Opinión
Los sábados de Lomana: Cuando el abuelo taxista de Letizia bailó con una marquesa
Aquel 22 de mayo de 2004, la crónica real nos dejó divertidas anécdotas y, al menos por un día, se olvidaron muchos convencionalismos
Era un 22 de Mayo cuando esa boda tan inesperada y sorpresiva se celebró. Ya hace 20 años.Nuestro Príncipe de Asturias, Felipe, y Letizia Ortiz se casaban. Ella era periodista, presentadora de telediario en TVE, divorciada, y de una familia trabajadora más bien de izquierdas y nada monárquica. Cuando se anunció el compromiso, se rompieron todos los esquemas de lo que nos habían contado sobre cómo debía ser la futura Reina de España. Se presumía que todas las reinas españolas habían sido hijas o descendientes de reyes y cumplían exigencias que resultaban un poco obsoletas. Por ejemplo, poner en valor la virginidad, ser católica practicante o tener un pasado intachable. O, mucho mejor, sin pasado.
Los españoles no dábamos crédito. Era «la chica del telediario». No cumplía ningún requisito. Era una mujer muy libre y con pasado, y mucho, pero nuestro príncipe estaba loco de amor por ella, probablemente porque era distinta, con mucha personalidad y le plantaba cara si algo no le gustaba, hasta el punto de mandarle callar para hablar ella el mismo día de su presentación al pueblo. Todos pensamos: «¡Esta es de armas tomar!». También se las daba de intelectual, de inculcarle a su novio el gusto por la lectura, el cine en versión original y una visión de la vida diferente. Él, fascinado, anunció: «Letizia es un gran activo para la institución monárquica».
Con el tiempo y después de un periodo muy difícil de adaptación tomando conciencia de que es la madre de la futura reina de España, ha dejado actitudes rebeldes y poco apropiadas. Como buena periodista, domina la puesta en escena y maneja el lenguaje maravillosamente. Estoy segura que supervisa los discursos del Rey Felipe enseñándole a vocalizar y a medir los tiempos. Sus hijas están muy bien educadas. La Princesa Leonor nos roba el corazón cada vez que aparece en un acto público.
Doña Letizia está francamente guapa, perfectamente adecuada para la ocasión. No olvidamos el precioso vestido rosa de Carolina Herrera con un sombrero espectacular en la coronación del Rey Carlos III . Pero donde nuestra se crece y da gusto escucharla es en los actos sociales, a los que acude sola. Ahí aparece la mujer periodista arrolladora, culta, manejando perfectamente cómo dirigirse y atraer la atención. En Europa, especialmente en Francia, les fascina.
Empecé esta crónica recordando el día de la boda La Almudena. El tiempo fue desapacible. A la novia, vestida por el gran modisto Pertegaz, que ese día no acertó mucho, se le notaba que no podía ni caminar por el peso del vestido. Entró en la catedral en medio de una lluvia inmensa, rayos y truenos. Todo muy teatral. Ella estaba pálida. Cuando los novios se encontraron en el altar, se miraron a los ojos y él le dijo un piropo. Letizia parecía romper a llorar, pero se contuvo. Se celebró el banquete en el Palacio Real y tengo anécdotas muy divertidas, como cuando el abuelo taxista saco a bailar a Crista de Baviera, que era una mujer imponente y muy alta. Él muy bajito. Fue un momento único, sobre todo conociendo a Crista, tan especial. Una vez más, el amor se impuso a los convencionalismos.
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