Entrevista
Juango Ospina: de defensor de la familia Arrieta a cenar con Carmen Lomana en Sotogrande
"En Sotogrande uno puede desconectar, pero nunca del todo", bromea el abogado en conversación con LA RAZÓN
El reconocido abogado penalista se rodea este verano de rostros muy conocidos mientras atiende complejas causas judiciales. De toga impecable en la Audiencia Nacional a polo blanco en las fiestas más exclusivas de Sotogrande. Así transcurre la vida de Juango Ospina, uno de los abogados penalistas más reconocidos —y mediáticos— de España. Su nombre comenzó a sonar hace años en tertulias televisivas, pero fue el mediático caso de Edwin Arrieta, el cirujano colombiano asesinado en Tailandia, el que lo catapultó definitivamente al primer plano. La defensa de la familia Arrieta contra Daniel Sancho le situó en el escaparate judicial y social, convirtiéndolo en un personaje híbrido: abogado implacable en los juzgados y rostro familiar en la televisión y en la vida social veraniega.
Juango ya era conocido en los programas de análisis jurídico. Pasaba de las mañanas de TVE a sentarse con Susanna Griso para desgranar casos de actualidad con un estilo sobrio y pedagógico. Sin embargo, tras el juicio que mantuvo en vilo a medio mundo, dio el salto definitivo a El programa de Ana Rosa, donde se convirtió en uno de los colaboradores habituales de la periodista madrileña. Hoy es parte de esa corte televisiva que equilibra información y espectáculo, la misma que le ha dado a Ospina una notoriedad inédita para un abogado penalista.
El verano vip de Juango Ospina
El verano le encuentra en Sotogrande, donde alterna cenas con Carmen Lomana y charlas con Victoria Federica de Marichalar. Allí es ya un rostro habitual de las veladas gaditanas que mezclan aristocracia, empresarios y ese círculo cada vez más mediático de abogados-estrella. "En Sotogrande uno puede desconectar, pero nunca del todo", bromea Juango, que mientras baila en las fiestas del puerto revisa en su móvil la notificación de un auto judicial.
Detrás de la exposición pública hay un hombre de familia. Sus redes sociales, mucho más cuidadas de lo que parece, dan testimonio de viajes con su mujer y de sus tres hijas. "Mi mujer es mi ancla", confiesa entre viajes y audiencias. En Instagram se le ve tanto en traje en los pasillos de la Audiencia Nacional como en bermudas paseando por Hondarribia, el pueblo natal de su pareja que se ha convertido en su refugio personal.
La geografía de Ospina va marcada por los tribunales. A comienzos de agosto regresó a la Audiencia Nacional para un caso de narcotráfico y blanqueo de capitales en el que consiguió la libertad para su cliente defendiendo su inocencia. Pocos días después, se dejaba ver en Salamanca, donde asistió a un procedimiento que atrajo la atención de la prensa local. Su sola presencia en la ciudad universitaria fue reseñada en diarios y tertulias de radio, como pasara al inicio de verano en Oviedo, donde logró la absolución para su cliente, un cocinero que se enfrentaba a una acusación por supuesta agresión sexual a su trabajadora. Unos hechos por lo que pedían 13 años de prisión.
El punto de inflexión, sin duda, fue el caso Daniel Sancho. La defensa de la familia Arrieta lo situó en la primera línea de la actualidad internacional. El país entero lo vio explicar con serenidad las claves del proceso judicial en Tailandia. Para Ospina, aquel proceso fue un reto personal y profesional: “Había que dar voz a una familia rota y enfrentarse a un caso seguido minuto a minuto por la prensa mundial”. Esa mezcla de rigor técnico y habilidad comunicativa lo consiguió.
Otros colegas prefieren el bajo perfil. Ospina no. Se mueve cómodo en los platós, en Instagram y en las fiestas del verano. Esa exposición, lejos de restarle seriedad, ha multiplicado su clientela. En un mundo donde la percepción importa tanto como la jurisprudencia, Ospina ha sabido construir un personaje que combina glamour y solvencia técnica. "El derecho penal exige sangre fría; la televisión, naturalidad; y la vida social, cintura. Hay que manejar los tres códigos", resume.
La semana de Juango puede incluir una tertulia televisiva en Madrid, una comida en un Club de Play, un procedimiento en la Audiencia Nacional y un fin de semana en Hondarribia. Ese ir y venir parece no desgastarlo. Asegura que se organiza con disciplina militar. “El despacho no se para. En cada ciudad hay un cliente que necesita respuesta inmediata”.
El fenómeno Ospina refleja un cambio en el papel de los abogados penalistas en España. Ya no son solo operadores en la sombra: algunos, como él, se convierten en personajes públicos capaces de dar titulares y ser reconocidos en un photocall. El suyo es un perfil que conecta con la tradición anglosajona de lawyers mediáticos. "Al final, el abogado tiene que explicar. Si no lo haces tú, lo hará otro. Y yo prefiero dar la cara", afirma.
Tras un verano entre fiestas en Sotogrande, visitas a Hondarribia y audiencias en Madrid y Salamanca, el otoño se presenta intenso. Nuevos casos de corrupción y delitos económicos están sobre su mesa. Pero Juango Ospina parece disfrutar con esa doble vida que lo ha convertido en un personaje singular: temido en los juzgados, querido en televisión y observado en cada foto social.