Historia

Marbella

El romance «secreto» de Serrano Súñer

Sonsoles de Icaza, marquesade Llonzal
Sonsoles de Icaza, marquesade Llonzallarazon

Serrano Súñer fue el temido «cuñadísimo» de Franco, un personaje jaleado y odiado en los años 40 del pasado siglo cuando el franquismo daba sus primeros pasos. Porque el Caudillo murió en su cama llorado por todo un pueblo que hizo colas interminables para despedirle en su capilla ardiente del Palacio Real. Emilio Romero ya había llevado a escena este romance conmovedor del Régimen. Con él hizo un drama titulado «Sólo el cielo puede juzgarme», que estrenó la compañía de Vicente Parra, también productor, conFiorella Faltoyano, entonces una actriz más que prometedora y de una belleza exótica de la que hoy todavía se aprovecha y disfruta Fernando Méndez Leite. Escandalizó en su tiempo y duró poco en cartelera porque el Madrid de entonces hizo un boicot a lo que se tenía por un secreto de Estado. Era bien sabido que la marquesa de Llanzol, Sonsoles de Icaza, musa de Balenciaga –de quien llegó a poseer 400 trajes, hoy en su museo vasco–, tenía tres hijos con su marido, y que Carmen Díez de Rivera era resultado de aquella pasión adúltera inaceptable para la época, y aseguran que le costó el difícil cargo de ministro de Asuntos Exteriores a Suñer, a pesar de ser muy admirador de Hitler.

Por su parte, Nieves Herrero debuta con éxito en la novela –novelón, son 600 páginas evocadoras–, en la que exhuma a Rosita Zabala, la peluquera de moda de entonces –como hoy Moncho Moreno en Lagasca; en México acaba de impartir varios cursos–, que igual peinaba a María Dolores Pradera y a Amparo Rivelles que a Saritísima, entonces en su momento de gloria. El político perdió la cabeza por la aristócrata veinteañera –muy amiga de Cayetana de Alba y de Aline Romanones, que recordó a Herrero los lugares de encuentro furtivos del momento–. Destaca Lardhy, el de los cocidos históricos, donde lo mismo se veían a hurtadillas Isabel II con el de turno –hubo amantes incontables– que la condesa de Pardo Bazán con Pérez Galdós. Está por escribir la historia de estos episodios carnales, sobre todoel de la escritora coruñesa, cuyo palacio está frente al que Amancio Ortega tiene en la calle Tabernas, entre el luminoso Parroto de la ciudad cristal.

Nieves recupera momentos que marcaron nuestra historia, ya no tan reciente; un buen contrapunto a la moralina marcada por el franquismo, especialmente porque Serrano estaba casado con Zita, hermana de doña Carmen Polo y bastante influyente en los salones de El Pardo, aunque la superaba su cuñada Pura Huétor de Santillán, confidente de la señora. Por cierto, su hija Carmen cumple 86 años dentro de diez días, está en plena forma y supo acomodarse ejemplarmente a las circunstancias, algo que no hizo la marquesa, que tuvo esa hija extra matrimonial que, para colmo, luego se enamoró de uno de sus hijos y ahí se descubrió el pastel, recogido escénicamente por Emilio Romero. Fue otro drama difícilmente digerible por la «musa rubia de la democracia», un calco físico de su progenitor. Devino en crisis mística como la que ahora tiene Tamara Falcó sin una motivación tan enorme. Teresa Campos, que sigue siendo la maestra, me cuenta que algún verano coincidió con Serrano «en el mismo hotel de Marbella», el Coral Beach, donde Cela me dio un puñetazo durante una tarde igualmente histórica, acaso histérica: «Iba con dos imponentes señoras cogidas del brazo. Aunque ya tenía más de 90 años. Serrano nos impactaba con su fría sonrisa y apostura, que nunca perdió», me cuenta la periodista.