Centro de Arte Reina Sofía

El legado de Manuel Piña acabó en el fuego

Personas cercanas al creador calculan que tres cuartas partes de su obra fueron expoliadas y quemadas por familiares durante los años de enfermedad del diseñador de la Movida

Este espectacular diseño en macramé pertenece a la colección de invierno de 1981. Lola Sordo, una popular modelo de la época, posa para Javier Valhonrat, mientras la silueta de Manuel Piña emerge entre las sombras
Este espectacular diseño en macramé pertenece a la colección de invierno de 1981. Lola Sordo, una popular modelo de la época, posa para Javier Valhonrat, mientras la silueta de Manuel Piña emerge entre las sombraslarazon

Condujo como pocos la tradición hacia la vanguardia y supo hacer del «prêt à porter» español un producto de culto más allá de nuestras encorsetadas fronteras. Es el diseñador de la Movida, el artesano, el autodidacta, el de los puntos, los nudos, las mallas y esa poesía arquitectónica grabada sobre el tejido que no nació para vestir a la mujer sino para transformarla. Convirtió el luto y ese negro alicaído que bebieron sus ojos de niño en el soberbio cromatismo que abandera la fortaleza femenina. Creador magnético, de alma bohemia y conciencia telúrica –en la que estaba muy presente ese lugar de la Mancha (su Manzanares natal) de cuyo nombre siempre quiso acordarse–, no hubo patrón capaz de contener ni reproducir su sombra, porque la de Manuel Piña, como la del ciprés de Delibes, es alargada. E irrepetible. De hecho, en su última etapa creía más en ella que en las luces, no por antojo místico, sino por esa convicción final y reveladora de que lo más interesante del ser humano es quizá esa silueta oscura que se proyecta y colea bajo los pies, que se burla de su dueño y juega a ocultarse tras sus espaldas. El propio diseñador escribió –puede que consciente de que un día ésta se extendería mucho más lejos de lo que la carne y los huesos lograrían jamás–: «La sombra de los hombres es a veces más humana y más real que los propios hombres».

El museo era su sueño

La frase, que aparece grabada en el museo que lleva su nombre, ha acabado convirtiéndose en una premonición: de la mayor parte del trabajo artístico de Piña –que él mismo se encargó de custodiar durante años– hoy sólo quedan sombras y cenizas. «De la obra que se conserva de Manuel no está lo más significativo: tres cuartas partes de sus diseños desaparecieron de la casa familiar en la que se guardaban», desvela Lola Piña, que fue una estrecha colaboradora del creador (y que, por casualidad, comparte apellido con él).

«Mi pueblo era rudo, crítico, cargante. Lo vivían y lo viven unos hombes que sudan mucho para trabajar la tierra en verano. Y el frío les cala los huesos y las entrañas en invierno». Así verbalizaba Manuel Piña en 1991 las evocaciones de esa Mancha tan asfixiante como hipnótica a la que volvió para pasar los últimos años de su vida, cuando ya sabía que el sida había tomado el mando de su cuerpo. No imaginaba el diseñador que en ese comentario palpitaba una suerte de predicción: la que destruiría la mayor parte de su legado. «Él siempre tuvo claro que quería tener su museo y por eso fue guardando las piezas más especiales de cada colección, que iba almacenando en la casa deshabitada de una de sus tías. Se llegaron a reunir en torno a unas 900 piezas con zapatos y complementos», calcula Lola Piña. Sin embargo, entre las aportaciones privadas y la donación del propio modisto, sólo se reunieron 170 prendas para la apertura del museo, de las cuales están expuestas la mitad. ¿Qué ocurrió entonces con el resto de sus diseños? «Yo tenía una llave de esta casa y, a finales del 92, comencé a darme cuenta de que cada vez que volvía había menos piezas allí», recuerda su colaboradora. La clave de este paulatino expolio la aporta José Luis Jiménez, primo del creador que trabajó junto a él durante sus años de gloria en la capital. «Empecé a ver cosas que no me cuadraban y que familiares que nunca se habían preocupado por Manuel ni interesado por su trabajo frecuentaban la casa en la que tenía sus diseños», asegura Jiménez, antes de aclarar que aquello se acabó convirtiendo en un «guirigay». Y lo que no fue sustraído de esa casa, sita en la calle de la Anega de Manzanares acabó alimentando las llamas. «Llegó el momento en el que mi tía necesitaba la casa porque quería venderla y aquel material no es que molestase, pero ocupaba un espacio, así que se cargaron furgonetas con las prendas y se las llevaron al campo para quemarlas», asegura el primo del modisto. «Manuel no era Picasso para que sacasen sus obras de estraperlo y las vendiesen –comenta Lola Piña–, así que la mayor parte de su trabajo se perdió así».

Para encontrar una explicación a tal vilipendio, habría que apelar a la falta de trascendencia –podría calificarse de ignorancia– con la que algunos de los familiares de Manuel Piña valoraban su trabajo. «Gente como él, en La Mancha más profunda, ha sido humillada y vejada por su tendencia sexual. También había cierta incomprensión hacia su popularidad y su trabajo. Se habrán encontrado con un traje de boda hecho con la cadenilla de un váter y pensarían: ''Esto no vale para nada''. Muchos diseños de astracán que también eran geniales corrieron la misma suerte», asegura Jiménez, al tiempo que aclara que «tengo 16 tíos y los problemas familiares se extienden más allá de generaciones. No quiero justificar aquello, pero intento buscarle una explicación». Él es, precisamente, una de las personas que más admiraban a Manuel Piña. «Era mi primo mayor, me llevó a Madrid y para mí aquello fue un gran reto, una experiencia muy positiva. Aprendí mucho con él. Era cojonudo, pero no como miembro de mi familia, sino como hombre. Fue un ser que enganchaba, alguien que te guiaba. Tenía un don, era especial, y no sé si alguna vez volveré a conocer a alguien con el encanto que él tenía», asegura su primo, que reconoce cierta frustación por no haber podido impedir la quema. «Te sientes impotente. Que el trabajo en el que se dejó la vida se fuese a hacer puñetas así...», lamenta. «Si él hubiese sabido cómo acabó su obra... El sueño de su vida desapareció por personas de su entorno que nunca entendieron el trabajo de Manuel ni quién y cómo era», comenta Lola Piña. Ella fue testigo de cómo el propio modisto manchego destruía los patrones de sus diseños cuando cerró su fábrica, ahogado por las deudas y consciente de que ya estaba enfermo. «No quería que la firma siguiese sin él y se encargó de romperlo todo», desvela la que fue su colaboradora. Así que los diseños –entre los que se encontraban piezas especiales en las que las formas y la experimentación de Piña con el punto adquieren un mimado relieve– nunca podrán reproducirse y sólo se conservan en fotografías. Resulta de una crueldad tormentosa pensar que gran parte de la obra del modisto sensitivo, el de lo tangible y los volúmenes, ya sólo se podrá contemplar en imágenes, que retienen sus diseños en ese plano bidemensional y obtuso, como si el tiempo hubiese congelado –sin poder tocarla– la pálida gloria de lo que un día existió.