Historia

La vida sin lujuria de Borges y Kodama: camas separadas para no ver a un dios griego en calzoncillos

Ella supo adaptarse a ese rol de mujer hipercontroladora y sobreprotectora que había ejercido la madre del escritor

Argentine writer Jorge Luis Borges, accompanied by his secretary Maria Kodama, arrives in Madrid, Spain to receive the Spanish literary prize "Miguel de Cervantes."
Argentine writer Jorge Luis Borges, accompanied by his secretary Maria Kodama, arrives in Madrid, Spain to receive the Spanish literary prize "Miguel de Cervantes."Agencia AP

La historia de amor de Borges con María Kodama, recientemente fallecida, fue uno de esos tangos que él tanto amó. Lo bailaron a su manera. Etérea, metafísica. Más que una danza, fue una manera de sentir y querer estar uno al lado del otro. Compenetrándose, sin llegar a fundirse. Enredándose en las palabras como si estas fuesen sus pies bailarines y aproximando sus cuerpos rozándose lo justo, sin la lujuria de las milongas y sin pulsión que calmar. Fue un amor básicamente intelectual y armónico, carente de fuerza erótica y de la carnalidad de las grandes pasiones.

El escritor Bioy Casares, a quien Kodama acusó de traidor por desvelar sus confidencias con el escritor, describió en sus diarios la asexualidad y el puritanismo de Borges y cómo le marcó la relación casi edípica con su madre, Leonor. «Para él el sexo era sucio». También Fanny Uveda, su mucama durante casi 40 años, aseguró que «el señor murió virgen». Poco se ha hablado de esta mujer indígena, cuyo idioma guaraní fue decisivo en la obra del escritor, por sus dichos populares, las historias que le contaba o su concepción mágica de la vida.

Pudo ser, según Bioy Casares, la mujer a quien más amó después de su madre. Le aseó, le vistió, le curó y le mimó igual que a un niño. Kodama y ella se miraron siempre de reojo y, cuando Borges murió, la mucama fue expulsada de la casa de la calle Maipú acusada de robar. Fanny acabó sus días en absoluta pobreza en una casucha de chapa, pero antes tuvo tiempo de entablar amistad con Alejandro Vaccaro, biógrafo de Borges, quien plasmó sus diálogos con ella en «El señor Borges». El libro relata que el escritor modificó, justo antes de morir, su primer testamento, en el que dejaba a Kodama y a Fanny como depositarias de su dinero, a partes iguales. En su nueva versión, dejó a su esposa como heredera universal de todo. Ya enfermo terminal, también rubricó el despido de su fiel sirvienta.

María Kodama, ayer, en la presentación de la exposición
María Kodama, ayer, en la presentación de la exposiciónlarazon

En sus conversaciones con Vaccaro, le reveló el rechazo de Borges a la cama matrimonial. Incluso cuando viajaban, reservaban habitaciones separadas. Kodama pareció adaptarse bien a ese rol de mujer hipercontroladora y sobreprotectora que había ejercido la madre, una mujer que no tuvo reparo en interrumpir sus citas amorosas e hizo del hijo un hombre con poca autonomía, un rasgo que acentuó su ceguera galopante. El primer matrimonio, con Elsa Astete, a los 68, duró un suspiro. Con Kodama se casó con 87, consciente de la inminencia de su muerte. Antes tuvo un rosario de fracasos amorosos. La escritora Estela Canto, una de sus musas, describió sus besos «torpes, bruscos y siempre a destiempo».

Ulrica y Javier

¿Fue mejor amante con Kodama? Hija de padres divorciados, la palabra casamiento a ella le hacía gruñir. No le parecía buena idea eso de hacer el amor con un dios griego y amanecer con un hombre malhumorado que iba al baño en calzoncillos. Tan rotunda con todo, confesó que nunca tuvo vocación de madre, ni de esposa. Ni siquiera de viuda. Sin embargo, le gustaba recordarle. En la intimidad se llamaban Ulrica y Javier

Otálora, como los protagonistas del cuento «Ulrica». Decía que tenía un «costado muy celoso» que sacó a relucir a cuenta de su admiración por Peter O’Toole en «Lawrence de Arabia». «Es un enano y a usted le gustan los hombres altos», se defendió Borges. Kodama lo contaba como matrimoniadas que sacaban su vis cómica. Se decían cosas como que, en las novelas, de repente, aparecían almohadoncitos de relleno que la echaban a perder.

Accedió a casarse por intercesión del editor Franco María Ricci: «Has estado con él durante años, es su deseo para irse tranquilo». Lo hicieron por poderes en la localidad paraguaya de Colonia Rojas Silva, el 26 de abril de 1986, dos meses antes de morir. Kodama cumplió su compromiso de amor eterno y protegió su legado con la lealtad de un dogo argentino. Protectora, inteligente, astuta, territorial y dispuesta a atacar cuando se sintió amenazada, lo que le provocó un sinfín de litigios por lo que ella consideraba calumnias, injurias, versiones infames u otros atentados contra la obra de Borges.

Ya en vida, su marido le decía, por su lealtad y estricta disciplina, que era un samurái. Su origen japonés, por vía paterna, le inspiró un código en el que, frente al peso del honor, su vida importó menos que una mota de polvo. De manera acertada o no, defendió el honor de su marido como auténtica maestra del combate, convencida de que la escogió como albacea de su obra.Le preguntaron cómo, enviudando a los 49 años, nunca se volvió a enamorar. «Porque estoy enamorada de él –respondió hablando en presente–. Sigue siendo el amor de mi vida». Fue su manera de entender el amor. Inseparables.