
Mallorca
Lo que los Reyes Felipe y Letizia tienen que agradecer (y es políticamente incómodo) a unos ausentes don Juan Carlos y doña Sofía respecto al legado de Joan Miró
El silencio sobre ese legado compartido entre el artista y la institución dice más de la política que del arte
Este verano, los Reyes Felipe VI y Letizia, acompañados por sus hijas, visitaron la exposición Paysage Miró. La força inicial en la Lonja de Palma, cerrando con broche cultural sus vacaciones oficiales en Mallorca. Fue una visita cuidada, en horario vespertino, acompañados del nieto del artista, Joan Punyet Miró, y rodeada de discretas dosis de cercanía popular y diplomacia institucional. Sin embargo, mientras recorrían las esculturas de gran formato del genio catalán y contemplaban las 117 obras distribuidas por la isla, no hubo una sola palabra, al menos pública, de agradecimiento hacia quienes hace casi cinco décadas abrieron esa misma puerta: Don Juan Carlos y Doña Sofía.
Porque, aunque hoy parezca políticamente incómodo recordarlo, sin la visita de los Reyes eméritos en 1978, el vínculo entre Joan Miró y la institución monárquica difícilmente habría echado raíces. En aquella fecha simbólica, 5 de septiembre de 1978, Juan Carlos y Sofía inauguraron en la misma Lonja una gran exposición antológica con motivo del 85º cumpleaños del artista. Acompañados por el propio Miró y su esposa Pilar Juncosa, recorrieron las salas en un gesto que, más allá del protocolo, supuso una toma de posición política y cultural en favor del arte contemporáneo, en plena transición democrática.
Hay que tener memoria: a finales de los 70, Miró seguía siendo una figura incómoda para ciertos sectores conservadores. Su estilo irreverente, su militancia catalanista y su distancia con los círculos franquistas no lo convertían en un artista de Estado. Que el Rey Juan Carlos, recién coronado tras la muerte de Franco, se dejara fotografiar junto a él, en su tierra adoptiva y rodeado de sus obras, fue un movimiento que contribuyó a normalizar el arte moderno en las altas esferas del poder.

Hoy, más de 45 años después, Felipe y Letizia recogen esos frutos. La exposición actual, repartida entre cuatro sedes (La Lonja, Es Baluard, la Fundació Miró Mallorca y el Casal Solleric), no sería posible sin la institucionalización previa del legado mironiano, impulsada por Pilar Juncosa, con el respaldo del propio Juan Carlos, que cristalizó en la creación de la Fundació Miró en 1981. Fundación que, por cierto, los actuales Reyes también han visitado en el pasado, como ocurrió en 1998 y más recientemente en 2015, cuando acudieron para conmemorar el centenario del nacimiento de Pilar Juncosa y conocer de cerca los talleres y archivos originales del artista. Visitas siempre discretas, de bajo perfil, pero con fuerte contenido simbólico.
La visita de este 2025, con sus fotos cuidadosamente editadas y su tono sobrio, parece ignorar que Felipe y Letizia pisan sobre suelo abonado por otros. La Reina Letizia, definió la exposición como “maravillosa”, pero nadie mencionó que esa misma Lonja fue, en 1978, testigo de un momento fundacional para el arte contemporáneo español. La presencia de Leonor y Sofía añade continuidad dinástica, sí, pero el relato queda cojo si se borra a quienes tendieron el primer puente entre la monarquía y el universo mironiano.
Joan Miró nunca fue un artista cortesano, pero tampoco fue ajeno al respeto institucional. En 1978, ese respeto fue mutuo. Hoy, el silencio sobre ese legado compartido dice más de la política que del arte. Y, quizás, demasiado de la memoria.
Este año, sin embargo, hay matices que merecen atención. A diferencia de otras ocasiones, la Familia Real, incluidas Leonor y Sofía, ha mostrado más disposición a acercarse al patrimonio artístico con naturalidad, sin excesivo protocolo. La visita fue informal, sin discursos, pero con tiempo suficiente para recorrer la exposición a fondo. La reina Letizia, con su habitual interés periodístico que enamora a quien la conoce de cerca, conversó largamente con los comisarios, mientras sus hijas se interesaron por las esculturas monumentales. Fue un gesto real auténtico, aunque no exento de omisiones históricas.
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