Anécdotas
El día que Isabel II fregó los platos y Margaret Thatcher los secó
A la monarca le fascinaba enfundarse unos guantes amarillos de goma y lavar los platos
En el imaginario colectivo, la reina Isabel II aparece rodeada de pompa y solemnidad: corgis correteando por los pasillos de palacio, sombreros de colores imposibles y un ejército de asistentes atentos a cada detalle de su rutina. Sin embargo, tras los muros de Balmoral o Sandringham, existía una faceta doméstica y casi entrañable de la soberana que sorprendía -y en ocasiones desconcertaba- a primeros ministros, damas de compañía y cortesanos. Porque, lejos de los protocolos, a Isabel II le fascinaba enfundarse unos guantes amarillos de goma y lavar los platos.
El periodista Valentine Low lo revela en su nuevo libro "Power and the Palace", donde recupera testimonios que dibujan a una monarca inesperadamente hogareña. John Major, primer ministro británico entre 1990 y 1997, recordaba con humor una barbacoa en Balmoral. Al terminar, se levantó con intención de ayudar, pero fue interceptado por una dama de compañía: "¡No, no, no! A la Reina le gusta hacerlo". Eso sí, añadió con sorna que los platos acabarían, inevitablemente, en el lavavajillas del castillo.
Sacrilegio protocolario
La anécdota se repite en distintas voces. Gyles Brandreth, en su biografía "Elizabeth: un retrato íntimo", cita a David Cameron relatando cómo, en pleno Balmoral, se atrevió a ponerse los célebres "Marigolds". El gesto resulto un sacrilegio protocolario: "¿Qué demonios está haciendo el Primer Ministro?", le espetó Isabel II, devolviéndolo de inmediato a su lugar en la mesa.
Incluso Margaret Thatcher, férrea defensora de la autoridad real, se vio envuelta en un peculiar pulso doméstico. Según Paul Burrell, el mayordomo de Diana de Gales, la Reina comenzó a fregar tras un picnic.La Primera Ministra, horrorizada ante la escena, se resistía a permitirlo. Al final, Isabel resolvió con pragmatismo: "Bueno, yo lavo, ¿tú secas?". La Dama de Hierro no tuvo más remedio que aceptar.
Este amor por las tareas cotidianas no era impostado ni fruto de la edad. Alathea Fitzalan-Howard, amiga de infancia de la Reina, ya lo había escrito en su diario de 1941, durante las clases de cocina en Windsor: "A Lilibet le gusta fregar los platos y lo hace más que el resto de nosotras juntas".
Lo curioso no es que la mujer que reinó siete décadas se aferrara a gestos tan comunes, sino lo que estos revelan: un instinto por lo sencillo, una necesidad de normalidad en medio de la rigidez ceremonial. Quizá por eso, entre la caza, los picnics y los compromisos oficiales, Isabel encontraba en la espuma de jabón y los guantes amarillos un espacio de libertad.
Al final, los platos sucios fueron para la reina algo más que una tarea doméstica: eran un recordatorio de que, incluso en la cúspide del poder, la intimidad y la humanidad se encuentran en los actos más simples.