
Gastronomía
Ronda de bares: Mesón Navarro: la cumbre de la plaza
El Mesón Navarro es un recordatorio de que todavía existen espacios donde el ritual de comer y beber se mezcla con el teatro humano

En la cumbre absoluta de Castellón, donde se mide la vida entre el ir y venir de cafés, cañas y miradas, se levanta el Mesón Navarro. Más allá de su rótulo, es un restaurante con profundidad y con delicias de la zona que merecen capítulo aparte. Pero lo que nos ocupa hoy es su barra, una de las que podemos colocar en el altar de las elegidas de toda España.
Es un dispensario de alegría donde se come y bebe como un sultán. Los puristas, siempre con su regla y compás en la mano, discutirán si esto es un bar en sentido estricto. Poco nos importa: lo que sabemos es que aquí, desde 1973, los camareros, llenos de viveza y clase, parecen magos. Sacan de la manga rovellons que huelen a bosque, carne a la brasa con carácter, crujientes de gambas, clóchinas en su punto, cigalas a la plancha y lo que corresponda según el día y el mercado.
Pocas localidades conservan aún lugares así: donde uno puede chafardear a gusto, mientras entra una cuadrilla de empresarios con traje impecable, acompañados de abogados como Dios manda. Es el símbolo de esos destinos burgueses que sobreviven en España, donde se viene a gastar, a dejarse ver, a que sepan que estás vivo… y no en concurso.
Aquí, la barra no es solo un lugar de paso: es escenario, oficina y salón social. Entre plato y plato, la conversación salta del último fichaje del club a la finca que se vende, de la política de sobremesa a la receta de la clóchina perfecta.
El Mesón Navarro es un recordatorio de que todavía existen espacios donde el ritual de comer y beber se mezcla con el teatro humano. Y donde la barra —larga, brillante, viva— no es accesorio, sino corazón palpitante de la casa.
Quien no haya probado sus gambas crujientes al calor del murmullo, aún no sabe lo que es una barra de alta cumbre.
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