
Lección vital
Cari Lapique, un verano de ausencia y resistencia
A punto de cumplirse un año de la pérdida de su marido y su hija mayor, inicia sus primeras vacaciones sin ellos. Lo hace como siempre fue: discreta, elegante y fuerte

No habrá un chasco mayor que confiar en la vida y que esta te sorprenda con una doble bofetada. En verano de 2024, Cari Lapique recibió dos golpes, uno por mejilla, y ninguno tuvo piedad. El 7 de agosto falleció su marido, Carlos Goyanes, por un infarto mientras dormía. Apenas 19 días después, el 26 de agosto, su hija Caritina moría también por esta causa con solo 46 años, dejando huérfanos de madre a dos de sus cinco nietos.

Cari tenía 23 años cuando se casó con Carlos, en 1975. Durante casi cinco décadas vivieron una historia de amor duradera, sólida, marcada por la complicidad y la familia como columna vertebral. No tuvieron más discusiones que las "cosas del día a día", según declaró ella. También con su hija Caritina, su socia a nivel profesional, forjó un vínculo maternal extraordinariamente estrecho y protector. "Nos entendíamos con solo mirarnos", decía. Rota de dolor y sin haberse recuperado del shock, tuvo que recomponerse y reorganizar la vida.
Lo esencial
Frank Capra dejó una escena en "Qué bello es vivir" muy expresiva para ponerse en la piel de Cari Lapique. Zazu, la hija menor de George, su protagonista, se lamenta por una flor de papel rota cuando él se encuentra en plena desesperación por "la bancarrota, el escándalo y la cárcel". La necesidad inocente de la niña, insignificante comparada con la suya, le zarandea y le dice que no se trata de él, sino de la niña y de su flor rota. "Al entrar en el universo de un niño, se expande tu mundo", concluye el escritor Bob Welch en una de las 52 lecciones que extrae de la película. En su cuenta de Instagram, Cari da buena cuenta de ello.
Solo dos meses después, en octubre de 2024, volvía al trabajo organizando un showroom multimarca en Madrid. Arropada por su hija Carla, su hermana Myriam (también viuda) y amigas como Ana Rosa Quintana, Ana Botella o Nuria González, empezó a empujar la rueda para que siguiera girando cuidando que las lágrimas no oxidasen el eje volviéndose aún más pesada.
En estos doce meses ha encontrado alivio para la pena en el cuidado de sus nietos, su hija, el mar, las amistades fieles, el trabajo y en su propia entereza. Son los pilares que la sostienen evitando la amenaza del vacío. También los recuerdos. Las pérdidas, con solo 19 días de diferencia, fueron devastadoras, suficientes para desarmarla, pero la memoria de una vida feliz le habrá ayudado a rearmarse emocionalmente. Su fuerza, como dijo su amigo el periodista José María García, es admirable. Aunque el dolor camine con ella, la muerte no quiebra el amor, sino que lo redefine.

Después de un año de duelo feroz y altísima carga emocional, Cari es hoy es el eje de una familia que sigue cuidando con la misma ternura y firmeza que usó en la crianza de sus hijas. Ha elegido el Mediterráneo para sus primeras vacaciones sin Carlos y sin Caritina. No hay mejor terapia natural que el mar.
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