo si decide viajar a Estados Unidos.

Aunque ni Andrés ni Sarah contemplan ese desplazamiento, en los pasillos de Buckingham reconocen que el escenario sería devastador: ver a un exmiembro de la familia real arrestado en territorio estadounidense supondría un golpe demoledor para la imagen internacional de la institución.

Mientras tanto, el futuro de ambos permanece suspendido. Sarah Ferguson, privada de cualquier respaldo oficial, estudia marcharse del Reino Unido durante una temporada, aunque Estados Unidos queda fuera de toda consideración. Andrés, por su parte, se instalará en una pequeña propiedad dentro de Sandringham, cedida por su hermano, el rey Carlos III. Un gesto mínimo que, sin embargo, deja claro el mensaje: el apoyo familiar existe, pero la frontera entre lo institucional y lo privado ya es infranqueable.