Restringido
Falcó disimula su romance
Tamara Falcó y Enrique Solís creen que tirando de disimulos evitarán la curiosidad que producen. Son la noticia de estos días. No se paran en las barras a la hora de salir, ni en hacerse «photocalls», y mucho menos en dejarse ver, recurriendo incluso a estrategias bastante ingenuas con las que aparentan no haberse visto aunque anden rozándose. Pasó hace tres noches en un reparto de premios periodísticos donde cada uno llegó a su aire y fingieron sorpresa al toparse. No intercambiaron el beso ritual, incluso se dieron la espalda, con lo que sólo consiguieron aumentar lo que parece más que fabulación. Ya lo comenté hace casi dos meses reafirmando lo que en mayo de 2013 observé en la boda de su hermano Miguel Solís celebrada en el palacio de la calle Cuna, donde el clan se crió. Parecía un flechazo tras conocerse en uno de esos viajes donde todos se alicatan hasta el techo, pero sin conseguir el aire demoledor de Jon Kortajarena, quien parece que viene dándole su juventud, ahora trastocada desde que dejó la tutela de su antiguo representante Eduardo Sayas. Era cual padre y madre, controlaba hasta donde él podía. Lo recordaban ante el cambio de actitud del modelo, que se prodigó sobre la pasarela del 080 Barcelona como Justin Bieber. El caso es que, influenciado no se sabe por quién, Kortajarena no parece el mismo. Ya me extrañó su desplante al preguntarle por la película que rueda con Penélope Cruz en Canarias que, pese a la amenaza del oro negro, proyecta emular a la Almería de los «spaghetti-western». Me contestó, casi enojado, con un «no puedo hablar» y, aunque insistí: «¿Qué tal con Penélope, te ayuda mucho?», recibí la misma réplica: «Chitón, no diré ni mú». Reafirmó su postura mientras se probaba uno de los trajes de Custo Barcelona, que sigue diseñando para hombre y que proyecta próxima colección para Lidl ante el éxito del experimento «cápsula» vendido en 48 horas. Funcionó la fórmula y cavilan ensayar otra masculina, de ahí que Custo la afiance en la próxima «fashion week» neoyorquina. «¡Pobre Jon!», lamentaban ante su siguiente negativa para posar con el diseñador: «Sería una falta de respeto», argumentó su ayudante, que nada tiene que ver con las buenas maneras de Sayas cuando Javier Hidalgo era el mayoritario en la empresa y Jon también resultaba modélico en compostura. Ahora desfila como desmayado. «¡Pobre!», repetían en el abovedado modernista del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau recuperado como monumento barcelonés. «¿A que es magnífico?», se extasió el alcalde Trías, a lo que le respondí: «Cierto, regidor, dan ganas de quedarse», y él me espetó un «pues hágalo». La tarde era espléndida, con un ambiente de jolgorio aumentado por las barras del Teatro Principal, donde ya no programan las cenas de «El lío» ibicenco. Quizá por ese agradable ambiente chirriaba la actitud de un Kortajarena que parece ir sin rumbo fijo, como si hubiese mudado en un ser casi pirado y agresivo. Con lo que alabamos su placidez ahora inexistente. Será que el cine lo ha engreído, de aquellos polvos vienen estos lodos. Muy triste, «pobre Jon».
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