Libro

Un desconocido llamado Luis Martínez de Irujo

El autor del libro «Luis Martínez de Irujo. Duque de Alba. El peso del nombre» desvela a un hombre muy distinto de la imagen anodina que hasta ahora teníamos de él

La familia con Cayetano recién nacido. Abril 1963
La familia con Cayetano recién nacido. Abril 1963Archivo Duque de AlbaPalacio de Liria

Pocos dudarían a la hora de escoger una casa nobiliaria como encarnación de la nobleza española. Antes que ninguna, los Alba serían la respuesta más habitual. Sin embargo, otras familias tienen una tradición similar e, incluso, hasta hace relativamente poco disfrutaron de más medios y relevancia que los Alba. Son los Infantado, Medinaceli, Villahermosa, Santa Cruz y, por supuesto, Osuna o Frías. Quizá la clave de esa casi indiscutible supremacía, se deba ante todo a la evolución de los nobles en el siglo XX. En los Alba, un personaje central en su crecimiento fue Luis Martínez de Irujo, primer marido de Cayetana de Alba.

Hasta el momento, sus veinticinco años como duque de Alba habían ocupado un plano secundario en la historia familiar y en la visión que se tenía sobre la misma. Sin embargo, sus decisiones e iniciativas fueron claves en la evolución positiva de la imagen y el patrimonio, también en el auge incontestable del impacto social que tuvo y tiene esta familia. Una mezcla de discreción natural y prudente distancia de los focos explican en parte su supuesta irrelevancia. En cambio, en ámbitos tan variados como la gestión del ingente patrimonio agrario en un contexto de profundas transformaciones o la preservación y ampliación del patrimonio cultural su papel fue decisivo.

De blanco, para el padre de sus hijos. La boda con Luis Martínez de Irujo
De blanco, para el padre de sus hijos. La boda con Luis Martínez de Irujolarazon

Uno de los ámbitos donde Luis entendió que esa conexión entre pasado, presente y futuro resultaba especialmente importante fue en su propia familia.

Cayetana, aire fresco

Sin duda, el atractivo que la pareja desprendió y fue creciendo sobre todo a finales de los cincuenta dependía mucho de Cayetana. Mujer y joven, sonaba a aire fresco en la España de Franco, pero sin provocar ningún terremoto. Aquí, Luis desempeñó un papel que se podía constatar en las múltiples entrevistas y reportajes, también en las fiestas y reuniones a las que eran invitados tanto aquí como más allá de nuestras fronteras. En su papel de marido trabajador y prudente se percibían unos roles tradicionales quizá algo manidos, pero que tenían un atractivo indiscutible en esos momentos. Al llegar los hijos, la imagen de familia no hizo sino aumentar aquella fascinación que creció por momentos. De alguna forma, los Alba –Luis en su condición– sustituyeron el papel simbólico que debía haber tenido la familia real y que, por razones obvias, nunca ocupó durante el franquismo. Para Martínez de Irujo, la familia era una pieza decisiva en la continuidad de la Casa y lo tuvo muy presente en su día a día.

Aunque casi siempre se identifique a los Alba con Liria y Madrid o Sevilla y Las Dueñas, su patrimonio en Salamanca fue un fiel reflejo del empeño de Martínez de Irujo por conseguir la continuidad de la Casa, sin renunciar al pasado y adaptándose al presente según él veía más conveniente. El palacio salmantino de Monterrey se reformó y amplió en su vida, transmitiendo que estaban muy lejos de renegar de su conexión con lugares tan importantes para su historia. Su ingente patrimonio en la provincia vivió muchos cambios, pruebas y transformaciones. Las mejoras y beneficios que acabaron llegando fueron significativas muy especialmente como reflejo de una forma de entender su papel como intérprete de esa continuidad buscada.

Buen gestor y prudente

Martínez de Irujo no fue el mismo en 1947 que a su muerte en 1972. Hay una serie de características que definen su figura: capacidad de gestión, atención a consejos de cercanos y leales, prevención ante todo aquello que sonara a imprudente, fueran en inversiones, compras o relaciones. Sin embargo, si algo deja claro su vida es que optó por el cambio cuando entendió que suponía una mejor opción en la deseada continuidad. A veces esas transformaciones fueron acertadas, otras no tanto. Esa actitud pone de relieve algo realmente importante a la hora de abordar un trabajo sobre esta familia. Hay una percepción errada que entiende que los nobles –las élites, en general– siempre han estado ahí, nunca cambian en una especie de maldición a su favor.

Siguiendo la máxima del Gatopardo de Lampedusa, todo cambia para que todo quede como está. Siendo una frase redonda, la realidad es otra. En la España de 1940 a 1970, muchas cosas cambiaron, otras no.

A pesar de la continuidad de un régimen represivo, no todo quedó como estaba. Los Alba también fueron reflejo de una capacidad de transformación, no mera adaptación, que les colocó en un lugar privilegiado como la encarnación de la nobleza bien avanzado el siglo XX. Este empeño debe mucho a Luis Martínez de Irujo.