
Gastronomía
Ronda de bares: Bar Maty: el arte de freír en Jerez
En Maty no hay prisa, ni turnos, ni reservas. Se fríe lo que hay, se sirve cuando toca, se cobra lo que Antonio decide

Decía Rafael de Paula —filósofo con montera— que lo que distingue a Jerez es que allí se comen las papas enteras. Pero el verdadero destino jerezano es una barra de frituras, y en eso, nadie como Antonio González Jiménez, el alma sin descanso del Bar Maty.
A las afueras del barrio de El Carmen, en esa secuela de viviendas populares del franquismo llamada Icovesa, Antonio ha levantado su templo: diminuto, improbable, absolutamente necesario. De padres extranjeros, como dice con guasa, este jerezano de alma es camarero, cocinero, tabernero, psicólogo de barra y cantor de la fritura.
De niño, su madre tenía una tienda de chucherías. Luego trabajó para otros. Pero pronto se inventó su propio bar, con metros de barra tan escasos que recuerdan al Échate pallá de El Puerto. En Maty no hay prisa, ni turnos, ni reservas. Se fríe lo que hay, se sirve cuando toca, se cobra lo que Antonio decide. Porque la hospitalidad aquí no se mide en comensales, sino en alegría.
El aceite chisporrotea desde el mediodía. Antonio lo oficia todo: boquerones, chocos, adobo, acedías, gambitas, y la ensaladilla más honesta del sur. Mientras suena un bolero o bulerías, el compás marca la cocina. Si hay tomate, se corta a cuchillo fino. Si hay público, se ríe. Y si no hay pescado, se charla.
Hace poco, por aclamación vecinal, se autorizaron unas mesas en la calle, porque era imposible contener el bullicio. Y así se consagró la terraza de este bar sin community manager, sin carta digital, sin storytelling, pero con toda la verdad de la cocina popular.
Maty está en Calle Moscatel, 5, pero también en la memoria emocional de Jerez. Y allí seguirá, libreta en mano, con el fuego encendido y la sonrisa lista, recordándonos que freír bien no es moda: es devoción.
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