
Gastronomía
Ronda de bares: La Ola y el escabeche de bonito
La bulla de media tarde es confesionario cálido. Guiños, amores tardíos y salpicón de marisco se sirven sin calendario

En el mapa de pistas tabernarias de Chamberí hay un lugar para iniciados: La Ola. Su propietario, el chispero Carlos Ibán, chalanea desde la barra como un catedrático perdulario y psicólogo de manual, con la sabiduría del que ha pateado Madrid. Baja la mano ante el sabelotodo y siempre guarda una gracia chipén para una mujer de bandera.
La cerveza se tira cargando la suerte y los vinos empiezan a cobrar forma. Ancla de las vidas de todos los colores, es refugio para quien alguna vez encontró complicidades tras ser puesto en la calle. Personajes de mesocracia gatuna conviven con parroquianos de bolsillo lleno o vacío.
Aquí se desconfía de inspectores de Hacienda camuflados, opositores de medio pelo o ideólogos sin lecturas. “Jefe, ponme un doble y ensaladilla que me paso por la faja el acta de turno”, dice alguno. Cada cual es un episodio nacional: músicos de la movida, escritores sin novela, ligues olvidables y damas con arte. La política se disuelve al acodarse en esta barra de perdición.
En la carta, callos de prestidigitador, marisco de fortuna: ostras, gambas de Huelva, camarones, nécoras, almejas, berberechos, centolla o percebe. También conserva legal, chacinas, pinchos, patata frita con cuarenta años de oficio, mojama, queso, bacalao con tomate, rabo de toro y calamar en tinta. Y por encima de todo, un escabeche de bonito que empieza a adquirir tintes legendarios. Fino fino, de una exquisitez y majeza maravillosas. Y una parrochita que quita sentido…los bocados auténticos de la barra eterna.
La bulla de media tarde es confesionario cálido. Guiños, amores tardíos y salpicón de marisco se sirven sin calendario. Comer y beber aquí es una tapadera para la adicción real: ir con rumbo y poca prisa. Con la moda de las terrazas, La Ola sigue incansable: basta esperar a que suba la marea de cerveza para que se entierre el mal bajío.
De La Ola nadie te echa: cada uno guarda sus fantasmas y vuelve. Carlos y su tribu alimentan con estilo una raza tabernaria que enlaza generaciones. En este esquinazo irreverente, la vida se mira de frente… y siempre con una caña en la mano.
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