Política

La estrategia de Irene y Pablo, los marquesitos de Galapagar, para lavar su imagen de cara a la galería

Pablo Iglesias e Irene Montero
Pablo Iglesias e Irene MonteroJON NAZCAREUTERS

Una imagen idílica, un intento de recuperar las sensaciones escondidas, Irene Montero y Pablo Iglesias vuelven a sus orígenes, echando mano a la humildad para frenar su ocaso político.

La perdida de votos de su partido, Unidas Podemos, recomienda una reestructuración, y una facción de ese grupo cree que hay que recuperar al líder fundador, Iglesias, para acometer proyectos futuros.

Y qué mejor estrategia que presentar al deseado como padre de familia feliz, hacedor de cuentos, alejado de antiguas prepotencias y abnegado papuchi de sus tres hijos.

La misma artimaña utilizada por los podemitas con la ministra de Igualdad. Irene también aparece en una imagen jugando con sus niños, eso sí, rodeados de juguetes tradicionales, caballitos de madera, dibujos, pinturas, cocinitas, lavaderos…

La pareja, siempre celosa de su intimidad familiar, basada en un oscurantismo total en todo lo referente a sus hijos, empieza el año con una apertura inusual en sus quehaceres diarios paterno- filiales.

Ya veremos si el nuevo Pablo, cuentista oficial de los Iglesias, olvidada la coleta, tan añorada por algunos seguidores de siempre, sale del ostracismo e intenta recuperar el tiempo político perdido. Hasta su ministra del alma, la Irene de su corazón, quiere verle de nuevo en la lucha parlamentaria.

De momento, Iglesias no da su brazo a torcer y se resiste a volver. La presión es constante, le quieren a toda costa en la palestra, le necesitan.

Pero, al igual que al bíblico Sansón, parece que la fuerza, mediática y verbal, se ha mermado. ¿Qué ocurrió para que abandonara totalmente la Política? Es una pregunta que todavía se hacen muchos. Él calla y sigue disfrutando de la vida familiar y de esos niños que iban creciendo sin contar prácticamente con la compañía de un padre volcado en el terreno político, sin descubrir que como cuenta cuentos no tiene precio.