
Entrevista
Raphael, invencible, un año después de su linfoma cerebral: "Mi gran éxito es imponerme a la muerte"
Un año después de que le diagnosticaran un linfoma cerebral y cinco meses tras su regreso triunfal a los escenarios, Raphael se prepara para recibir en Las Vegas el Grammy Persona del Año 2025. El artista reflexiona, para "¡HOLA!" sobre la vida, la fama y la fuerza que nace del amor propio

A sus ochenta y dos años, Raphael sigue siendo una fuerza de la naturaleza. No hay metáfora que le haga justicia: ni el ave fénix, ni el toro bravo, ni el mito que se resiste a morir. Raphael no ha renacido -porque, en realidad, nunca cayó del todo-; simplemente ha vuelto a demostrar que, incluso cuando la vida tiembla, él sigue de pie, afinado y desafiante. Desde el teatro romano de Mérida hasta los templos de la música en América Latina, el artista de Linares ha vuelto a cantar, a sentir y a celebrar su mayor triunfo: imponerse a la muerte con voz y alma.
"Mi gran éxito es imponerme a la muerte y volver a cantar", dice en exclusiva a la revista "¡HOLA!", con la serenidad de quien ya ha visto la oscuridad de cerca. Un linfoma cerebral lo obligó a detenerse el invierno pasado, pero nunca a rendirse. Hoy, con la mirada limpia y una vitalidad casi desafiante, Raphael cuenta que la clave está en no mirar atrás, en no compararse, en no perder el pulso de uno mismo: "Cada persona debe ser dueña de su carrera, sin fijarse en lo que hacen los demás. Lo que yo he aprendido es que los otros no te deben de interesar. Tú preocúpate de ti".
Sobrevivir a las modas
Esa filosofía, tan suya, le ha permitido sobrevivir no solo a la enfermedad, sino también a las modas, a los cambios de era y a las etiquetas. Raphael no pertenece a un tiempo, sino a todos. Canta con Pablo Alborán y con Mónica Naranjo, pero también con la memoria de Manzanero o Rocío Jurado. Habla de Epicuro y de la felicidad como si el escenario fuera su ágora. "Hay que vivir con emoción", dice. Y lo hace. Lo demuestra cada noche que pisa las tablas con el corazón "en carne viva", como él mismo confiesa, sin artificios ni nostalgia.

Detrás del ídolo, está el hombre. El esposo de Natalia Figueroa desde hace más de medio siglo, el padre orgulloso de tres hijos y el abuelo que bromea sobre las recomendaciones musicales de sus nietos. "A mí me interesa compartir micrófono por las cosas del arte, no por el lucimiento", asegura. La vanidad, en Raphael, se convierte en disciplina; el ego, en una energía perfectamente domesticada al servicio de la música.
Cuando se le pregunta por el miedo, responde con una media sonrisa: "Claro que me asusté, pero no tenía otro camino. No tienes chance. Así que me dije: ‘Pórtate bien, Raphael, que tienes esta oportunidad’". Y la aprovechó. Su gira continúa, su voz retumba, su sombra sigue alargándose.
"Mientras quede garganta, quedará Raphael", dice, y uno entiende que habla no solo de su voz, sino de su espíritu. Porque lo suyo no es resistencia, es fe en la vida. Y, si algo nos enseña este Raphael de ahora -abio, poderoso, casi inmortal-, es que seguir cantando, después de todo, es la forma más pura de seguir viviendo.
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