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Patrimonio

Los Javis y la casa de sus sueños en Pozuelo

Tras dejar su mítico piso en Malasaña, Javier Calvo y Javier Ambrossi se mudaron a Pozuelo de Alarcón para vivir en la casa de sus sueños, un refugio con cine, discoteca y biblioteca que era también un manifiesto de amor, arte y libertad

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Durante años, el pequeño piso de los Javis en la calle Pez de Malasaña fue mucho más que una vivienda: era un templo de la creación, un epicentro cultural donde nacieron guiones, series y amistades. Allí se gestaron Paquita Salas, Veneno y los primeros capítulos de La Mesías, la ficción que los consagró como dos de los creadores más brillantes del panorama audiovisual español. Pero ahora, tras una década de éxitos, aplausos y noches de escritura interminable, Javier Calvo y Javier Ambrossi han decidido poner fin a su relación. Su mudanza a las afueras de Madrid simbolizaba una nueva etapa vital que ahora se cierra.

Ubicada en Pozuelo de Alarcón, una de las zonas más exclusivas de la capital, la vivienda de los Javis parecía sacada de una película -una que ellos mismos podrían haber dirigido-. En la portada de Architectural Digest, la pareja abría por primera vez las puertas de su hogar: un chalet unifamiliar con jardín, piscina, discoteca, gimnasio, biblioteca y una sala de cine donde proyectar sus próximas ideas antes de llevarlas a la pantalla. Un espacio que combinaba el lujo y la calidez, diseñado para convivir, crear y, sobre todo, compartir.

Hogar luminoso y funcional

"Queríamos mudarnos a una casa que pareciera de vacaciones, donde siempre fuera verano", confesaba entonces Ambrossi. "Un lugar que nos hiciera sentir que todo nuestro esfuerzo ha valido la pena". Para hacerlo realidad, confiaron en los arquitectos Benjamin Iborra y Raúl Hinarejos, quienes tardaron tres años en dar forma al sueño de los creadores: un hogar luminoso, orgánico y funcional, que respiraba arte en cada rincón.

Para los Javis, la casa no era solo un espacio de descanso, sino también una extensión de su universo creativo. "Esta casa es muy social. Siempre hay gente, siempre hay fiestas, siempre hay alguna lectura de guion…", explicaba Calvo. "Queríamos un lugar que no fuera solo para nosotros, sino también para nuestra familia, nuestros amigos y nuestro trabajo".

El contraste con su antiguo piso en Malasaña era tan simbólico como literal. Aquella buhardilla bohemia, escenario de noches infinitas y primeros sueños, dio paso a un entorno sereno donde el silencio también tenía valor. "En Malasaña fuimos muy felices, pero necesitábamos un espacio que reflejara nuestro momento actual. Escribir implica pensar, leer, quedarse en blanco… Y para eso hace falta calma", destacaba Ambrossi. "Ahora podemos salir al jardín, respirar y dejar que las ideas vuelvan. Hasta nuestras perras son más felices", añadía entonces.