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Gonzalo de Castro: «La crisis de los 50 tiene algo de mito»

Gonzalo de Castro: «La crisis de los 50 tiene algo de mito»
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Cree que la crisis de los 50 puede ser, sobre todo, existencial, o sea, que es un buen momento para preguntarse otra vez todo eso de «quién soy, de dónde vengo y adónde voy». Pero él no se va al Tibet a encontrarse a sí mismo: tiene una casa en la falda de la Sierra de Gredos («es bueno estar siempre en las faldas») y allí medita palpando naturaleza.

–¿Y se encuentra?

–Me estoy buscando. A lo mejor cuando me encuentre no me gusto. Pero esto de las crisis de la edad, de los 40, de los 50 o de los 60, tiene algo de mito. Si te coge trabajando y feliz, no hay crisis. Si estás sin trabajo y sin amor y por tanto infeliz, pues entonces sí hay crisis. Así de sencillo.

–Estaba haciendo Derecho. ¿Por qué se torció?

–Lo dejé en quinto, con 26 años, y me fui a estudiar Arte Dramático. Me tiraba más el escenario que la toga. Me tiré a la piscina. Fue la decisión más importante de mi vida. Arriesgué y creo que gané.

–Le costó ser conocido o reconocido...

–Uno no trabaja para ser figura, pero ser figura es mejor. Se vive mejor, claro. Pero lo fundamental es trabajar en lo que te gusta.

–¿Qué ha aprendido en este medio siglo de vida?

–Que nada es gratis. El amor cuesta, la profesión cuesta, la vida cuesta.

No se acuerda de lo que ha desaprendido. Lo más importante que le ha pasado en este medio siglo, dice, es saber con certeza lo que quería ser en la vida, «porque saber dónde quieres ir es fundamental; muchos se equivocan, y es fatal empeñarse en algo para lo que no sirves».

–Nacido en el 63. Fue el año que asesinaron a Kennedy...

–No tiene un especial significado para mí. Una coincidencia, nada más.

–Los 50: ¿un buen momento para casarse, para divorciarse o para adoptar un perro?

–Para las tres cosas, depende del momento que vivas. Quiero tener un perro, porque estoy de acuerdo con esa frase que dice «cuanto más conozco a las personas más quiero a mi perro», pero no tengo tiempo para cuidarlo.

–¿Ha ganado en escepticismo, en.....?

–Sí, soy más escéptico y estoy más desengañado.

–¿De qué?

–Del presente terrible, de la política, de todo lo que pasa y que parece increíble, de los planes que no han salido...

Confiesa que también los 50 puede ser una buena edad para empezar, «pero a mí, personalmente, no me gustaría volver a empezar; no se puede rectificar el pasado; yo sólo deseo seguir equivocándome y seguir aprendiendo; de los errores se aprende mucho».

–¿Se ha equivocado mucho?

–Mucho. Incluso en lo que más quería, en el amor.

–¿Nos engañan ellas o nos engañamos nosotros?

–Nos engañamos a nosotros mismos. Y no hay peor engaño.

–No sé qué le cabrea más de cumplir años: la barriguita, el pelo que se cae...

–Todo eso, pero sobre todo que cada día veo menos al puñado de amigos que tengo. Los cuido poco y hago mal. Me enmendaré el próximo año.

Ya: y además irá el gimnasio, dejará el tabaco y aprenderá inglés...

–No pienso aprender inglés, no voy a dejar de fumar y, sí, pienso ir al gimnasio; me gusta cuidarme. Le diré algo: tengo 50 años, pero me siento como si tuviera 25, de verdad.

–No reconoce los 50...

–No, no reconozco los 50. Sigo siendo muy joven, me siento ágil y hermoso. Me he detenido en los 25. Uno elige la edad en la que quiere detenerse, ¿no? Yo me autoengaño así.

–Miguel del Arco, que le dirigió hace poco en el teatro, dijo que era un superdotado. ¿Prefiere serlo como actor o como Nacho Vidal?

–No estoy mal armado, ja, ja, ja, pero no me veo superdotado en ese sentido ni como actor. De verdad que no.

Ahora graba «De boca en boca», una serie para Tele 5 que se estrenará en enero. Protagonizó «7 vidas», pero no le gustaría ser inmortal: «Prefiero ser carne mortal y pecadora». Le aterra lo rápido que pasa el tiempo: «La velocidad de la vida da pavor». Cree que envejece bien, quizá porque aún no le da importancia al trance y porque, meditabundo y filosófico en la falda de la Sierra, ha llegado a la sabia conclusión de que no se le pueden poner barreras al tiempo y que lo mejor es asumirlo todo, endulzándolo con un toque Peter Pan.