Opinión

Los sábados de Lomana: del esperpento de España a mi novio fijo discontinuo

"Lo más inquietante de esta semana no lo encontré en los fastos oficiales, sino en una simple llamada de teléfono"

El look de Carmen Lomana.
Carmen LomanaInstagram @carmen_Lomana

Queridos míos, la apertura del año judicial ha vuelto a ofrecernos un espectáculo que ni el mismísimo Valle-Inclán habría sabido caricaturizar mejor. El fiscal general del Estado, nada menos, se presentó en el solemne acto como si fuera la viva encarnación de la Justicia… cuando lo cierto es que él mismo está investigado y, en apenas unas semanas, tendrá que sentarse frente a un juez. ¡Qué cara más dura! Una cosa es tener aplomo y otra, francamente, practicar el funambulismo moral sin red. Resulta bochornoso contemplar a quien debería ser garante del sistema acudir a la ceremonia como si estuviera presumiendo de su gran labor en el cargo en lugar de afrontar con dignidad la inminencia de su propio juicio. De Galdós a Berlanga, todos lo habrían disfrutado, pero los ciudadanos no: a nosotros nos queda la indignación envuelta en estupor.

De un esperpento pasamos a otro, aunque éste más etéreo: Pedro Sánchez y su alarmante delgadez. Lo vi hace poco y pensé que se había fundido con su sombra. De seguir así, pronto será necesario buscarlo con lupa entre los cortinajes de Moncloa. No sé si sigue alguna dieta secreta… El caso es que su aspecto raya ya en lo enfermizo.

Captura de pantalla de la entrevista a Pedro Sánchez en TVE 1
Captura de pantalla de la entrevista a Pedro Sánchez en TVE 1LR

Pero lo más inquietante de esta semana no lo encontré en los fastos oficiales, sino en una simple llamada de teléfono. Sí, queridos, esta semana intenté algo tan inocente como contactar con una clínica para pedir unos resultados. Creí que iba a ser sencillo. Ingenua de mí. Lo que empezó como una gestión terminó convertido en un capítulo perdido de «Black Mirror». Primero, una máquina con voz tan dulzona como impostada me pidió todos los datos habidos y por haber: número de póliza, DNI, fecha de nacimiento, y sólo faltaba la marca de mi primer rouge de labios. Después de interminables minutos, cuando ya estaba a punto de suplicar, escucho una voz metálica que me lanzó la pregunta definitiva: «¿Quiere entonces hablar con un humano?». ¿Perdón? ¿Cómo que «entonces»? ¡Como si hablar con un ser humano fuera un privilegio reservado a aristócratas del siglo XIX! Ahí comprendí que hemos caído de lleno en la distopía: un mundo donde los clientes ya no somos atendidos, sino triturados por algoritmos de atención al público que no entienden de urgencias, ni de problemas, ni de realidades.

Aquí lo confieso: cada vez que oigo esa frase maldita –«su llamada será atendida en breves momentos»– me entran unas ganas terribles de gritar como Greta Garbo: «¡Quiero estar sola!». Pero en este futuro distópico ni siquiera eso parece posible: hasta la soledad, me temo, habrá que solicitarla pulsando la tecla almohadilla.

Esta semana, en un programa de Antena 3, se me ocurrió ante una pregunta de la presentadora jugar con el humor y reírnos un poco con el tema de los novios, en concreto, un amigo con el que salgo mucho. ¡Menuda la que se armó! Ya me han tildado otro novio, Antonio, que así se llama, es fijo-discontinuo y lo pasamos muy bien. Siempre muchas risas, pero a veces, cuando se revira, lo bloqueo para que se relaje de sus tremendos celos por todo, pero reconozco que lo adoro y es la persona que más me hace reír en el mundo. Cuando nos desbloqueamos nos queremos mucho.

La próxima semana les contaré el maravilloso desfile de la diseñadora Inés Domecq en el Palacio de Liria. Les va a encantar.